EJERCICIOS DE TALLER XIX. MI RECORRIDO ESPIRITUAL.


MI RECORRIDO ESPIRITUAL


Me he enfrentado a este folio en blanco sin saber si conseguiré acabar la primera página.


Busco en mi vida un sentimiento que haya evolucionado a lo largo del tiempo y cuanto más lo pienso más claro veo que la evolución de cualquier sentimiento es la de mi propia evolución, la de mi vida, la de mis miedos y endebles seguridades.


La cronología de mi vida me ayuda a centrar los recuerdos.


INFANCIA


El hecho de que mi madre fuera una persona profundamente religiosa -en la forma que se era en los años cincuenta: una mezcla de seguridad y rechazo, de profunda creencia y férrea observancia de los ritos-, contribuyó a que en mi mente naciera un sentimiento difuso de mi religiosidad. Tampoco ayudaba a clarificar conceptos o ideas el lenguaje utilizado por los sacerdotes de aquella época, los textos recitados en latín, el incienso que traía a mi mente escenas de magia y encantamientos. No voy a presumir de pensamiento racional, porque a esas edades la mente es cualquier cosa menos racional.


En este tema, mi padre nunca me obligó a hacer nada ni tampoco me habló de cuál era su visión de la religión. Hoy, su actitud todavía es un misterio para mí. 


Una sensación de miedo acompañaba mi aprendizaje en este campo: la existencia del infierno -también la del purgatorio-, el cielo casi inalcanzable, las miradas severas de los sacerdotes, los múltiples misterios que me relataban y que me costaba entender, los llameantes y sangrantes castigos si caías en pecado, mensajes que chocaban con las angelicales escenas de los primeros años de la vida de Jesús, con las de los andróginos volando entre nubes, con la entrega incondicional de María.


De forma especial, me chocaba el mensaje de ayuda a los pobres y la riqueza que se exhibía en las iglesias -ahora sé que menor de la que me imaginaba.


Los miedos se reforzaron cuando llegaron a nuestra casa algunos frailes queriendo llevarme con ellos y el recuerdo de mi madre reteniéndome sin querer ofender al visitante.


Con todo ello, salí de esa primer época de mi vida con pocas seguridades y muchas dudas.   



JUVENTUD


A la juventud llegué con muchas ganas de vivirla, con muchas preguntas a las que no podía responder y necesitaba resolver.


Mi cuerpo y mi mente, que también iba cambiando, necesitaban otros caminos que recorrer, otros territorios que explorar. No había espacio en el que encajar la religión ni cualquier otra forma de espiritualidad.


No puedo considerar espiritualidad aquellos horrorosos poemas que me llevaba horas escribir y cuyo origen tenía sus raíces en el cuerpo más que en el alma.


Tal vez también contribuyó a mi distanciamiento el hecho de que mi juventud estuvo atravesada con la flecha de los cambios políticos, con una efervescencia de los sentidos en la calle, en las carreras, en la búsqueda de lo que entendíamos como libertades necesarias.

 

Eran tiempos en los que rechazar la religión era cuestión obligada, no razonada, no consciente, no pensada siquiera, pero eran tiempos de tomar partido y la falta de formación no ayudaba.



INICIANDO LA MADUREZ


Cuando la vida fue echando sus anclas en otra persona, en unos hijos -supongo que como a muchos- me tocó vivir esas nuevas experiencias: crear una familia, darle una seguridad, intentar hacerlo mejor que tus padres, consolidar algunas amistades, vivir los primeros olvidos y las primeras renuncias.


En esa época, empezó a surgir en mi un brote de respeto por lo que no entendía pero tampoco podía negar: la necesidad de buscarle algún sentido a la vida, al discurrir de la misma por el túnel de los siglos.


No tengo claro si mi pasividad era consecuencia de mi comodidad, pero cuando pensaba conscientemente en ello, incluso con una predisposición de acercamiento, lo único que sentía era un vacío, la ausencia de la necesidad, la creencia de que tenía que seguir confiando en mis fuerzas y no en aquello que no acababa de ver. Tampoco quería pedir nada.


Creo que ese detalle, en mi caso, la asociación de la petición con la comunicación con el misterio, provocaba en mí dar un paso atrás: si algún día surgía algo tenía que ser sin peticiones de por medio.

 


EL LARGO CAMINO DE LA EDAD


El paso de los años me sumergió, por decisiones propias, en una vorágine de trabajo y ocupaciones, de las que no me arrepiento, aunque creo que dejé poco espacio para otras cosas importantes de la vida.


Con ello, el sentimiento por lo religioso se mantuvo igual, mudo, respetado pero no necesitado.



HOY


Hoy, con más tiempo para leer, para pensar, para vivir otras cosas, sigo sin saber si existe o no existe o es una creación de los hombres porque necesitan hacerlo para entender la finitud, pero me tienta el misterio.


He aprendido a comprender y aceptar que los fallos de una institución no deben afectar a las ideas si éstas son buenas para los hombres en general y el individuo en particular, he aprendido a tener presentes las buenas herencias y los buenos actos, junto a los no tan buenos (como en cada uno de nosotros), a valorar con benevolencia lo que no me gusta, he rebajado la tensión en mi mirada y en mi juicio.


Conceptos como la finitud, el misterio, la trascendencia, el perdón -y el olvido-, la entrega sin recompensa directa, la intranquilidad y el dudoso valor de la esperanza, me están abriendo nuevos caminos. No sé cuál será el recorrido y a dónde llegaré, me siento más frágil, pero más abierto.


Julio de 2020.

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