CARTA ABIERTA Nº 3 A JOSÉ MATEOS.


Buenas tardes, José, dicen que cuando un gesto o una dedicación se repite, acaba convirtiéndose en costumbre o en rito. A mí me gusta más la palabra rito que costumbre.


Así que, a pesar de ser solamente la tercera, tomo el hilo de este rito de escribirte cartas al inicio del atardecer en el escenario de mi Monasterio de La Luna.


Hoy quiero transmitirte algunas de las sensaciones que han despertado en mí tus aforismos y pensamientos recogidos en ese libro que titulaste “Silencios escogidos”, publicado en 2013.


Los pensamientos cortos siempre se rozan con la poesía y nos provocan pensar en nosotros mismos, en trasladar su contenido a nuestra historia, buscar las coincidencias o los disensos y pensar. Creo que todo lo que te insta a pensar y lo consigue debe ser bienvenido.


En las primeras páginas, hablas de la piel y las palabras. Me pregunto si es posible, por mucho que lo intentemos, verter palabras que sean opuestas a lo que somos, a nuestra realidad. Creo que no, pueden disfrazarla pero difícilmente cambiarla.


Dices en uno de tus pensamientos: “Soy más que alguien que vive. Soy alguien que se está mirando vivir”. Me ha hecho pensar, José, y no estoy seguro que mirarse vivir sea más que vivir.


Al final de otra sentencia, dices que “la ignorancia nos hace libres”. Siempre he pensado que la ignorancia podía hacernos más simples, hasta más felices, pero ¿libres? Solamente lo veo si equiparamos libertad personal con simpleza, con no vida.


Apostaría en cada momento por no cansarme de mejorarme un poco cada día, pero soy un poco vago, lo confieso.


En varios pensamientos te diriges a Dios o te interpelas sobre su existencia. Me acerco a tu pensamiento al pensar que de no existir los hombres, no tendría sentido alguno la existencia de Dios, sobre todo porque es más que posible que solamente sea una creación nuestra.


Creo que el pensamiento de que “la verdad es cárcel cuando es refugio” es mucho más sutil que lo que ya parece. Convivo con gente que, al menos eso me parece, se ponen el escudo de la verdad por delante y se construyen su propia cárcel.


¡Cuánto me gusta ese pensamiento que expresas diciendo que “no siempre ganan los que vencen”!, aunque confieso que alguna vez me gustaría ver la materialización de la derrota.


Te aseguro, José, que para no ver tan poco, siempre me esfuerzo en ver lo que se oculta tras la pantalla con la que tropiezan mis ojos. Cuando lo consigo, no sé si estoy viendo algo que realmente existe o me lo estoy imaginando.


Hablas del perdón y su efecto en la conversión en bien del mal que te hacen. Llegas con ello muy lejos, José. Yo, por mi parte, entiendo el perdón y procuro practicarlo, también hacia mí mismo, pero no llego a convertir en bien el mal que creo que me hacen. También dudo, en ocasiones, de si realmente he perdonado si no consigo olvidar el mal que creo me han hecho.


Me pongo a tu lado cuando piensas que la consecución de la victoria es el inicio de un peligro mayor: la sensación de la ausencia de cualquier amenaza.


Dices que “cuando la verdad se desnuda hay muy pocos que la reconocen”. Me pregunto si no será porque construimos lo que llamamos verdades con un amasijo de mentiras o medias verdades y, así, perdemos la capacidad de reconocerla cuando se muestra ante nosotros.


Parece triste pero, al mismo tiempo, es bello y halagador eso que dices de la tragedia del poeta, que “nunca podrá llegar a donde llegan sus palabras”. Al menos, si no llegas tú, han llegado tus palabras que quedarán vivas más tiempo que tu propia sombra.

Estoy de acuerdo con ese pensamiento de que “en un poema suprimir es completar”. A mí se me plantearían previamente varios problemas: la idea, la primera escritura, su longitud, empezar a quitar, a poner, a volver a quitar y nunca saber qué es lo que he escrito.


Te aseguro que es liberador el pensamiento que expresas en tu Anti-Hegeliana.


Me pregunto si para esos escritores que citas, que tienen mucho que callar y por eso escriben, será un bálsamo el resultado de su escritura, si al menos serán honestos con ellos mismos para reconocer lo poco que hay de verdad y lo mucho de impostura.


También me han hecho pensar mucho esas frases en las que dices que “la libertad de expresión se traduce normalmente en la impunidad de la mentira”. He pensado en la utilidad que le damos a esa libertad que creemos tener: una parte de ella, es cierto, la usamos en alimentar y hacer crecer nuestra vanidad.


Mira que ponemos cuidado en las palabras que utilizamos en lo que escribimos, en ocasiones para dar a conocer, en otras para tapar, para desviar la atención. Espero que no siempre sean, como dices, que “las palabras: son ellas las que nos escriben”. Muchas veces pienso que sería mejor dejar de escribir y hacerte caso: “Mientras algo pueda callarse, ¿para qué escribirlo?”.


Hablando de victorias y derrotas, muchas veces pienso también que si algo me sostiene en la actualidad es lo aprendido en mis derrotas.


Dices en uno de tus pensamientos: “Abaratamos el sufrimiento al mostrarlo: lo convertimos en moneda de cambio.”. Este mensaje me ha hecho pensar en el sufrimiento, en su uso por la gente que me rodea y en el que hago yo mismo. Creo que el sufrimiento es más enriquecedor, se banaliza menos, si se vive hacia dentro. No puede ser material de competencia. Solamente, en ocasiones puede ser salvador compartirlo, pero nunca con muchos.


Nunca me ha gustado la gente que grita mucho para hablar. Creo que siempre llevan consigo la necesidad de que se reconozca su valía y les importa realmente poco la que tengan los demás. Eso en el mejor de los casos.


Dices: “La mejor oración: una larga escucha que, a veces, cristaliza en palabras”. Voy a callarme el resto del día para ver si fluye la plegaria.


Por último, José, antes de terminar y habiéndome dejado muchos temas sin comentar, quiero hacerte una referencia a tus pensamientos, casi al final del libro, sobre la belleza y la fragilidad. Sabes que estoy de acuerdo contigo porque he utilizado tus palabras cuando me ha tocado hablar y escribir sobre la belleza pero, por mucho que haya escrito, esa corta afirmación me parece contundente como la propia vida: “Sin fragilidad no hay, no puede haber belleza”.


Y hasta aquí hemos llegado hoy, José. Como ves, he pasado unas horas contigo en la distancia, como dice la canción, pero te he sentido cercano, porque al fin, lo que escribimos, querámoslo o no, habla de nosotros mismos.


Hasta pronto, un abrazo,


Amillano, julio de 2021.

Isidoro Parra.












Comentarios

Entradas populares