CARTA ABIERTA Nº 2 A KARMELO C. IRIBARREN.

Buenos días, Karmelo, espero que esta mañana de octubre hayas tenido un buen encuentro con el mar, con tu mar.


Yo, sin mar frente a mis ojos, quiero enviarte algunas palabras sobre varios poemas tuyos que he leído en tu poemario “Mientras me alejo”, publicado en 2017. Es el libro que pillé, de la estantería, tras leer “El escenario”.


No me suele gustar mucho leer las introducciones, prólogos o presentaciones de los libros. Creo que a veces se alargan excesivamente, en un ejercicio de lucimiento personal, y te alejan de la sorpresa que te proporciona un libro de poemas, de la experiencia cruda, directa, de pasar a su lectura y sumergirte en sus verso. En este caso, Luís Alberto de Cuenca escribe un prólogo corto, directo, que surge de la admiración que te profesa. Me quedo con ese reconocimiento del valor de la poesía realista y esas palabras que te dedica: “Crees que hablas de tu vida, pero estás hablando de la mía. De todas las vidas. Eso es lo que justifica tus versos. Tus lectores no leen lo que has escrito: lo protagonizan”. Estoy de acuerdo.


Admiración y crítica escéptica al optimismo en tu primer poema, “Extraordinario”. Yo también pienso que tiene que ser extraordinario ser optimista, aunque, en ocasiones, me visto con ese modelo antiguo, para despistar.


En tu poema “Paseo nocturno”, parece que has encontrado refugio en las acacias, a las que haces cómplices de tus pensamientos. Puede ser un engaño, ¡cuidado!, aunque entiendo que resulta cómodo hacer cómplices a los que no te pueden cuestionar.


“La eternidad” en el interior de las iglesias. Estoy de acuerdo en que esa idea se respira entre las luces y las sombras que se proyectan entre sus muros. Yo me quedo con la sencillez de líneas y la austeridad de las románicas y con las góticas de techos altos, muy altos, tan altos que cabe imaginarse todo, hasta la eternidad.


¡Qué pena que el sol se haya acabado de ir, Karmelo! Ni los recuerdos recurrentes ni las sonrisas forzadas sirven para olvidar el pasado que no nos gusta. Yo suelo optar por hacerlo más mío que mis aciertos, no renunciar sino aceptar y …, si se puede, perdonarse, sin entender.


Todo el mundo lo cita, todo el mundo lo alaba. Por eso, poco o nada importante puedo decir de tu poema “Septiembre”. En mi caso, gustándome como me gustan los poema cortos, en éste he descubierto la distancia y la desesperación, en tres líneas:


“Tú en la playa

-recogiendo- 

y el mar desesperado.”


En alguna carta a otros poetas -es posible que también a ti, en mi primera carta- hablo de la sonrisa ausente y bobalicona que aparece en mi rostro al leer algunos poemas. Al leer el tuyo, “El poeta menor”, he encontrado los versos que definen ese estado:


“ y mire -con la melancolía 

que pone en la mirada lo perdido- 

hacia los días en que pudo ser feliz.”


No todo van a ser alabanzas, Karmelo. Me ha hecho pensar hasta el desacuerdo -entendiendo la pérdida-, ese sentimiento de mirar atrás y enfrentar los pensamientos de lo que habrías hecho y lo que no, pero después de haber vivido lo que dejaste de vivir. Peligroso, irreal.


“La niebla” que todo lo cubre y que todo lo iguala, que introduce el misterio donde el sol exhibe la verdad desnuda, sucia a veces.


Es cierto que la épica del fracaso ya no vende. Vende más la carrera del éxito, del dinero, del plástico y de los click, pero no me negarás que el fracaso duele y, en ocasiones, enamora.


Me gusta el retrato que haces de la llegada del otoño, de esos detalles imperceptibles que corroboran su presencia, de esas escenas que se ven y se hacen más notorias en esos días.


¿Y qué decir de esos pequeños remolinos de aire que nos hacen temblar y pensar?


Me planteo, Karmelo, esa pregunta que insinúas al final de tu poema “Esos días”. ¿Por qué a algunos no nos basta con tener mucho más que los demás, mucho más que la media de los hombres, incluso con todo? ¿Cuál es el origen de esa maldición?


Al leer tu poema “Habrá que acostumbrarse”, en el que hablas de la vejez y de la imposibilidad de tocar el mundo, aunque esté a nuestro lado, me he acordado de ese otro poema de tu libro “El escenario” en el que escuchas la música que ya no puedes bailar.


He sonreído al leer tu reproche a “La poesía”, al hecho de que se haya ido y no vuelva -lo que no es cierto. Te sugeriría que no la llames, que la dejes que venga cuando quiera y que respetes tu distancia, es posible que tenga miedo de que te la quedes sólo para ti.


¿Por qué no intentamos jugar a olvidar la lógica del emisario?


“Fugaz”, pero cruel y profunda la herida del desdén.


Redondo “El secreto de la vida”. ¿Cómo escribir un nuevo poema de amor cuando todo está dicho aquí?.


Ni Machado puede salvar esa melancolía de “El otro invierno”. Permíteme que transcriba la desolación:

 

“Te vas quedando solo 

con tu sombra en verano 

y el invierno amenaza cada invierno 

con ponerse aún peor.


Te entra el frío hasta el alma.


Y ya no esperas 

ningún milagro de la primavera.”


Tampoco estoy de acuerdo, Karmelo, en que los momentos buenos que atesoran nuestros recuerdos sean objetos ya inútiles. No es necesario castigarse tanto.


Melancolía gozosa en esas miradas de los domingos de invierno, desde tu casa.


Tú la miras para que se quede, yo te leo para vivir.


¡Qué reproche más bello le haces al mar en el poema del mismo nombre! Creo que habéis hecho  juntos un recorrido de mutuo conocimiento.


Y para terminar, una declaración de principios, una definición de tu ser y de tu vida en el poema final, “Un mal ejemplo”.


Hasta aquí, Karmelo, gracias de nuevo por los momentos que me has hecho vivir.


Pamplona, octubre de 2021.

Isidoro Parra.


Comentarios

Entradas populares