CARTA ABIERTA Nº 5 A JOSÉ SABORIT.


Buenas tardes, José.


Atardece sobre las crestas de esa sierra de Lóquiz que disfruto desde mi Monasterio, el de la Luna.


Hace ya un par de días que acabé de leer tu libro “Lo que la pintura da”. Siendo cierto que este empeño de las cartas estaba dirigido a hablar sobre poemas y poetas, siendo también parcialmente cierto que ese libro tuyo no es un poemario, no lo es menos que mucha de la prosa que impregna las hojas rebosa poesía. Por eso y tal vez porque no siendo yo pintor, su lectura ha abierto mi mirada a profundizar en la visión de muchos cuadros y, sobre todo, ha contribuido a entender mejor tu poesía y esa profesión cruzada o duplicada; tal vez por eso y por algo más, me he decidido a incorporar a este epistolario que te dirijo, algunos comentarios sobre el libro.


Creo que se puede concluir que eres un estudioso de la pintura, un profesor de esos que ayuda a abrir los ojos y los sentidos más allá de la técnica, un conductor de sensibilidades a través del color, las texturas y los lienzos.


Tengo que confesarte también un intento de traición, de pasar de largo. Compré el libro pensando en echarle una ojeada y regalárselo a José, el amigo que crea esas acuarelas tan maravillosas que ilustran mis libros y algunos relatos, pero comencé a leerlo y decidí quedármelo. Tuve que comprar otro para regalárselo a José. Todavía no me ha dicho que le ha parecido, pero lo comentaremos con calma.


Ya desde el primer relato, ese que titulas “Fragmentos”, me llegó la certeza de que tu alma se mueve, además de por otras tierras, entre la pintura y la poesía. Estás hablando del hábitat de la pintura, del arte de la luz, y dices: “Un terreno en el que, por antonomasia, la técnica posibilita la encarnada poética; el paisaje en el que más claro se ve que la técnica es poesía.”, para acabar afirmando “que las licencias poéticas liberan nuestra vida.”


Parecen contrarias la técnica y la poesía, pero leyendo tu reflexión, entiendo que algo tan aparentemente cerrado, como la técnica, puesto al servicio de otro objetivo, lo facilita, le puede dar forma. Así me ha parecido que ves la técnica pictórica, la poética, los resultados de ambas.


En tu segundo pensamiento, “¿Para pintores?”, me has hecho tomar el camino a Ítaca. Parece extraño decir esto que te digo, pero esa reflexión que haces “La pintura, más como un proceso que como fin, más como acontecer que como acontecimiento. Un hacer, más que un hecho.” me ha hecho pensar en el mensaje del poema de Kavafis: no es importante la meta, el objetivo, lo realmente importante es andar, vivir lo que te ofrece el camino.


En otro párrafo de ese mismo pensamiento, dices: “Pintura, conciencia de lo visible y potencia del pensar.” Nunca había pensado que la pintura fuera una potencia del pensar, pero me has hecho pensar un algunos de mis recorridos por exposiciones y es cierto que algunos pintores, o algunos cuadros de algunos pintores, te empujan a buscar algo más allá del lienzo; en ocasiones, dirigiendo esa mirada hacia lo que siestea en tu propio interior, hacia tu pasado o hacia tus deseos. Es cierto que viendo algunas pinturas, me he quedado con el deseo de levantar los velos de color y buscar la idea.


Enlazo, puede que mal, ese pensamiento con el que expresas en tu “Escuela del ocio” cuando te preguntas o nos preguntas ¿qué es la atención sostenida sino una forma de diálogo? Una forma de diálogo que nos permite descubrir lo otro, descubrirnos, abrirnos a lo otro”. Creo que ambos pensamientos hablan de algo parecido. De hecho, tal como lo he leído, esta última frase me ha confirmado que cuando me he detenido ante un cuadro y me he puesto a pensar, lo que hacía realmente era dialogar conmigo mismo, pero también con el otro o lo otro.


Acabas ese mensaje con una frase (tímida porque está entre paréntesis) en la que se ha colado tu otro oficio, el de poeta: (Confiar en que las palabras pueden desempeñar un buen papel en ese aprendizaje es lo que anima a éstas.) Al final, a caballo entre una y otra tarea, siempre las palabras, esas amigas esquivas, perseguidas.


Tengo la impresión, José, que has vivido tu profesión de pintor con verdadero afán y profundidad. Como dices en tu pensamiento “Escuela de vida”, la pintura es una fuerza aliada en la construcción de sí. Parece, por el tono de convencimiento de tu expresión, que nunca la hubieras sentido como enemiga. Espero que siempre se haya mantenido cerca, que no te haya dado la espalda en algunas tardes nubladas.


Causa y consecuencia es el mensaje final de amor a la pintura, en tu pensamiento “La pintura da”: La escuela de la pintura es una escuela de generosidad para el ojo y, por tanto, una escuela de gratitud. Generosidad y gratitud, complementarios, no contrarios, cadena de actitudes que ayudan a construir una relación, una vida.


Tengo que confesarte que nunca había pensado en las sombras como la primera copia de algo, hasta leer tu pensamiento “Sombras”.


Me gusta lo de “Permitido manchar” y que el placer de manchar lo veas como el grado cero de la pintura. Una bonita forma de darle nombre a lo que hemos hecho de niños y a lo que, de adultos, puede ser otra realidad.


Si, como dices, pintar es juntar, relacionar, es fruto de la inteligencia creativa. Pero también es impulso ético, incluso condición humana: juntar, reunir, acercarse, no me extraña que también seas poeta. Para mí, sumergirse en la poesía también es juntar y reunir imágenes que vuelan de las palabras, también es acercarse al otro y a tu propio interior.


En tu pensamiento “Dibujar”, expresas algunas ideas que me han hecho detenerme y pensarlas. Por ejemplo, esa en la que afirmas que la subjetividad declarada se aproxima a la objetividad y que sólo puede ser falso aquello que pretende ser verdadero. Vivimos en un mundo de simulaciones y apariencias, así hablamos cuando nos quejamos de la molestia que nos supone lo que nos rodea, sobre todo las actitudes de los demás, pero también hay ahí un juego que nos toca descubrir, ¿qué se esconde detrás de cada verdad? ¿Qué oculta o quiere poner en evidencia cualquier falsedad? Por ahí se mueven esos conceptos tan ambiguos como lo falso o lo verdadero, ¿cuándo y en quién?.


Me he perdido un poco, pero algo he atrapado para el futuro en ese final tuyo tan bello, tan oculto y tan visible de esa misma reflexión:


“Con incomparable sencillez el dibujo desvela nuestra manera de mirar y por eso nos desvela. Al despojar de envoltorios la realidad que dibujamos, somos también nosotros quienes quedamos desnudos.”


Creo que si hubiera leído este libro hace un par o tres de años, hubiera puesto más empeño en clarificar para mis amigos lo que quería decirles en mi libro “A vueltas con la belleza”. De todos modos, quiero decirte que al escribir aquellos pensamientos, me sentía algo parecido a lo que expresan tus palabras: “No basta con mirar. Hay que vaciarse para ver. Salir de sí.”


Estoy de acuerdo contigo en lo que expresas al final de tu pensamiento “Dialogar con el mundo a través de otras pinturas”: “no es fácil saber desde dónde se mira, en qué lugar del camino se encuentra uno y cuál es el lastre que acarrea.” Estando de acuerdo, José, tengo que decirte que, a lo largo de mi vida, he tenido oportunidad de pensar muchas veces en esas situaciones y desconciertos, para, llegados estos años, acariciar la idea de que hace falta trabajar mucho la capacidad de autocrítica, en silencio, mirando hacia dentro y al pasado, para poder entrever dónde se encuentra uno y cuál es el equipaje que acarrea.


Vuelves a mezclar tus creencias basadas en la pintura con las palabras que esperan su hueco en los próximos poemas, cuando dices que los silencios también pueden oírse cuando se adensan, como se adensan estos impastos blancos de óleo que sugieren la presencia, la importancia del vacío.


He leído unas cuantas veces, y lo volveré a leer, tu pensamiento “Mirada sin dueño”. Esta carta no puede ser el soporte de copiar tus palabras en su integridad, pero me gustaría, en este caso. A partir de esa actitud que Schopenhauer, según dices, llamó contemplación, dices que en ese estado o actitud, la propia persona se olvida, la voluntad se doblega y en la conciencia se borra la rescisión entre el que observa y lo observado, entre sujeto y objeto. Me gusta vivir esa lasitud de los miembros, ese vaciamiento que acaricio cuando contemplo, ese momento de apertura de mi ser a lo contemplado. No sé si hablamos de lo mismo, pero me siento en paz cuando puedo vivir unos momentos en ese bálsamo del día.


Al final de tu pensamiento “La palabra realidad” planteas la pregunta de si ¿hay mayor limitación de la que quien cree que lo que percibe y puede conocer es todo lo que hay? Desconozco la respuesta que tienes en mente, pero siempre he creído, y cada vez más, que solamente se puede vivir y sonreír si damos cobijo en nuestras vidas a lo que no podemos definir, a esos sentimientos que nos hacen vivir o nos matan, a lo que hay detrás de un amanecer, en el nacimiento de una flor, en una mirada, en lo que no podemos poseer porque es de todos.



Bueno, José, esto se va alargando y tu libro da para mucho más.


Si me permites, voy a cerrar ahora esta carta y seguiré otro día de estos con tus siguientes pensamientos.


Un abrazo y hasta pronto.


Pamplona, mayo de 2021

Isidoro Parra.

 

 



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