CARTA ABIERTA Nº 2 A DIEGO DONCEL.


Buenos días, Diego.


Hoy he tenido la suerte de leer tu segundo libro, “Una sombra que pasa”, mientras daba un paseo por el campus de la Universidad y a la orilla del río “Al revés”. Me he detenido, en varios momentos, a descansar en algún banco retirado, bajo la sombra nueva de estas hojas nuevas de esta recién estrenada primavera. Digo recién estrenada porque aquí, en Pamplona, la primavera entra fuerte pero tranquila. Podríamos decir que no acaba de asentarse hasta que llega el verano.


Tengo que decirte que me ha venido bien leerlo en medio de tanta vegetación, de tanta vida. De no haber sido así, me habrían dado ganas de dejarlo descansar después de cada verso, no para abandonarlo del todo, pero sí para que mi alma descansara. 


El que lea esto último pensará que no me ha gustado tu poemario, pero no es así, solamente es que refleja un estado de ánimo por tu parte tan alicaído, tan derrotado por la vida, que me hace pensar en tu estado de ánimo de esos días en los que escribías este largo poema. No lo hago por compadecerte sino por entenderte.


Al principio, en el primer poema, me ha parecido que esa purificación te llevaba a praderas más amables, a paisajes más abiertos, con más entradas y salidas, con idas y retornos, pero a partir del segundo todo se derrumba en un abismo que me parece excesivo, aunque es posible que no lo haya captado. Al final, he agradecido el último de los poemas en el que la luz se abre paso entre las sombras, el bosque también tiene claros y la mirada se abre a la esperanza.


Me he detenido mucho en el primer poema, “Soliloquio de la purificación”. He percibido ganas de volver a nacer, de vivir la vida con claridad, con alegría, cuando te preguntas: 


“¿Y no he de limpiar ahora mi vida 

en el rocío que viene de los cielos?.


Has buscado el camino de la redención, de la purificación:


“… y solo este perderme en

las cosas del mundo será 

lo que me redima”


Parece que has encontrado el fundamento y el misterio de la renuncia:


“Con renunciar a mí mismo renunciaré 

a este miedo que me extravía



Que solo el salir de mí me quitará esta culpa 

y seré bendecido al ignorarme todo por 

este incendio de amor”


Te has vuelto a encontrar con los colores, con la naturaleza:


“… mientras fuera de mí la jara brilla y los 

luceros huelen a lluvias y a lavandas 

y el azul de la luna cultiva 

mis adentros”


para acabar con ese final lleno de luz, de esperanza y aceptación:


“… la vida encuentra paz 

entre los vivos y todo queda aceptado 

hasta la muerte”


Es un bello poema que abre un libro de intensidades, de desasosiegos.


Todo va cambiando y cubriéndose de sombras a partir del segundo poema, “La ilusión de una ventana abierta al océano”. Tal vez, desde esa ventana, has intentado abarcar todo, la naturaleza entera, en mar en su profundidad, en su color, la materia de la que todo está hecho. 


Antes de seguir, tengo que decirte que no soy muy entusiasta de los poemas largos y los tuyos lo son, pero también tengo que decirte que tu discurso parece justificar la extensión, la necesita. A tu favor también, te digo que no he perdido el interés en ninguno de ellos. Yo, que como Montaigne voy perdiendo el interés cuando tengo que releer más de una vez un texto, no me ha costado leerlos cuantas veces ha sido necesario. Releo estas líneas y me siento avergonzado por haber incluido su nombre y haberme comparado con él, aunque sea para establecer un mínimo paralelismo en la vagancia a la hora de leer. Me ha venido la imagen a la cabeza a raíz de leer, esta mañana, una pequeña biografía suya escrita por Stefan Zweig. 


A lo largo de ese segundo poema, me he detenido en algunos versos. Por ejemplo, ese atisbo de esperanza que parece venir del poema anterior y en el que a pesar de la inmersión en las sombras todavía se atisba algo de luz:


“… puede encontrar toda la pureza del cielo 

mi corazón a pesar de esta vida mía tan oscura que huye 

y pasa”


No me extraña que hayas escrito en cursiva esos versos tan especiales:


“El saber será tan solo en mí 

la forma absoluta de ignorar”


Da la sensación de estar abandonándote a ti mismo, dejarte llevar por los acontecimientos no gratos, caer sin red, hacia un pozo en el que ni sabes lo que te espera ni tampoco parece importarte.


Cuando intentas levantarte, despertar la ilusión y ver que hay más pasos que dar, te vuelves a dejar caer a mitad del camino, como en ese final del poema “Un sueño en lo alto de la montaña”:


“Y el corazón responde 

que ésta es la ilusión de un sueño 

en lo alto de una montaña que no existe 

al fondo de un pensamiento que me es ajeno

Pues todo ocurre aquí 

como una pobre ironía que cansara”


Diego, a pesar de que me aturde tanto dolor, tanto abandono en la pérdida del ser, en un descenso que no acabo de percibir si llega, como dices, hasta la muerte, hay heridas de las que surge la esperanza, como en ese final del poema “Meditación frente al río del despertar” que, a pesar de la extensión, me resisto a no reproducir:


“Y la belleza que veo y el amor 

que he sentido y la esperanza que busco 

de olvidar mi corazón entre estos seres 

son solo el sueño de mi carne 

la senda hacia la muerte que 

tengo todavía que recorrer


La ciudad la luz el río ya son mis enemigos


Y en el agua solo queda el dibujo borrado 

de mi rostro que va corriente abajo turbio 

y enloquecido con todo su dolor


Es amargo saber lo que es un hombre”


Es una pena, al menos a mí me lo parece, que toda esa belleza la pongas al servicio del camino a la muerte, estando tú, también me parece, tan lleno de vida, porque solo sufre el que vive y siente.


He visto venir el golpe que asestas a cualquier esperanza al inicio de tu poema “La presencia de la angustia”, cuando presencias cada día la caída de esa angustia sobre tu corazón. No hay amarres, la caída es libre, desolada, desde la sombra hacia la sombra, una desolación que sufre. Nada te basta para recuperar el brillo de la mirada:


“Y no me basta ignorar olvidarme 

de mí y del mundo cuando nada al destino 

se le olvida cuando vivir es cruel 

y no sagrado”


Un dilatado y detallado recorrido por la desolación del mundo y la tuya propia es lo que he leído en tu poema “El misterio entre tu corazón y el mundo”:


“En esa nada estás en ese olvido 

y eres una sombra en medio de las sombras 

que se busca a sí misma por los caminos 

perdidos de la madrugada”


Ni tu cuerpo ni tu mente hallan serenidad allí donde la muerte amaneces, dices en tu poema “Lamentación”. Pareces estar tan derrotado que no te importa reconocer tu parte de culpa, tu falta de piedad contigo mismo.


En ese “camino solitario de uno mismo” no te basta con castigar tu cuerpo, con cortejar insistentemente a la muerte; también quieres acabar con tu intelecto, renunciar a él, dejarlo que se conduzca hacia la perdición:


“Y el pensamiento 

que es lo único divino que hay en mí 

también va por la senda de su propia locura”


Sinceramente, Diego, no me lo acabo de creer.


Hay diálogos interesantes en ese “Monólogo de dos voces”; por ejemplo, el que expresa la primera voz: “Soy una nada muy vieja que se siente morir”. Yo me pregunto cómo puede morir lo que nada es.


La segunda voz dice que las palabras “son el lamento/de un hombre que va a perderse en el frío/de una noche desierta y llora/con su alma cubierta de ceniza la/vanidad de todo”. Qué guerra nos dan las palabras, Diego, qué soporte, qué bastón y qué aliento también.


En tu poema “In memoriam …” has escrito este verso: “Cómo absurdo es amar frente a la muerte”. Me pregunto y te pregunto si no es precisamente el amor el único instrumento con el que podemos derrotar a la muerte, con amor y con algo de indiferencia.


No te basta tampoco con vaciarte, con definirte como nada, sin envolvente ni contenido. También has despojado de cuerpo y alma a los demás, sin pedirles permiso, casi pensando que no te leerán:


“Por eso ya no puedo vivir 

solo dejar que el mundo sueñe 

que vivo y desde el vacío de mi cuerpo 

vibrar al contacto con la materia vacía 

que son cada uno de los seres”


¿Qué buscas, Diego?, ¿qué pretendes?, ¿cómo puedes vibrar cuando contactas con otra materia igual de vacía que la tuya?.


Me ha parecido percibir, y me ha gustado sentirlo así, un haz de luz, de espera y de esperanza, en ese final de tu poema “Oración irónica del miedo a la muerte”:


“tener que ir que seguir ver al final 

el final del camino un precipicio que me llena 

de vértigo y al fondo el misterio nadie sabe de qué!”


Qué tendrá la palabra misterio que a crédulos e incrédulos no cesa de interpelarnos.



Bueno, Diego, ha sido un recorrido que me ha dejado exhausto y con muchas preguntas en mi cabeza, pero he intentado recorrer contigo esos abismos, ese abandono y esa desolación.


Espero con interés tu siguiente libro.


Un saludo y hasta pronto.


Pamplona, mayo de 2021

Isidoro Parra.




  




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