PRIMAVERA VI. La figura entre la multitud.


“La belleza del mundo es discreta, conoce el esplendor de la humildad.”

Christian Bobin (Autorretrato con radiador)


Estamos también en Urquiola, durante la celebración del funeral de Víctor,  solemne por el cargo que ostentó y gozoso por su vida y su ejemplo.


Quiero pensar que muchos de los sacerdotes o frailes que, uniformados con sus vestimentas blancas, participan de la celebración, lo hacen por celebrar su vida y reconocerle en el tránsito; también por la satisfacción de haberle conocido, de saberle y valorarle, de celebrar el momento de la finitud, gozosa desde la fe. Otros, como nosotros, por la cercanía a su familia.


A mi derecha, se agrupa un nutrido grupo de sacerdotes que, como la mayoría de nosotros, tienen puesta su atención en la celebración; todos ellos con sus problemas, sus satisfacciones, sus esperanzas y sus dudas, supongo.


El acto está más cargado de emoción, de reconocimiento y respeto que de solemnidad.


Aunque sigo la celebración con interés, en un momento concreto, mi mirada se queda atrapada en uno de esos sacerdotes.


No es joven ni mayor, de mediana edad diría; sus formas se pierden entre sus ropajes, sus cabellos rizados que reúnen el blanco, el gris y el negro, son como sencillas caracolas que reposan con placer en su cabeza.


Su figura destaca como si flotara en una soledad concentrada, creando un espacio vacío a su alrededor. Desde el cobijo y la disculpa del no conocimiento y del silencio, percibo que está en otra dimensión, ausente y concentrado, más presente que nadie. 


Ni siquiera veo sus ojos, pero su cabeza inclinada, la posición de su cuerpo, sus manos, su ausencia profunda de los que le rodeamos, hacen más patente su integración con la celebración, su profunda comunión con el misterio y con lo que se celebra, con lo que estamos viviendo.


Nadie ni nada le distrae, pero su figura provoca en mi varias sensaciones: algo de vergüenza por mi banalidad y mi facilidad para distraerme, percepción de la belleza derivada de la sencillez y deseo de mejorar, de crecer y dejar a un lado las vanidades que me roban la vida, de vivir cada momento con más autenticidad.


Ni se me pasa por la cabeza hacer una fotografía. Sería como invadir una intimidad casi sagrada, muy personal.


Su imagen se va a quedar ahí, en el fondo de mi retina, para la reflexión eventual, para el recuerdo de otro tipo de belleza.


Creo que reconocer lo que me supera me ayuda a crecer.


Pamplona, abril de 2018

Isidoro Parra.


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