EJERCICIO DE TALLER XII. SEMANA SANTA EN LAS TIERRAS DEL SUR,


SEMANA SANTA EN LAS TIERRAS DEL SUR.


Nací y crecí, esencialmente, en un pueblo de nuestra Ribera navarra.


Es cierto que algunos periodos, entre los cinco y los once años, viví con mi hermana, en Ibarra-Tolosa. Creo que nunca consideré esas estancias como naturales a mi niñez. Probablemente, sentía que estaba allí por circunstancias que no eran deseadas ni buscadas: problemas de largas enfermedades de mi padre, ausentaban a mi madre de casa y no parecía muy oportuno que me quedara con mi hermano, los dos solos.


En San Adrián, crecieron mis deseos y mis miedos, peleé con mis timideces y también por mi necesidad de integrarme con otros amigos; allí se despertaron mis inquietudes por estudiar, por amar y sentirme amado.


Con mayores o menores dificultades o facilidades, todo ese cúmulo de sentimientos y devaneos me llevaron, afortunadamente, a sentirme parte activa de lo que siempre hemos llamado “una cuadrilla”.


Pienso que esa tierra de ríos amplios y pocas montañas, de campos fértiles, sequedades de salitre y tierras baldías, es una tierra rotunda, como lo son los sentimientos que desarrollan y las actitudes que ponen de manifiesto sus gentes.


Cuando se ama, se ama; cuando se odia, también se odia de verdad, hay almas delicadas, pero prevalecen las bravuconadas y una cierta falta de sensibilidad por los libros y las artes en general.


Tal vez, de ese carácter provenga también el hecho de que cuando se planeaban travesuras colectivas, fueran también rotundas.


En San Adrían, existía y existe una sola cofradía, la de la Vera Cruz, encargada de organizar la Semana Santa, de vestir los pasos, de repararlos si lo necesitan y, en aquellos tiempos, de comprar algunos nuevos que faltaban para completar el relato de la Semana Santa. Yo viví la compra de la entrada en burro de Jesús en Jerusalén.


Creo que todas las familias del pueblo pagaban una pequeña cuota anual para sostener la cofradía y financiar algunas adquisiciones, pero la mayor fuente de ingresos de la cofradía era la subasta de los pasos y figuras para los desfiles procesionales.


Aproximadamente, un mes antes de las celebraciones religiosas, se procedía, en un aula de las escuelas municipales, a subastar paso por paso, doliente por doliente, buscando que en la puja subieran las apuestas y se pudiera recaudar más dinero.


Tendría yo unos diecisiete o dieciocho años cuando en mi cuadrilla, se pensó hacer la trastada siguiente: repartiéndose los papeles, incluso enfrentándose en las pujas, varios amigos de la cuadrilla, se adjudicaron todos los pasos de ese año, incluida la figura del Cirineo que consistía en hacer toda la procesión descalzo y cargando una cruz que pesaba lo suyo.


Las personas que “controlaban” la subasta se quedaron estupefactas, pero nada podían hacer. Algunos de los amigos tenían algo más de edad y habían asumido, por fallecimiento de sus progenitores, el papel de socios de la cofradía y, por tanto, tenían pleno derecho a pujar.


Los que en aquél momento dirigían la cofradía no debieron quedar muy tranquilos con el resultado de la adjudicación, aunque se había recaudado, teóricamente, mucho más dinero que nunca. Así que, ni cortos ni perezosos, fueron pasando por las casas de los padres para contar y verificar lo que había sucedido.


Cuando nuestros padres se mostraron ignorantes y sorprendidos, acto seguido, nos preguntaron y nos obligaron a confesar la fechoría, se zurró la badana de muchos traseros, se tiró de bastantes orejas, se abofetearon rostros y se oyeron voces gruesas.


La cofradía tuvo que volver a repetir la subasta, pero nosotros habíamos cosechado una aureola de osadía que nos hizo ganar puntos en algún entorno femenino.


No puedo evitar acordarme de estos hechos cuando pienso en la Semana Santa, supongo que el hecho de que eso sucediera en los años en que todo eran ilusiones y te sentías capaz de alterar el curso normal de las costumbres, es lo que alimenta el recuerdo.


Pamplona, junio de 2021.

Isidoro Parra.

  


Comentarios

Entradas populares