CAMINO DE SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. TRIGÉSIMA ETAPA.



DIA 18 DE OCTUBRE:

DE  SANTIAGO DE COMPOSTELA A PAMPLONA.


La vuelta a casa, el retorno.


Me levanto temprano, tranquilo. Bajo a la estación andando, con mis mochilas a cuestas y desayuno en el bar de la estación.


Allí me encuentro con alguna persona del camino, el chico de Mondragón, otra chica francesa, etc. Todos en las mismas rutinas.


Me acomodo en el tren y contemplo el paisaje que desfila a mi izquierda y a mi derecha, pasando por sitios hasta ahora desconocidos.


Termino de escribir algunas notas y me sumerjo en la lectura de dos libros de poemas.


Uno de Joan Margarit, “Amar es dónde”,  pequeño en extensión y grande, muy grande, en contenido.


El inicio de su poema que da título al libro parece escrito para el momento que estoy viviendo: 


Sentado en un tren miro el paisaje

y de pronto, fugaz, pasa un viñedo

como el relámpago de una verdad.


O ese párrafo de su poema “Vengo de allí”:


Lo que haya en mí de noble sólo puede venir de la pobreza.


Aunque me quedo con el final de su poema “La época generosa”.


La vida se alimenta de días generosos.

De dar y proteger.

Si se ha podido dar, la muerte es otra.


No es mi intención transcribir aquí un libro de poemas, pero hay tantos que me han dejado una huella profunda que no quiero dejarlos de incluir en este diario que espero releer.


De su poema “Madre e hijo”:


La vida se hunde en la vulgaridad

y en la mera ilusión. En la vulgaridad

por no haberla arriesgado en sus comienzos.

En la mera ilusión

por arriesgarla de una forma

desesperada al acercarse el fin.


De su poema “Saludarse”:


Más allá ya no queda nada más

que esta pasión final, la calma

solitaria y feroz de los recuerdos

bajo un trozo de azul nítido como un cálculo.


De su poema “Días de 1948. En el Turó Park”:


Para ser libre,

que aquellos que te quieren

no sepan dónde estás.


Y así, podría seguir varias páginas.


Cuando leo un libro de poemas que me gusta y me llena, mi cuerpo se queda detenido, como si el tiempo no pasara.


También leo “Sociedad limitada”, de Miguel D’Ors.


Solo voy a citar dos párrafos. El final de su poema “Un poco más de lógica teológica”:


Pero tú, la misma

Justicia, a cada uno le das su verdadero 

y exacto merecido.

Por eso mi temor;

por eso esta mañana mi oración

te suplica: “Señor, no seas justo conmigo”.


Y el final también de su poema “Resignación”:


Con la edad uno aprende a fracasar y a hacer

de la resignación una poética.


A lo largo del viaje intento hacer un resumen, sacar conclusiones, identificar lo que me ha aportado, enjuiciar si ha merecido la pena o no, contemplar el tesoro encontrado, pero no va de eso. Va de paz, de calma, de mirada nueva a las cosas, a las personas, a la vida. Eso es lo que me llevo, una dimensión diferente de la belleza, una valoración del mínimo elemento, un asombro contenido por la vida y la naturaleza, por el sello que deja el paso del tiempo en las gentes, en los caminos, en las casas, en las formas de vida, en la riqueza de la diversidad. Y sobre todo, nueva mirada y paz.


Y así, entre lecturas, pensamientos tranquilos y alegría de haber cumplido el objetivo y de volver a casa, van pasando las horas y el tren me deja en Pamplona, en mi hogar.



Comentarios

Entradas populares