CAMINO A SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. Décimo cuata etapa.

DIA 2 DE OCTUBRE DE 2017:

DE CALZADILLA DE LA CUEZA A CALZADA DE COTO.


Ayer pensé en dar un pequeño acelerón al recorrido y dejar atrás el que parecía el destino lógico de la etapa de hoy, Sahagún, pensando hacer unos veintisiete kilómetros, pero mucho me temo que se prolongará alguno más, como me está pasando en otras etapas.


Por eso, he salido temprano, comiéndome un plátano y esperando poder desayunar en alguna parada, cuando el cuerpo me reclame más alimento. El frontal me hace compañía y me alumbra el camino para no perderme y acompañar mis primeras reflexiones sobre las jornadas de ayer y antes de ayer en las que he tenido compañía y mi situación de hoy. Lo cierto es que, por una parte, como decía ayer, me he quedado un poco triste, con una sensación de abandono o de huida, pero, por otra, creo que lo que vuelvo a emprender hoy es lo que pretendía hacer, caminar solo y pensar solo, es mi Camino, el humilde proyecto más personal de mis últimos años de mi vida.


Y lo cierto es que lo que pensaba ayer en el hotel es cierto. Esta mañana he tenido la sensación de volvía a buscar El Camino, esperando que estuviera allí, esperándome, dejándome recorrer su trazado como el más anónimo y humilde de los que han hollado su huella.


Desde el amanecer, que apuntaba hacia las siete y media, se veía que iba a ser una jornada con sol, atenuado por las nubes, pero sin lluvia.


El protagonista indiscutible de mis horizontes del día han sido las nubes, abundantes pero sueltas, de todos los tipos, claras y oscuras, algodonosas y estiradas como líneas, iluminadas por el sol al amanecer y opacas cuando son más densas, desprendiendo lluvia a lo lejos o dejando caer inmensos arco iris como cortinas enganchadas a sus entrañas.


No estoy seguro de que alguna de las muchas fotografías que he sacado de las nubes le sirvan a Cristina pero, intentarlo, lo he intentado. Además, lo he disfrutado, porque ha sido un espectáculo de brillantez y luminosidad que merecía ser contemplado.


Intento encontrar imágenes en las nubes que pueda identificar como algún animal, alguna actitud, algo especial, con objeto de entender lo que está haciendo Cristina, pero no lo consigo. Hay momentos que me parece ver algo, pero siempre le falta algún matiz para entender lo que quieren decir, si es que quieren. Puede que sea la falta de costumbre o que no tenga la sensibilidad para verlo. ¡Qué le vamos a hacer!.


Por otra parte, el contraste de ese cielo azul, suave y misterioso al amanecer y más opaco en las horas posteriores, cargado de blancas nubes, en contraste con la paleta de ocres de la tierra castellana configuraba paisajes sugerentes en cada momento que te parabas a mirar, paisajes poderosos, con sello de tierra antigua.


Dejando a mi izquierda Santa María de las Tiendas, he seguido por un camino bordeado por fresnos a mi izquierda para llegar a Ledigos donde he parado a desayunar en el bar del albergue El Palomar. El pueblo, salvo la iglesia, no parece tener mayor interés. Hecho en falta no ver más palomares que me hubiera gustado fotografiar. Veo dos a mi izquierda, pero un tanto alejados del Camino.


Hoy se adelanta San Juan de la Cruz:


(La Esposa)

Mi amado, las montañas, 

los valles solitarios nemorosos,

las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos,

el silbo de los aires amorosos,


la noche sosegada

en par de los levantes de la aurora,

la música callada,

la soledad sonora,

la cena que recrea y enamora.


Como hago todos los días, mientras camino, voy observando mi sombra en la tierra que, en función de la hora es más larga o más cortas, en función de la luz, más nítida o más suave, en función de la tierra sobre la que se asienta, más concreta o algo desordenada, en función de mi actitud, más expandida o más recogida. En este momento, en el que la luz empieza a cobrar fuerza y hago el camino en solitario, mi sombra tiene una nitidez inusual y es larga como la de un gigante.


                                (Mi sombra en el camino a Moratinos).


Me ha resultado curioso Moratinos, con sus bodegas enterradas en la tierra de un montículo a la entrada del pueblo y a la derecha del camino, motivo para que muchos extranjeros hicieran una parada para ver si podían entender qué era aquello tan prehistórico que parecen cuevas trogloditas, aunque tal vez sepan lo que es y persigan probar el vino almacenado en ellas. Tengo algunos recuerdos de mi niñez de haber bebido vino de este tipo de bodegas en Alagón, cuando iba de pequeño a casa de mi tía Nati. Nunca me gusto lo que probaba.


Luego, a mi izquierda, esas dos fachadas de casas, que destacan por su singularidad: una de adobe, de planta baja y un piso, con puertas y ventanas pintadas de azul claro y brillante, cerrada pero viva; y la otra, apenas una tapia de un huerto que se vislumbra tras ella, con toda la simbología árabe que, si me dejo llevar por la imaginación, la veo en cualquier calle de Kashgar, donde no desentonaría ni por el color y desarreglos de la fachada ni por lo polvoriento del suelo que la rodea.


Son impactos visuales que no se borran nunca de tu retina ni de tu memoria.


Y para despedirme, esos abrigos o bufandas de ganchillo que arropan los troncos de los plataneros de la plaza, hechos seguramente por las mujeres del pueblo en algún concurso o en alguna iniciativa colectiva para llamar la atención.


Estos detalles del pueblo, no son mucho para constituir un foco de atracción, pero, sin duda, hacen muy agradable el paso por este tramo.


Algo más adelante, cuando llevo lo que creo son más de dos tercios del camino, llego a San Antonio del Real Camino y me paro en los porches de la Iglesia a tomar una fruta y descansar un poco. Un lugar apacible y que huele a proximidad de meta.


Pienso en Gloria, mi prima, en su marido, Juan, y en sus hijos. Glori, para mí. Nos separan siete día y ni un milímetro en los sentimientos. Siempre ha sido una parte de mi vida y yo creo que de la suya. Las distancias han sido vacíos temporales que solo han servido para darnos cuenta, al reencontrarnos, que todo sigue igual. Glori, con una capacidad asombrosa para asumir lo que le traiga la vida, para ayudar a los demás, para poner el punto de humor y la sonrisa donde otros no verían la oportunidad, aprovechando la vida de esta etapa a tope, con Juan, al que se le escapa el amor por los ojos, la adoración a su mujer.

   

Poco antes de llegar a Sahagún, el camino se desvía hacia la derecha, para pasar por la ermita de la Virgen del Puente y el puente medieval previo.


El puente, pequeño, antiguo y precioso, de piedra de sillería hasta el límite superior de los arcos y rugosa y oscura en la parte que se eleva sobre ellos. La ermita, pequeña y estrecha, de ladrillo viejo y paredes encaladas conforma con el puente un conjunto que te hace pensar en lo significativo que tuvo que ser ese enclave. El río Valderaduey humedece los árboles que la rodean para darle sombra y empaque. Su estilo mudéjar define su época y, en otros tiempos, fue hospital de peregrinos, allá por el siglo XII.


En su entorno se ha instalado un mobiliario de descanso hecho con hierro oxidado.


El paso por Sahagún es aburrido, contrario a la idea que me había hecho al ver algunas torres preciosas de iglesias que sobresalen sobre los tejados. Hago algunas compras de tiritas y fruta y saco dinero en La Caixa, donde me dejo el bastón, según compruebo más tarde. Recorro las calles en un día que parece de mercado y no acabo de encontrar el encanto, me parecen agobiantes.


Pensaba visitar algunas de las iglesias que he mencionado, pero en la oficina de turismo, ubicada en una iglesia desacralizada, en la que he entrado para sellar la credencial y adquirir una nueva, ya que me quedan pocos espacios en la primera, me informan, aparentemente desolados, que están todas cerradas. Aprovecho para ayudar a la persona que atiende, haciéndole de intérprete con algunos extranjeros.


Así que salgo de Sahagún, no sin comprar unas pastas típicas de almendra amarga, para dirigirme a mi destino al que llego cansado, sobre todo por lo monótono del camino y por lo duro de los últimos kilómetros con cruces de camino por, sobre y bajo carreteras, autopistas y autovías, con la duda permanente de si me estoy equivocando.


El albergue San Roque, en el que he reservado me sorprende. Es un albergue sencillo, pero limpio y completo, atendido por un hospitalero voluntario y propiedad del ayuntamiento. El Hospitalero hace guardia durante una semana o más para atender el albergue sin cobrar nada. Pertenece a una de las redes de hospitaleros, generalmente formadas por personas enamoradas del Camino.


Por eso, el pago es voluntario, aunque yo ingreso lo que me cobran en cualquier otro albergue privado. Lo malo es que el único bar del pueblo está cerrado los lunes y me tengo que arreglar con unos frutos secos y chocolate para el mediodía y para la noche voy a buscar cosas a la tienda del pueblo con objeto de improvisarme una cena compuesta de una ensalada variada y leche con alguna galleta.


El hospitalero, cuando le he dicho que me había dejado el bastón en el cajero de Sahagún, me ha dado uno abandonado que está bastante roto, pero que me servirá para salir del paso hasta que pueda comprarme otro.


Elijo litera y me doy la consabida ducha y arreglo de pies.


Mando mi mensaje del día: “Décimo cuarta etapa concluida. De Calzadilla de la Cueza a Calzada de Coto (pasado Sahagún), 36.745 pasos y 30,2 kilómetros.”


Mientras como lo que tenía, examino la guía  y tomo la decisión de ir hasta Reliegos,  pasado El Burgo Ranero que sería el destino lógico, en una etapa larga, pero me siento fuerte y quiero aprovechar.


Aprovecho para hacer mis lecturas y termino “Fresas”, de Joseph Roth, que me ha parecido una delicia. Así de fácil escribe:


“Por la noche despejaba. Una mañana cesaba la lluvia y llegaba el sol, como si regresara a casa después de unas vacaciones.

Ése era el día que habíamos estado esperando. Ése día las fresas tenían que estar maduras.”


Aparentemente fácil, endiabladamente difícil.


Sigo con los habituales y le doy un buen empujón a Copérnico. Me parece una gran novela, con mucha fuerza y sin concesiones.


Steiner sigue presente como una sólida lectura del Camino:


“A lo largo de mi vida, excesivamente locuaz, he sido un coleccionista de silencios.”


Me agarro tanto al libro que lo termino a media tarde. 


Durante algo más de media hora, el hospitalero me deja al cargo del albergue para ir a hacer unos encargos a Sahagún. En ese rato, recibo a algunos peregrinos, les inscribo y les enseño el albergue.


Durante la cena, hablo un rato con un hombre mayor, de Madrid, que está haciendo el tramo Roncesvalles a Santiago y tiene previsto, acto seguido, hacer de Santiago a Roma, casi nada. Parece que obedece a alguna promesa cuyo contenido no explica ni yo le hago preguntas. También me dice que piensa quedarse unos días en León a ayudar a unas monjas en un albergue.


Recuento físico:

Pasos del día: 36.745. Acumulados: 463.291.

Kilómetros del día: 30,2. Acumulados: 372.


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