CARTA ABIERTA Nº 6 A JOSÉ SABORIT.


Buenas tardes, José.


Retomo este rosario de cartas para continuar hablándote de tu libro “Lo que la pintura da”.


En este lapso de dos días desde la carta anterior, he pensado en la procedencia de continuar con este empeño. Me refiero a hacer comentarios de este libro y los pensamientos que en él has incluido. Me recorre la sensación de que estoy pisando terrenos pantanosos. No es que sepa mucho de poesía, pero atreverme a escribir sobre tus escritos sobre la pintura me está pareciendo una osadía de triple salto sin red y con tirabuzón.


Espero que con este diálogo que hemos establecido, este roce virtual (digo roce porque es una palabra amistosa que empleamos mucho en mi tierra de la Ribera de Navarra) de estas pocas cartas, podrás perdonar cualquier metedura de pata. Puedes contar que no estará hecha con mala intención.


He pasado unos minutos leyendo y releyendo ese pensamiento que titulas “Un paisaje del natural” y, de forma especial, este párrafo: “El paisaje es el diálogo entre un cuerpo que está en un lugar y un lugar que está en la conciencia de ese cuerpo. Es la reversibilidad entre contenidos y continentes, actores y escenarios.”


Posiblemente no consigo abarcar toda la extensión y profundidad de esa idea, pero me ha hecho pensar en mi estado de ánimo y mi actitud cuando me he enfrentado a un paisaje delimitado por un marco y he tenido la sensación de que los árboles iban más allá de ese marco, que los caminos continuaban a través del lienzo, que, de alguna forma, yo estaba en ese paisaje o en parte de él, que el propio paisaje me hacía pensar en mi, en mi vida.


Profundas me han parecido tus reflexiones en “Paradojas del retrato”, especialmente esa en la que dices: “Cualquier intento de visualizar una identidad ha de vérselas con la tensión entre lo que permanece y lo que cambia, entre lo igual y lo distinto. Dar caza y fijeza a lo vivo es siempre, acercarlo a su muerte, aunque el retrato, paradójicamente, aspire a resistirse a ella. ¿Cómo retratar pues, sin traicionar por completo la movilidad de una vida que se transforma y no puede bañarse dos veces en su mismidad?


Lo leo y siento que lo entiendo, aunque no sea capaz de explicar en qué medida lo he conseguido. Cuando miro un retrato en un museo, tiendo a olvidarme de la ropa, de los gestos, para quedarme enfrentado al rostro, a la mirada del retratado y siempre juego a intentar adivinar la vida que realmente se escondía tras esos ojos, tras esas arrugas o esa piel. Me pregunto cuánto de verdad o de momento aislado hay en esa imagen.


De ese mismo pensamiento, he leído varias veces, también, el final del mismo: “El tiempo nos transforma, nos hace a su capricho hasta que nos deshace. Queda ahí entonces la pintura, la hondura de un diálogo pintado entre pintor y modelo, los pliegues de una subjetiva verdad fuera del alcance de las máquinas, cámaras o artilugios.”


Por lo que dices aquí, creo que podemos decir que un retrato difícilmente podrá reflejar la vida y el ser de una persona. Tiene más posibilidades de ser el reflejo de un momento o, como mucho, de unos días, los que ha costado pintar el retrato, de las circunstancias y pensamientos que cruzaban su mente en esos días, del momento de su vida que sería diferente al de su pasado y también al de su futuro. A pesar de todo esto, siempre miraré los rostros de un retrato como un enigma que me gustaría descifrar.


En “De espaldas y con la cara borrosa”, escribes un pensamiento que me ha llamado la atención y me ha llevado a otros paisajes. Es ese en el que dices que “lo que parcialmente se nos ofrece y se nos niega estimula nuestra imaginación y nuestro deseo, como en la vida misma.

 

En el libro que espero llevar a imprenta en los próximos días, cuyo título será, al final, “Enigmas”, y que habla sobre el significado que he percibido en algunas puertas, hay un capítulo que dedico a las “puertas semiabiertas” que, según dice Karmelo Iribarren en un poema, son las más peligrosas. Ahí me ha llevado tu pensamiento.


Leyendo tu pensamiento “Pintar una fotografía es pintar una ausencia”, he vuelto a pensar en las diferencias entre la fotografía de una persona y su retrato pintado. Aunque ambas pertenezcan al pasado de esa persona, estoy de acuerdo que en la pintura hay algo de encarnadura, de posibilidad de contemplar algo de lo que se era, en tanto que en la fotografía, los rostros están rodeados de vacíos, camino del olvido.


Ciertamente interesantes tus reflexiones del pensamiento “Imágenes”: “Las imágenes interiores que nos dan la poesía, la literatura, las palabras, imágenes mentales que no proceden sólo de la visión sino también de su relación con otros sentidos. No se ven, pero se ven.”


Hay más pensamientos interesantes en ese fragmento, pero me quedo con ése porque me ha hecho pensar en cómo los sueños y las imágenes que nacen de ellos nos ayudan también a vivir, a sentir y a esperar. Muchas de ellas, además de sostenernos de esos hilos tan frágiles que generamos para vivir, nos hacen trabajarnos, perseguirlas, cambiar, apostar, pensar más allá de lo palpable.


Novedoso por no percibido, así resumiría el mensaje final de tu pensamiento “¿Frontalidad?”: La llamada por los restauradores “luz de rastrillo”, una luz lateral muy intensa, destaca el relieve tridimensional de las texturas y sus sombras. El buen espectador de pintura no sólo mira, rastrillea.


No tengo recuerdos nítidos de haber sido consciente de percibir esa luz de rastrillo al observar un cuadro. Tampoco estoy seguro de que hablemos de la misma luz o de que esa luz de la que tu hablas sea posible verla desde el ojo no experto pero, tras tu comentario, la percibo, me la imagino y creo que sería posible ver otros mundos en el lienzo. Como muchas otras cosas en la vida, qué bonito sería …


Hablando de otras cosas, de la posesión, por citar algo, me he quedado cosido durante varios minutos, largos, en los párrafos de tu pensamiento “Invertir en arte”, especialmente cuando dices: “De ese modo, quien llega a cierta edad habiendo invertido en arte el tiempo necesario se hace poseedor de un caudal de experiencias que excede a la propia idea de posesión, pues no pertenece al reino del tener, sino al del ser.”


Lo siento, pero me vuelvo a encontrar con la poesía. Es posible que la pintura, no lo sé, pueda expresar las mismas cosas, con lenguaje diferente, que la poesía, pero hablar del tener y del ser, de su aprendizaje en la vida y de lo que de él se queda en tu mirada, eso, puede ser pintura, pero también es poesía.


Muchos mensajes abiertos como preguntas que me interpelan desde ángulos diferentes es lo que he sentido que me llegaba en tu pensamiento “De lo que apenas se habla”. Si me atengo a esa afirmación que haces diciendo que “conocer el oficio mediante el cual se hacen determinadas cosas permite hablar de ellas de un modo estimulante y fehaciente” o que “importa conocer la raigambre física de las emociones que una pintura despierta” me entran ganas de dar por finalizada esta carta y no enviarte ninguna más, pero quiero entender de lo que hablas y, pensándolo bien, yo me he colocado en el lugar del neófito que intenta descubrir algo de sentido en algunas líneas, en la posición del ignorante, del no pulido. Por ello, y porque solamente hablo de temblores sentidos, voy a continuar llenando líneas con estos contenidos erróneos.


En tu pensamiento “La expresión” dices que “la expresión es lo primero que se percibe, va por delante de la materia, la proporción o la estructura”. Llegamos a terrenos pantanosos, en los que me es difícil apreciar la intención, tu expresión primera, pero entiendo que sin tener clara la expresión, será difícil, por mucha materia que se tenga, conseguir que ésta última se exprese.


Porque te creo, me encanta saber que las formas pictóricas se expresan en el ojo de quien las mira, en la sensibilidad de ese ojo, consecuencia de su luz interior. Si esto no es poesía, yo soy ingeniero aeronáutico.


Si hubiera estado leyendo un libro de poesía, me habría gustado encontrarme un poema que fuera exactamente como tu “Afinidades electivas”.


Y qué decirte de esa visión encerrada en el pensamiento “Exteriorización”: “La relación de la pintura con quien la pinta es un misterio, y es un misterio el modo en que se exterioriza quien pinta, al pintar.” Tenemos unas vidas que, a poco que mires, te encuentras con un misterio, el de las creencias, el del amor, el de la belleza. Siendo así, cómo no lo va a haber también entre el pintor y la pintura. Creo entenderte, José.


Se me está haciendo tarde releyendo tu libro. Por ejemplo, ahora, me encuentro con tu pensamiento “Pintores que trabajan para el futuro” y no puedo pasarlo de largo sin decirte algo. Dices que “dejar huella es el deseo que impulsa al pintar en contra de la certeza de la propia finitud”. No me extraña, José, que sea así. Creo que todos necesitamos hacer algo para darle la vuelta al encuentro con la finitud, en ocasiones escribimos, en otras leemos, en otras reímos y bebemos, en otras tenemos hijos, en otras intentamos no agotar el recuerdo de los que se fueron, siempre en lucha callada contra la finitud. Si es así, cómo no se va a dar, en ese impulso de pintar, el deseo de ir en contra de la finitud.


Ese pensamiento tiene un final que no puedo dejar de reproducir aquí: “Por eso nos conmueven y hasta despiertan nuestra admiración esos artistas que, ingenuos o no, parecen haber encontrado el modo de dejar en suspensión e incluso olvidar la certeza de que todos, absolutamente todos, artistas o no, compartimos un mismo destino al que llegaremos más tarde o más temprano: el olvido.”. Se puede decir más, pero ¿mejor?.


¡Cómo llegan esos mensajes de tu pensamiento “Arte de comenzar”?, la potencia receptora del soporte, la posibilidad que queda abierta a todo, el miedo a malograr esas potencias, la algarabía de todas las posibilidades.


El contenido de tu pensamiento “Reposo, distancia y corrección” tiene un paralelismo y una aplicación sin corrección alguna con la poesía. Casi estoy seguro de que eras consciente de ello al aplicar su contenido a la pintura.


En tu pensamiento “El camino y el destino: medios y fines” tocas temas que vuelven a recordar a Ítaca: “Se viaja mejor cuando se abandona la tiranía del querer llegar”. Y por si fuera poco, terminas diciendo: “Cuando la planificación lo controla todo, sólo puede ocurrir lo que ya estaba previsto: ningún hallazgo, aprendizaje o experiencia transformadora.”


Quiero entender, José, que, sin dejar de mirar al frente, atrás y a los lados, debemos soltar restarle importancia a nuestros objetivos para poder disfrutar en el empeño, debemos también abrirle la puerta a la búsqueda sin mapas, a la entrega sin retornos, al presente frente a la espera. Algo así intento hacer yo, aunque tengo que decirte que, a mis años, todo es más fácil, solamente hace falta mucha aceptación y algo de contemplación.



José, se ha vuelto a hacer tarde. No es mi objetivo alargar los comentarios sobre este libro, pero lo has hecho denso, rico, jugoso y da para mucho. De hecho, he dejado varias señales y notas sin comentártelas para no extenderme en demasía.



Me voy a descansar y te deseo lo mismo.


Un saludo,


Pamplona, mayo de 2021

Isidoro Parra.

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