CARTA ABIERTA Nº 8 A ANA BLANDIANA.

Buenos días, Ana.


Me ha llevado unos cuantos días leer un libro que Galaxia Gutenberg ha publicado recientemente con el título “Un arcángel manchado de hollín”, sacado de tu poema “Hollín”, que contiene tres libros tuyos de poesía: “Estrella predadora”, de 1985; “La arquitectura de las olas”, de 1990; y “El reloj sin horas”, de 2016.


Los tres libros corresponden a épocas y momentos diferentes de tu vida, el primero antes de que te fuera prohibido publicar poesía, el segundo después de que “te fueran abiertas” de nuevo las puertas de la sociedad y el tercero pasados ya unos años. Se notan las diferencias de tu estado de ánimo entre ellos. Al menos, eso me ha parecido percibir.


A pesar del interés y del placer que me ha supuesto leerlos, tengo que confesarte que me ha resultado difícil, Ana. Creo que hay que saber más de ti, de tu vida, de lo que se vivía y lo que no se podía vivir en tu país, para poder entender con más profundidad lo que dices en tus poemas. Hay demasiada vida encerrada en ellos, demasiados gritos necesarios, demasiado sufrimiento, personal y colectivo, para que alguien como yo pueda entenderlo.


A pesar de eso, gracias por tanto testimonio, por tanta hondura, por ese torrente de heridas abiertas y por esos momentos de salvación.


Voy a intentar transmitirte algunos de mis pensamientos, sin hacer referencia a poemas concretos. Creo que, en este caso, sobra la referencia a este o ese otro poema. Cada libro es una unidad, un ingrediente único de tu vida.


Hablando del primero de ellos, “Estrella predadora”, he observado el vuelo de los ángeles que todo lo ven, que husmean por todo lo que nos rodea, que intentan sacrificios sabiendo, seguramente, que no se pueden inmolar por nosotros.


He apreciado cómo seleccionas y atrapas las palabras más sencillas, en ocasiones las más rotundas, para hacer con ellas un juego literario con mensaje encerrado, tras las que se esconden mensajes más directos y concretos.


He visto que deslizas tus palabras sobre la barnizada faz de los cuadros antiguos para explicar la significación del nacer, del amor como única tabla de salvación.


Hay lamentos casi silenciosos que recorren los rostros sin intercambio de miradas entre tus cercanos y tú, todos silenciados por el miedo.


Me ha parecido que, para ti, en esa época, el valor era objeto de búsqueda, pero se escondía, se camuflaba tras las alas, las manos, las letras.


Simbologías caminando, casi volando, entre las ramas de los árboles, abetos en este caso, en un escenario de huidas, de terror, en el que sólo las ramas optan por quedarse en su casa.


Acercándome ahora al segundo, “La arquitectura de las olas” se puede apreciar que no solamente han pasado cinco años entre el primero de los libros y éste, han pasado más cosas, han intentado enmudecerte, asesinar tu palabra, pero has vuelto como el río a un cauce abierto hace años, al cauce natural por el que el agua quiere llegar al mar.


Me ha parecido un libro atravesado por el dolor de las experiencias vividas.


El libro está sembrado de trampas, unas que lo son realmente y otras que solamente son señuelos, apariencias, en las que se dan todas las contradicciones, en las que podemos buscar al otro y encontrarnos a nosotros mismos.


Hay algo más que esperanza, hay convencimiento, seguridad, en que llegarán las trompetas que anuncien la libertad, futuros y numerosos días en los que podremos cantar la alegría de estar vivos.


Hay encendidos cantos al amor, a la certeza de que solamente el amor puede mantenernos.


Hay igualdad entre los contrarios, si es que lo son no siéndolo; entre las víctimas y los testigos.


El cuestionamiento de los golpes no hace más débil tu discurso, lo engrandece, lo hace más fuerte. En muchos momentos y situaciones de la vida, el odio solamente se puede combatir con el amor. Por eso, me parece mucho más que profundo ese mensaje: que entre la venganza y la coartada no tengas miedo, pero que te parezca más grande la humillación de golpear.


Llanto por tu país, épica de su existir, del transcurrir de cualquier abandonado por la libertad, de cualquier desconocido con nombre.


Movimiento, olas grandes, ajenas al mar, fragmentos de terror, movimiento sin destino, desconcierto que llena las páginas y habría llenado los días y las noches.


También me ha parecido ver rebeldía sin victoria, rendición, pero también nacer desde la derrota, aferrándose a la cuerda … o la mano.


Me ha parecido leer, en esa espera de los días sin luz y con dolor, el reconocimiento y la aceptación del camino a la eternidad menos explicable.


Hablas de inscripciones y entiendo que lo eran para el presente que vivías y para el futuro, no para las lápidas del pasado.


Si piensas que no hay que pedirle al verdugo la respuesta de la diferencia entre el bien y el mal -posiblemente estás en lo cierto-, ¿nos estás diciendo que nos abstengamos de la esperanza en los humanos?


A pesar de lo dicho, no me resisto, Ana, a reproducir estos versos de tu poema “La cripta exterior”, en el que he querido leer la esperanza de lo improbable:


“¿Quién pudiera detener

El navío

Una vez haya partido,

O quién podría despertar 

Al que sueña con él?”


Me ha parecido leer excepticismo y determinismo inferido por otros al resto, diferente para cada uno.


Parece, al leer algunos de tus poemas, que la desilusión es la flor que más abunda en el caos de la destrucción. Temblores.


A pesar de que tú elegiste tu propio compromiso, dejas las puertas abiertas a que el compromiso de cada ser sea opcional, libre, aunque produzca vacíos desgarrados.


Aunque no pronuncies nombre, todos entendemos el asco que se desliza, como una babosa sobre la piel, en tus denuncias.


He visto también el asombro que nos producen nuestros propios actos, los soportados y los decididos por nosotros.


Me ha parecido leer, a pesar del amor que profesas por la tierra que te habita, el deseo de borrar fronteras, en busca de la igualdad, de la libertad para todos.



En el tercer libro “El reloj sin horas” he leído el desfile de los árboles, de la nieve (negra en algunos momentos), del tiempo, en unos versos que parece han madurado mucho, han buscado la esencia de la vida.


Tu vida ha seguido adelante y te ha dado tiempo para meditar los nudos de cada día, las encrucijadas de los caminos, las elecciones.


¿Se puede ser tan “hereje” como para estar más asustada por la eternidad que por la muerte? Me has hecho pensar mucho y he visto una puerta nueva que se abre para entender el misterio.


Heridas, dolor del aparentemente ajeno, dolor como única certeza, dolor incurable.


Me has hecho verme perdido en los espasmos de la gran explosión, en la incredulidad vacilante de la gran creación, insensatos ambos.


Mientras las tejas perduran, sin saber hasta cuándo, todo pasa, todo es visto por ellas, lo que llega, lo que se va, lo que no volverá.


Tiempos modernos, tanto más desprovistos de sentido cuanto más apresurados…


Insectos y palabras, iguales en la esclavitud, en el martirio, iguales en la belleza.


Me has hecho pensar mucho en el encaje del tiempo con el concepto de nunca, siempre asediados por nuestra finitud, tanto si miras al pasado como al futuro.



Y así, Ana, hora tras hora, día tras día, he recorrido la superficie de tus poemas sin intentar arañarla, queriendo apropiarme de algunas palabras, de algunas vivencias.


Gracias por tu poesía, Ana.


Hasta pronto.


Pamplona, noviembre de 2021.

Isidoro Parra.




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