CARTA ABIERTA Nº 1 A LUIS GARCÍA MONTERO.


Buenos días, Luís.


Ayer terminé de leer el que creo es el último poemario tuyo publicado: “No puedes ser así”.


Lo cierto es que hacía mucho tiempo que no leía poesía tuya y tengo que decirte que me ha costado entrar.


Te recordaba más pegado a la vida diaria, algo menos elevado, pero no me tengas en cuenta lo que digo porque mi memoria y mis habilidades como lector no son tan altas como para poder afirmar muchas cosas. De hecho, ya me estoy arrepintiendo de haberte dicho esto.


Sea por lo que sea, también puede serlo por mi estado de ánimo, que siempre influye en las sensaciones que uno disfruta al leer un libro de poemas, pero lo cierto es que me ha costado entrar; he pasado páginas y poemas sin hacer ningún comentario, sin incluir un signo de aceptación, de reconocimiento.


Ahora que lo he terminado, tengo la sensación de que debo releer la primera mitad. Tal vez, me ha costado encontrar al poeta que yo esperaba, porque lo cierto es que estás presente desde el primer poema. Digo todo esto porque he disfrutado con muchos poemas de la segunda parte y, por eso, a éstos me voy a referir en las siguientes líneas, pero no vas a encontrar muchos comentarios sobre los poemas de la primera parte. Los dejaremos para una próxima relectura.


Como testimonio de ese final feliz, he vuelto los ojos y las manos a mis estantes de poesía y he rescatado de su formación cuatro libros tuyos, anteriores a éste último, y he comenzado a releer “Habitaciones separadas”, pero eso será, si lo es, tema de otra carta.


Volviendo a “No puedes ser así”, mi primera señal de sorpresa, de admiración y respeto, la encuentro en tu poema “Señas de identidad”, ese murmullo de sensaciones que se viven en un viaje, cuando tu cuerpo aterriza en un hotel. Siempre pasa algo o, al menos, algo pasa en ti mismo, sin que tenga que pasar nada, realmente, a tu alrededor. Y siempre esa mirada a la calle, generalmente desconocida que, en la noche, se extiende ante tus ojos como un desierto algo aterrador.


Paso bastantes páginas sin dejar ninguna huella, hasta llegar al poema IV de “El quinto cuarteto”, en ese final en el que tu oficio de gran descubridor o de simple buscador te ayuda a encontrar huellas, aunque sean de la soledad, en la alfombra extendida, pisada, de un relato.


Confieso que no me gustan demasiado los poemas que hablan de escritores, pintores o pensadores antiguos. Me resulta difícil recorrer la distancia entre lo que fueron realmente, lo que se cuenta o hemos aprendido de sus vidas o sus pensamientos, lo que el poeta -tú, en este caso- escribe sobre ellos y mi capacidad de entenderlo. Solamente cuando el relato se vuelve abstracto y universal, puedo dejar mis ojos fijos en un verso. Así me ha pasado al final de tu poema “Kavafis”, cuando dices:


“Ya no se trata de sabiduría: 

es la imaginación en busca de recuerdos 

que se llaman belleza y porvenir.”


¿De eso está hecha la sangre de los dictadores, de miedo, ambición y verdad? Si es así, que puede serlo, no hay mucha diferencia entre ellos y el resto, pero, si podemos, deberíamos conservar esa pequeña diferencia, sea la que sea.


A mi también me duelen las sombras, pero no sabría expresarlo con el consuelo de la belleza de tus palabras, las de los versos finales de tu poema “Duele una sombra”:


“Me empuja una razón con soledades, 

el olvido de aquel que tiene prisa, 

la prisa del que huye de un olvido.”


En “Obras completas”, mi mente ha volado a la lectura de aquellos primeros libros de niñez, de juventud. No habría sabido decirlo así, de forma tan amplia y, al mismo tiempo, tan cerrada, siempre bella, como tú lo haces en este poema:


“Era la soledad 

de una paloma oscura,

el amarillo hiriente del limón 

como un sueño en la boca, 

la luna estremecida de aquello que no vuelve 

y el sol entre los cascos de un caballo 

por el amanecer del horizonte.”


Cuando decía, hace un momento, que no me gustaban demasiado los poemas que hablan de personas que ya nos han dejado, que hablan del ayer, podría ponerte como ejemplo tu poema “Noviembre de 2015”. Cuando repaso sus versos, leo la lucha entre la poesía y el resto de la literatura, por ausencia, las letras entendidas con el color de tu propio pensamiento, huellas de política, de tu ideario y no puedo evitar pensar en la caducidad.


También me pasa con este tipo de poemas, escritos por cualquier poeta, no solamente por ti, que cuando leo verso tras verso la opinión o el recuerdo de otro poeta, me pregunto si el que los escribe no se ha quedado, tal vez, un poco vacío de sí mismo.


Hablando de recuerdos, leyendo tu poema “Democracia tres”, siguiendo la línea de la mirada de esa rosa seca hacia el jardín de rosas frescas, no he podido evitar traer a mi memoria a Rilke.


Me he detenido unos minutos leyendo y releyendo tus versos de “La libertad de los condicionales”. Hay que ver qué juego dan los condicionales:


“Si alguna vez la noche te persigue 

a lo largo del día, 

piensa que cada sombra es un comienzo 

y amanecer tan solo una costumbre.”


Y, así, Luís, verso tras verso, he llegado al final, con cierto deseo de volver al principio, pero lo voy a dejar reposar y me dirijo, esperanzado, a otras letras, a otros tiempos tuyos.


Gracias. Hasta pronto.


Pamplona, marzo de 2022.

Isidoro Parra.  


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