CARTA ABIERTA Nº 6 A CARLOS AGANZO.


Buenos días, Carlos.


Ayer, a lo largo de todo el día, leí tu poemario “Las flautas de los bárbaros”.


Lo dejé descansar durante la noche, porque es un libro que si no lo piensas y no le das una segunda lectura, para mí, al menos, puede resultar un bello repaso a la naturaleza, pero te puede abrumar por el excesivo caudal de palabras, por el torrente de imágenes del agua, de las amapolas y de otros seres que pueblan tu mirada y tu memoria o la nuestra, la de todos.


Esta mañana, al abrirlo, creo que el libro estaba impregnado de más naturaleza. No lo digo, en este momento, como ensalzamiento de tus poemas. Es una cuestión física. Algunas páginas estaban más húmedas, con la huella de las hojas que ayer, mientras paseaba leyendo el libro, fuíi capturando de los árboles y de los arbustos, hojas que utilizo como marca páginas de mis libros, sobre todo de los de poesía. Un poco cursi, cierto, pero me parece que una hoja lleva más naturaleza y más poesía que cualquier tira de cartón impresa.


A pesar de que, en estas fecha, las hojas están tiernas y, posiblemente, más llenas de agua, no me explicaba esa pronunciada presencia de humedad. Al ir quitando las hojas sobrantes, he localizado la causa de la invasión: dos de la hojas que había incluido estaban llenas de verdes pulgones que, con la presión de las hojas, se habían aplastado y habían impregnado las hojas del papel con sus líquidos corporales. 


Por eso, y a pesar de la limpieza, te aseguro que este ejemplar de tu libro tiene, hoy, toda tu naturaleza y algo más, físico, de la fauna y flora de Pamplona.


Dejando ya estos detalles que a nadie interesan, si me preguntarán de qué va este libro, diría que de la naturaleza toda, especialmente del agua y de las amapolas, y de unos señores bárbaros que no los recuerdo tan bárbaros.


También creo que va de enclaves y lugares que están asentados en tu memoria, lugares en los que se desarrollaron bellas historias antiguas, en los que vivieron personajes que todavía permanecen frescos en tu memoria.


Observo que tu estilo de presentación de tus poemarios, al menos en tus libros hasta ahora, pasa por un poema inicial que no tengo claro si en todos los casos es un avance de lo que nos vamos a encontrar, un resumen o algo que rondaba tu cabeza en el momento de escribir los poemas o en el momento de llevarlos a imprenta.


En este caso, presentas a los bárbaros y parece que un viento fuerte de los hechos y efectos del amor barre el horizonte que se presenta ante tus ojos, con ese final feroz que me arrastra a leer con interés el resto del poemario:


“Mil caballos sin ojos que galopan 

hasta estrellar su rabia contra el mundo.”


Pegaso, Cibeles, el Olimpo, Hebe, Euterpe, Teócrito, Eufrósine, Dioniso, las Hespérides, el mar Tirreno, las islas Eolias, Siracusa, Cartago, Escila y Caribdis, Venus, Marte, todos formando parte de tu mapa de querencias, de los posos que alimentan tu recuerdo de los clásicos.


Observo que tus poemas no vienen precedidos de un título. No sé qué piensas de eso ni si a través de ese gesto quieres comunicar algo, pero me intriga. ¿Acaso no quieres acotar el contenido posterior encerrando al lector en un título que determine el sentido del poema? o es que pretendes que los títulos los pongamos los lectores. Me gustaría saberlo.


A pesar de que yo pensaba también que, siguiendo tus palabras, “las amapolas saben que mañana no está escrito -para ellas- en los planes del verano”, tengo que decirte que hace un par de años, observando y observando la naturaleza y buscando la belleza de las cosas sencillas, después de haberle dedicado algún capítulo de mi libro a la amapola, tuve la suerte y viví la sorpresa de encontrarme algunas amapolas vivas en medio de los rastrojos ya secos, allá por el mes de julio. Cuando las ví, las adoré un poco más, porque tenían la reciedumbre de la resistencia, esa que no se les supone al inicio de la primavera.


Te cuento esto porque los poemas en los que citas a estas flores, me llevan a las imágenes que he contemplado y que un amigo me ha pintado en varias ocasiones de forma que pueda ver una amapola viva en pleno invierno.


Dices que las amapolas no piensan y yo no estoy tan seguro. Si no piensan, por qué se obstinan en volver a las mismas laderas en las que el sol las bendice cada año, por qué repiten sus gestos cuando las acaricia el viento. Pienso que tal vez piensen.


Tus poemas en los que hablas con los vencejos me recuerdan a sus vuelos bajos por mi jardín, locos por llegar a ninguna parte, incansables voladores de cometas entre árboles.


Dices en otro poema que “hay siempre una tensión y una esperanza en cada movimiento”. Me ha hecho pensar y repasar algunos de mis movimientos y compruebo que es cierto lo de la tensión y mucho más lo de la esperanza y no hablo de la tensión que se produce en mis piernas o en mis brazos por efecto de la vejez, me refiero siempre a la esperanza, a la ilusión y a la meta que ponemos cada uno en nuestros movimientos.


Me ha parecido percibir algo de tristeza, o nostalgia de poeta, en algunas estrofas de tu poema “Lluvia de otoño, …”. Su lectura me ha hecho preguntarme cuánto de hermanamiento, de alianza necesaria, hay entre un poeta y la nostalgia (siempre vestida con algo de tristeza) a lo largo de su obra. Es como si un poema impregnado de nostalgia se cubriera con una túnica de gravedad, de trascendencia. ¿Es necesario ser triste o nostálgico para ser poeta?.


Es bastante probable que haya confundido todo o, lo que es lo mismo, que no haya entendido nada de tu poesía, pero cuando se trata de escribir cartas, espero que sea más importante la sinceridad de lo que se dice que los errores que contenga.


Solamente he querido transmitirte la nube que se ha formado en mi cabeza al leer tu poemario.


Antes de despedirme, me gustaría comentarte que también he leído tu pequeño libro “Técnica mixta”. La mayoría de los poemas proceden de otros libros tuyos, pero celebro los que son nuevos y, sobre todo, los que incluyes de “Caídos ángeles” porque no creo que pueda encontrar el libro en ningún sitio.


Un saludo y hasta pronto, Carlos.


Pamplona, abril de 2021.

Isidoro Parra.


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