CARTA ABIERTA Nº 1 A JOSÉ CEREIJO

 CARTA ABIERTA Nº 1  JOSÉ CEREIJO.


Buenas tardes, José.


Eso de las buenas tardes es pura educación relacional, porque hoy, mes de julio, en mi tierra navarra estamos soportando la segunda hora de calor de este año y pasadas las ocho de la tarde, los termómetros marcan todavía treinta y ocho grados. El calor no es lo mío, te lo aseguro.


Tranquilo, no quería hablarte del tiempo, no tendría sentido.


Acabo de leer tu último poemario publicado, “La luz pensativa”, y quería intentar trasmitirte algo de lo que he sentido al leer tus poemas, aunque solamente fuera -que no lo es- en justo agradecimiento por las interminables horas que habrás empleado en escribir estos versos tan ajustados, tan precisos y tan profundos. 


El título del poemario se queda corto, siento decírtelo. Ya sé que es muy poético eso de la luz pensativa, pero podría llevar a confusión al cándido lector, pensando que todo el poemario le iba a sumergir en una escucha silenciosa, en un intento de aprender lo que esa luz, si iba más allá del pensar, podía comunicarle.


Con ello, no quiero decir que la luz de la que hablas no piense, pero a mí me parece que va más allá, que mira, sobre todo, mira. 


Al mismo tiempo que mira, ve y acaricia las cosas que toca, las hace vivir y ser. Es una luz llena de matices; si piensa es porque acumula la sabiduría de siglos, porque sabe que tiene algo que decir, caminos que abrir, estancias que airear. Por eso, José, el título dice mucho y oculta tanto más, se queda corto. La luz, en este poemario, es mucho más, es protagonista e hilo conductor, es el alma de muchos de los poemas.


Hay, en mi opinión, otros temas que también habitan tus versos, pero de ello te hablaré a lo largo de esta carta.


Los poemas no tienen título. Esa desnudez de identidad les hace compañeros de viaje entre sí, les hace participar de la obra en su conjunto, les da ritmo y les hace darse la mano unos a otros.


En el primero que abre el libro, los versos suenan a distancia y respeto, a la alabanza del silencio y de la identidad.


En este primer poema afloran esas palabras que se prodigan -no se repiten, pero se prodigan- en poemas posteriores, el tiempo que pasa y transforma casi todo, en el silencio y la sencillez, en la discreción de la identidad sin nombre.


El silencio es, en mi opinión, otra de las claves de tu libro. El silencio como interpelación al lector, el que le compromete a perseverar, el que le advierte que nunca es suficiente, que siempre hay ruido que disipar para poder entender.


Me gustan los poemas cortos, preñados de sentido. Por eso me ha gustado el poema en que hablas de la luz y del frío, de la ventana y de la patria. Un resumen, en cuatro versos cortos, de la desolación.


Hablas de la necesidad de desnudar nuestros ojos, en el supuesto de que sepamos y nos atrevamos; nos reprochas que no tengamos la suficiente luz para iluminar un cuerpo desnudo, de la inutilidad -en ese caso- de los abrazos. Me ha parecido que hablabas de la casta y, a la vez, atrevida desnudez de la mirada.


Vuelves al tiempo y su actitud rampante y nos invitas a mirar sin ilusiones mientras podamos sostener la mirada de la vida, su fría intensidad reveladora. Lo he leído un par de veces mientras se abría un abismo en mi mirada, otras tres para poner un puente sobre el vacío.


Me gusta lo que escribes del invierno y su llegada. Para mí, es la época que más me gusta vivir, pero ¡ese final!, tan sencillo y tan espléndido:


”Ha llegado el invierno. Su lento desnudarse.

Su serena belleza.”


En un poema de pocos versos, la aceptación de la sencillez de la vida, de lo auténtico, de lo que nos rodea, sin adjetivos. Como tú dices, con eso vivimos, y nos basta.


Me ha llamado la atención ese poema que comienzas así: “Esa hoja que has visto caer…”. Me ha recordado a los pensamientos que cruzaban mi mente cuando escribí los micro relatos que luego publiqué en un libro que titulé “A vueltas con la belleza”. La conmoción por la belleza que nos entrega en cualquier esquina la sencillez.


Me quedo también con la imagen del polvo que envuelve y acaricia las cosas y que tú has utilizado para hablar de Dios o del Espíritu. Muy sutil.


Ese otro poema que comienza “Cada momento es el momento…” lo he leído como una declaración de la necesidad de aceptar lo que somos y cualquier cosa que nos pase para poder afrontar la intensidad de la vida diaria.


Yo también pertenezco a la tropa que recoge y ordena y sigue.


Presencia y melancolía, una realidad y un sentimiento, en este caso acumulados y, sí lo pienso un poco, en muchas ocasiones, presencia para evitar la melancolía y ésta para recordar la ausencia de la primera.


Leyendo lo que nos cuentas de la nubes que pasan y de los mensajes que encierran, me ha dado por pensar en la inaccesibilidad del conocimiento de las cosas sencillas.


Estoy de acuerdo en la importancia de acoger al dolor, a la tristeza, a la amargura y a la indiferencia como mecanismos para elaborar el día de después, la superación, la aceptación, la comprensión, el ser de uno mismo que, sin duda, podemos cambiar con el paso de los años y de los acontecimientos.


Me ha gustado cómo contemplas al día penetrar en la noche para seguir viviendo, aunque sea sin luz y en el silencio, pero nunca se sabe la intensidad de la luz que habita en la noche, en la oscuridad más opaca.


A mí también me acaricia la levedad del olvido, José. Gracias a ello, he podido sobreponerme a tanto error, a tanto abandono, al desdén con el que los humanos tratamos las cosas importantes de la vida.


Me reconcilia contigo el pensamiento de que la esperanza no es tan frágil como la pensamos, que siempre está ahí, a la vuelta de la esquina, al levantarnos, al menor descuido de la realidad.


He leído varias veces ese poema “El silencio, en la noche, …” en el que hablas de la música y de la muerte. Como los epicúreos y los estoicos, pensaremos al menos que hay que alejarse de la preocupación por ella sí, al menos, queremos poner intensidad en la vida.


Me he sonreído cuando echas por tierra eso de que el mundo sea un valle de lágrimas.


Verdad y silencio, vida y muerte, cabalgan por los surcos de tus versos como en casa propia, con el ritmo adecuado, con la mirada y la luz acompañándoles, siempre con sentido. Hacen cierta la idea de que para comunicar mejor y llegar más adentro, sobran las estridencias, los gritos, los ruidos.


Y así, José, poco a poco, he ido llegando al final de tu poemario que he disfrutado y celebrado. No siempre se está seguro de haber captado todo lo que el poeta quería transmitir, pero tampoco creo que sea lo más importante. Algunos dicen que cuando un poeta escribe un poema y lo publica, deja de ser suyo y pasa a ser de sus lectores. A partir de ahí, creo que lo importante es que su lectura haga vibrar la piel del lector. Así ha sido en mi caso y te lo agradezco.


Me quedo dialogando con la luz de tus poemas.


Amillano, julio de 2022.

Isidoro Parra.


Comentarios

Entradas populares