VERANO I. Soldados hierba.

“Me gustaría aprender de ellos la belleza de morirse.”

José Mateos (Un año en la otra vida).



Paseo al caer la tarde entre pueblos pequeños que salpican un paisaje de tierras de cereal y bosques de encinas, pueblos de piedras abandonadas, algunas caídas ya para siempre, moradas de los últimos hombres que han vivido pegados a la tierra, a las labores más antiguas, pendientes siempre del cielo, del sol y las lluvias, vestigios de otras generaciones que vivieron estos lugares fundiéndose con ellos.


Es julio y el calor aprieta obligándome a permanecer en el interior de mi casa o bajo los árboles, agazapado entre las sombras, hasta que las primeras ráfagas de viento fresco al atardecer empiezan a rebajar el ahogo que siento.


Estos días se asemejan a una condena de reclusión forzada que procuro aprovechar para leer y relajarme, alimentando la paz de mi cuerpo y mi mente, intentando crecer hacia adentro.


Pero al atardecer tomo cualquier camino para disfrutar de este tiempo, de sus colores y sus olores, del oro que desprenden los campos recién segados, asediados por las encinas y los nogales que los rodean.


A esas horas, la piel se enamora del aire y éste la acaricia con dulzura, atendiendo a la demanda que percibe.


Hoy, en este incipiente atardecer y a la vera del camino, me han sorprendido estas hierbas secas, con sus penachos que todavía conservan algo de vida, de movimiento al menos. A su lado, me he detenido a pensarlos.


Alineados en formación, los veo flamear como banderas y me recuerdan a una compañía de soldados que regresan del frente derrotados, con paso cansino, ligeros de carnes, casi famélicos pero resistentes, movidos por el viento. Los veo cansados, ya no pelean, ya no luchan por crecer, por ocupar nuevos espacios, por obtener nuevas riquezas ni derrotar a ningún supuesto enemigo. Se han quedado sin capitán que les dé órdenes o se han negado a cumplirlas. Son un recordatorio de un pasado reciente y un adiós anticipado.


A mí me parecen frágiles y ligeros, como los sentimientos que en ocasiones nos unen.


Siento que despliegan su belleza para empujarme hacia delante, para alentar una esperanza y trasmitirme, una vez más, la belleza de la fragilidad.


Amillano, junio de 2018.

Isidoro Parra.


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