CARTA ABIERTA Nº 7 A JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO.


Buenas tardes, José. Esto de las cartas es un poco lío.


Cuando comencé a escribirlas, intentaba seguir un orden en cada poeta, leer primero sus primeros libros y escribir sobre ellos, continuando con los escritos posteriormente. Me parecía que, de esa forma, iría conociendo la evolución de su poesía y eso me ayudaría a trenzar el hilo que unía unas cartas con otras.


En tu caso, he roto ese propósito. Te escribí la primera carta justo cuando acabé de leer tu último libro de poemas, “Los retales del tiempo”.


Después, siguiendo un orden cronológico de escritura, he llegado hasta “La estación que gusta al cuco” que, justamente, es el publicado previamente al de los retales. Sobre él quería hoy hablarte. Da la sensación que voy a recorrer tu camino de poeta en sentido contrario al del paso del tiempo en tu vida, pero al leer este último libro, me ha parecido que tu poesía no tiene tiempo porque es de todos los tiempos.


Lo que sí es cierto es que al llegar a este libro no he podido menos que recordar algunos de los poemas de Los retales… porque creo que los poemas que reuniste en tu último libro son, en parte, herederos de estos anteriores.


Algunos de los poemas de esta Estación hablan de cosas sencillas que, si uno se interesa por ellas, son extrañas a edades o tiempos concretos de una vida o del mundo; siempre están ahí para inspirarnos, para hacernos ver un poco más allá de ellas, para traerlas un poco más cerca de nosotros mismos.


Por eso y por los comentarios que haré a algunos poemas, creo que, por lo leído hasta ahora, no tiene mucha importancia el itinerario de la lectura de tus poemarios, lo que tiene importancia son los poemas mismos, tu mirada.


La primavera y el cuco, una cercanía innegable.


En el primer poema, “El cuco”, estableces ya un diálogo desde tu aislamiento voluntario, una comunicación con lo imposible, pero cercano.


En “Desfile”, nos lanzas un anuncio puntual, la sinfonía de una ópera.


En “Puerta entreabierta” nos predispones a sumergirnos en el regalo de la vida, en la gratuidad de la vida creada para nosotros.


En “Nocturno” nos cuentas una escena también nocturna y un momento concreto, también nocturno.


En “Habitación cerrada” traes al presente un pasado adormecido que fue y que el naranjo desvela, encendiendo la sed de saber, reconociendo la herencia del tiempo.


A pesar de la insistencia del pájaro carpintero en picotear el árbol, a pesar de la ocasional inutilidad del intento, queda el gesto, el ritmo y las notas.


Algunos poemas tuyos, como “Luna con cerco”, han obrado el prodigio de traerme a la memoria a la tan querida Gloria Fuertes.


Tu poema “Luna en el agua” me ha llegado como el filo de un fino cuchillo de perfiles helados, con heridas y pieles en espera de picos y cortes profundos.


Los vencejos de tu poema contemplan, inquietos, un paisaje lleno de ventanas y de trampas. Pienso si su actitud no será una prueba de su cautela.


La “Luna menguante” de tu poema parece una intrigante a sueldo. Me cuesta ver que tenga inciertas y lúgubres intenciones.


Será la “esfinge” o el ser libre que vuela solo, siempre vigilando y esperando, buscando el sentido del ser.


No te fíes ni de tu sombra, decían, y decían bien. Basta una inocente nube para perderla.


En “Corolario” vuelves a conversar con la belleza y me pregunto si no será asumir una nueva obligación, una presunción de la vanidad.


¡Qué recuerdos, José, qué añoranzas te trae el Ángelus! Con esa infancia no es raro pensar que te llenaste de vivencias para toda la vida.


Aunque no cites la palabra, en “Rosa de invierno” hablas de la belleza y, al leerlo, me ha venido alguna imagen de los diarios de Etty Hillesum, un recuerdo de que la belleza es posible en cualquier sitio, incluso en el barro, entre los ladrillos de un muro.


Al leer tu poema “Rimbaud”, he pensado que tal vez sea mejor no leer las instrucciones de uso, ni los prospectos de las medicinas.


Un suspiro en el instante del tránsito es lo que he notado respirar en tu poema “Los bordes del mundo”.


José, por favor, no cortes los chopos del paseo antiguo. Algo de lo que escucharon se lo quedaron para siempre y liberaron cargas.


¿Sobre qué asunto conspirarán las grullas?.


Me gusta más la interpretación que haces en “San Mäel” del origen del tamaño de los pingüinos que la que escuchamos a los biólogos, más acorde con su figura, más aceptable.


¿De quién huye la liebre, José, del hombre o de sí misma?.


Plenitud de estar en “Mañanitas de abril”, clara y amplia, eterna y simple.


El invierno se convierte en espía, en ladrón de intenciones aviesas, renuncia a desparecer cuando la primavera se anuncia.


Mis nietos, cuando vienen a nuestra casa, juegan de manera incansable con los caracoles. Por eso, les he leído tus poemas en los que das entrada a sus casas en la historia de la poesía.


No solamente es más práctico el mandil de carnicero para la historia, también es más apropiado.


¿Cómo vamos a encontrar las verdades si están ocultas en una caja de zapatos de niño? Seguramente, cuando crecemos, las olvidamos o las entregamos al fuego devorador.


He leído “Historia de un pino” y he pensado en esa posible o imposible unión en soledad o en si es posible porque precisamente parece imposible porque estamos envueltos en poesía.


Enorme y breve la lisura del guijarro, pero tan acariciable como prescindible. Tal vez por eso es tan delicada.


Universales las lavanderas, además de dar blancor al mundo, daban rojeces a sus manos y alimento a sus hijos.


En el “Claustro del císter”, esa necesaria hermosura tal vez sea la estética de lo suficiente.


Al leer “Las tareas serviles” he pensado que el silencio también puede ser el aposento del miedo, es cierto, pero ¡qué contradicción!


Ese gallo de la veleta, gesto firme, sin titubeos, nada de bailes, ¡qué tristeza la certeza, aunque sea la del óxido!


“Psicoanálisis”, juego de importancias, de verdades y de falsedades.


A mí, los cardos secos, a partir de octubre, enhiestos, me recuerdan a los alabarderos de las procesiones de Semana Santa, en mi infancia, en mi pueblo natal.


En “Tinieblas”, noche interior y noche de las periferias, sangrante la una y la otra.


Las últimas sonrisas, casi carcajadas, al leer tus poemas, José, han surgido al leer tu “Importune”. Estoy seguro que lo entenderías.


Y hasta aquí, José, de momento.


Un abrazo y muchas gracias.


Pamplona, agosto de 2021.

Isidoro Parra.

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