CARTA ABIERTA Nº 1 A OLVIDO GARCÍA VALDÉS.


Buenos días, Olvido.


Comienzo esta carta de forma algo titubeante, indeciso sobre si tiene sentido hacerlo. Creo que las cartas que se escriben a personas a las que no conoces corren el riesgo de perder su sentido, máxime cuando obedecen a una intención de comunicar lo que se ha vivido al leer lo que el otro ha escrito. Si, además de no saber nada sobre el ser de la persona, tampoco estás teniendo una experiencia totalmente satisfactoria de lo leído, las dudas acaban por llenar todos los espacios por los que respiras. 


Creo que en esta situación, si sigo adelante, tengo que elegir el punto en el que me quiero situar de un recorrido que puede ir del halago más empalagoso, pero no sincero, a la crítica más ignorante, fruto de mis propias limitaciones, con muchos matices y ubicaciones posibles en ese recorrido.


../…


He dejado reposar estas primeras palabras mientras pensaba en la decisión a tomar, Olvido.


Sigo confuso, pero voy a seguir adelante. Al fin y al cabo, solamente se trata de intentar reflejar los sentimientos que me han recorrido al leer tus poemas. Además, es posible que esto se quede en una reflexión que solamente lea yo y algunos de mis allegados. Por eso, Olvido, si algo de lo que escribo puede herirte un poquito, el daño no será profundo. Por otra parte, estamos en edades parecidas y, a estas alturas, pocas cosas importan más allá de la buena voluntad.


A todos los poetas a los que escribo cartas, siempre les digo que no esperen una crítica literaria al uso (demasiadas habrán tenido). Lo que intentaré es transmitirte a ti o a mí mismo lo que he sentido, con mayor o menor acierto en relación con la intención de tu mensaje. De todos modos, creo que la poesía tiene la facultad de hacernos sentir lo que la poeta ha querido decir y lo que nosotros hemos leído. Todo es válido, creo.


Creo también que poner estas vivencias en el papel, las hace más reales, las acota, les quita lo superfluo, les da la dimensión de la pobre realidad que vivimos los lectores.


Así que, Olvido, ahí voy. Hoy quiero comentarte tu primer libro: “La caída de Ícaro” que recoge los poemas escritos entre 1982 y 1989.


No ha sido nada fácil leerte. Con respeto y sinceridad, tengo que decirte que tus primeros poemas me han parecido bastante herméticos, crípticos. Me ha dado la sensación de que eran cajas de metal en las que estaban encerrados los poemas, en un lenguaje lleno de significados a los que me costaba llegar. He leído y releído esos poemas, intentando averiguar si eran mis limitaciones como lector o el momento en que afrontaba la lectura porque a mí, al menos, me pasa que los mismos poemas me cierran su puerta un día y me la abren otra mañana.


He buscado el significado de esas palabras que vuelan solas en tus versos. La ausencia de puntuación, en unos casos, y la ambición del mensaje, en otros, me ha hecho esforzarme en sentir cada palabra, en volver a buscar las claves, pero me ha costado y, una gran medida, no lo he conseguido, lo siento.


De todos modos, quiero hacerte algún comentario.


Por ejemplo, en tu poema “Otro país, …” me ha parecido que estabas escribiendo desde una distancia que solo la experiencia íntima permite, estableciendo un diálogo con una ausencia, tranquila, pero rotunda.


Me da la sensación de que te pones en la piel de personajes soñados, en parajes y paisajes que te acosan, en los que intentas desbrozar el papel de cada uno, la importancia del ser o el estar, sin que nada o todo perturbe cada vivencia. Así me ha parecido verlo en tu poema “El viento era acre …”.


Algunos poemas creo que dibujan intemperies reales, en las afueras y dentro de las estancias, fría luz que no calienta, no sé si fruto de vivencias o de deseos: “A sus pies, en el ascenso, cornisas de vacío; abajo, oscuras olas sólidas arrasándolo todo.”


Parece que mides el silencio de las distancias entre el pasado y el presente, entre tú y el ausente, en un lenguaje que creas nuevo, algo áspero, distante. Me pregunto, al leer algunos poemas, si la edad en la que escribiste estos poemas condicionaba el alcance y la cercanía de las palabras que usaste.


No parece que haya mucha esperanza en tu poema “Y la noche.. “. Al leerlo, siento discurrir sobre mi piel una oleada de sutilezas góticas y realidades grises, siempre con un espacio de distancia que podría ser la paz alcanzada o el miedo a dar el paso siguiente.


Distancia puesta por ti misma en ese ovillo desde el que intentas escuchar la sombra. No sé si lo has conseguido y si la escucha te ha producido luz o la silueta de un nuevo camino o de otra nueva distancia.


Podrías haber pintado un cuadro con las imágenes vertidas en “Luz gris de …”. Podrías haberlo hecho si hubieras encontrado, en esa distancia tan difícil de medir, el pincel que pudiera pintar noviembre y la melancolía.


Dice José Saborit que el amarillo es uno de los colores más peligrosos y más sorprendentes. He pensado en ello al leer tu poema “amarillo en el cuerpo, …”, en esa figura difícil de traducir del galgo acercándose al corazón, piel canela.


Me ha encantado leer tu poema “Al atardecer regresamos…”. He percibido un tono diferente, unas palabras que dibujan un retorno, una reconciliación con el paisaje que presencias y te envuelve -o que tú envuelves con tus palabras-, para acabar identificándote con los cerros que, al  atardecer, ves brillar como la calma. He pensado y llego a ver que es posible que brille la calma, que brille y te sientas en paz.


En esa segunda parte, “Exposición”, he leído el pasar de las muchachas, tú entre el tráfico, las gentes imprecisas, en medio de esa luz excesiva, los brillantes primeros rayos de la primavera, la lentitud de tus pasos, tan lentos que persiguen la quietud que ha dormido al mundo, las rapaces que vuelan antes de detenerse para formar parte de esa quietud silenciosa. Todo te hiere, salvo la quietud y presenciar la vida pasar.


Me ha hecho sonreír el final de tu poema “Ella tiene los pies…” en el que acotas al amor como una enfermedad, todo el campanillas azules, todo incierto, como la luz, como en el sueño, dices.


Me he detenido en dos versos de tu poema “Cruzo mis brazos…”. El primero de ellos, “la brisa es delgada”. Me sonrío porque hace falta una sensibilidad especial para poder imaginar y escribir que la brisa puede ser delgada; para quien lo lee es un regalo. Me recuerda a Francisco de Asís, cuando decía, en su Cántico de las Criaturas, que el agua era casta.


El segundo es ese pensamiento: “Lo único que importa es siempre lo imposible”. Me pregunto si en esa frase no hay mucho de la juventud con la que escribiste estos versos. Lo leo con apreciación del mensaje, pero a mis años pienso ya que la aceptación que la edad nos impone deja el paso más franco a lo que tenemos y no queremos perder.


En la última parte, en el poema I, dices que “el alma muere con el cuerpo, el alma es el cuerpo.”. Estoy de acuerdo. Cuando a veces intento buscar y hablar con mi alma, siempre tropiezo con mi cuerpo.


Hay otros versos que me parecen rotundos, certeros como la flecha que hace diana: 


“Terminada la juventud, 

se está a merced del miedo.”


No siempre es miedo, pero hay tanta aceptación y contemplación cuando se acaba la juventud y se extiende la vida, que bien podríamos llamarlo miedo, aunque tengo que decirte que los atardeceres son más brillantes, más bellos, mi mirada, al menos, los disfruta más.



Bueno, Olvido, espero que hayas entendido mis dudas, mis inquietudes iniciales. Espero y deseo poder abrir más mis sentidos para que tu poesía me recorra.


Hasta pronto.


Pamplona, mayo de 2021.

Isidoro Parra.



 

Comentarios

Entradas populares