CAMINO DE SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. VIGÉSIMO OCTAVA ETAPA.

DIA 16 DE OCTUBRE:

DE SALCEDA A LAVACOLLA.


Como he programado pocos kilómetros, remoloneo en la litera tapando los huecos por los que entra el aire y alargo el periodo de toma de conciencia con mi obligación de levantarme. Salgo un poco más tarde de lo habitual y desayuno en un bar cercano, para después emprender la marcha con algo de lluvia que cae menuda y lenta, suavemente. De hecho, hay momentos que utilizo la capa y otros que me la tengo que quitar porque no transpira y se acumula el sudor.


Necesito poco tiempo de frontal a pesar de estar el cielo nublado.


La etapa de hoy, discurre por caminos de bosques de eucaliptus y castaños, caminos anchos pero amables.


A lo largo de la etapa voy observando cómo el eucaliptus se ha convertido en el rey del bosque: no es que prolifere más, es que reina en el entorno con absoluto dominio sobre otras especies.



(Eucaliptus y helechos)


Por un mensaje de Zamarbide y una llamada de Txelo, tengo conocimiento de algunos incendios muy próximos a Salceda. De ahí viene, ya está claro, que el cielo estuviera la tarde anterior tan gris, tan opaco y tan sucio.


Al pasar por un pequeño núcleo de casas, en medio del campo, veo otra pintada en una pared que me llama la atención: “La vida es corta pero ancha. Sé siempre tu mismo”. No está mal, aunque lo de “ancha” te hace pensar un poco para intentar ver algún significado concreto.


Sigo el Camino y, por primera vez, me cruzo con coches de policía que vigilan el Camino y circulan por los bosques. Supongo que la cercanía de los incendios les ha llevado a acercarse al Camino por si hubiera que avisarnos en caso de peligro. Otra razón podría ser que estén vigilando lo que hacemos, porque tampoco me extrañaría que haya inconscientes que, en estas circunstancias, jueguen a hacer pequeñas fogatas que nunca se sabe cómo acaban.


Se me van agolpando pensamientos y sentimientos de que esto se acaba. Estoy en la penúltima etapa y me pregunto: ¿qué voy a hacer a partir del día dieciocho?. ¿Echaré en falta esto?. ¿Cómo voy a llenar mis horas de cada día?.


Es  como si lo que hiciera en estos días tuviera un sentido y fuera a ser difícil sustituirlo por otra cosa o, tal vez, es que he estado tan inmerso en el Camino que no me he planteado el día de después.


Una vez en Lavacolla, un pueblo que se alarga y se alarga, entre sus casas dispersas por el campo, hago una parada en el conjunto que forma la iglesia y el cementerio que la rodea, con unas paredes de nichos muy ornamentados. Es una pena que la iglesia esté cerrada. De hecho, no parece que haya ningún sitio, salvo el albergue, en el que sellar la credencial.

 

Con estos pensamientos y con una mirada de despedida a todo lo que me rodea, llego al albergue de Lavacolla que todavía está cerrado.


Mientras espero, un poco aterido, mando mi mensaje del día: “Vigésimo octava etapa acabada, de Salceda a Lavacolla, un paseo, 24.258 pasos y 18,4 kilómetros. El día muy gris.”


La mañana está desapacible, llueve y hay una humedad del cien por cien en el ambiente. Aunque hay un toldo para resguardarse (mejor para el verano que para un día como éste), me quedo helado hasta que abren la puerta y cuando lo hacen me doy prisa para darme una ducha de agua caliente y sacar el frio del cuerpo.


Hago una pequeña colada pero dudo que vaya a secarse.


Me voy a comer en el restaurante del pueblo (un buen sitio) un plato de zamburiñas a la plancha y una rueda de rape a la plancha, regado con un buen godelo.


Vuelvo al albergue y el resto de la tarde la dedico a dormitar, leer, escribir y pensar.


De hecho, intento dar forma a algún poema que, en estos días, me ha rondado por la cabeza.


Este primero es consecuencia del día que estoy viviendo y de los recuerdos de la poesía de Zagajewski.


LLUEVE


Tímidamente,

como un susurro de mujer en la niebla,

cae la lluvia mansamente, 

pidiendo permiso para caer,

como el amigo prudente que se acerca a tu casa por

                                                                                       primera vez.


La naturaleza se queda muda,

abre sus cauces y su piel para recibir esa lluvia.


Nuestra mirada la busca y sonríe,

como sonríes a alguien amado,

con benevolencia y admiración.


La perfección y la plenitud, a veces, 

son instantes así de simples.


Se qué es una simpleza, pero me he visto impelido a ponerlo negro sobre blanco en el papel. Para mí es válido. El Camino y Zagajewski me han abierto el apetito.


Este otro poema, es fruto de un mayor desasosiego, mezcla la realidad que estoy viviendo en el Camino con algunas herencias negativas de mi vida pasada. Difícil.


CAUTELA


Presiento la proximidad del triunfo,

la llegada a la meta perseguida,

pero no sonrío.


Tengo la tranquilidad de lo ya hecho, 

la gratitud del esfuerzo sostenido,

pero no sonrío.


Mis pies vuelan ligeros, sin peso,

y mi semblante quiere relajarse,

pero no sonrío.


Me siento parte de lo que me rodea,

incluso de la vida que no me pertenece,

pero no sonrío.


La vida nos carga de fracasos

y de recelos que nos impiden sonreír.


¡Vida!, al menos,

déjame disfrutar de lo que ha de llegar.


Cruzo la carretera para hacer alguna compra en un supermercado que está justo enfrente del albergue y me apaño para cenar un poco en la cocina del albergue y reservo algo de fruta para la mañana siguiente.


Por la noche ponen la calefacción, lo que me permite secar la colada, pero estoy nervioso y me cuesta dormirme. Además, estoy en una habitación con alrededor de cien personas y el ambiente no es precisamente silencioso.


Recuento físico:

Pasos del día: 24.258. Acumulados: 930.001.

Kilómetros del día: 18,4. Acumulados: 755,5.


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