CARTA ABIERTA Nº 1 A FRANCISCO BRINES

CARTA ABIERTA Nº 1 A FRANCISCO BRINES


Buenos días, Francisco,


Esta semana, he tomado un libro de la zona de mi biblioteca en la que descansan los libros de poesía. Ese libro ha resultado ser “La última costa”, un poemario que publicaste allá por el año 1995, hace ya diecisiete años.


Durante un par de días, he repasado sus hojas, deteniéndome en cada poema, en cada verso en ocasiones, creando un clima apacible entre tus palabras y mi estado de ánimo.


En los primeros poemas, me ha parecido un libro que arranca de la niñez, de tu infancia, entendida como origen y como escenario donde todo se comprende. En algunos momentos, me ha parecido percibir también la profunda queja de un deseo de volver, de tenerla cerca.


A lo largo del poemario me he sentido suspendido en vacíos llenos de miradas, en espacios en los que lo ausente es más importante que las presencias.


También he pausado mi lectura ante las soledades que he percibido. 


Estas son meras apreciaciones en las que lo escrito por ti se mezcla con mis propias soledades. En esa mezcolanza, creo que lo importante deja de ser lo escrito y yo mismo, para dejar paso a presencias invisibles que siempre dejan algo en el aire.


En tu primer poema, “El regreso del mundo”, se lee un agradecimiento amplio y sereno al pasado, solo enturbiado al final del poema por el sentimiento de caminar cerca del abismo.


La infancia se hace no solamente presente sino necesaria referencia en tu poema “Los espacios de la infancia”. Probablemente es cierto que nuestra mirada de niños ponía en todo lo que íbamos descubriendo la patina de eternidad que esas cosas tienen ahora para nosotros.


Al final, es un recorrido profundo por el amor.


En tu poema “Última declaración de amor”, las pinceladas de desinterés, de rendición y, por qué no, de amor, saltan de los versos hacia mi como las voces de los pájaros que me cantan escondidos entre los abedules del jardín.


He visto la luz y su pérdida entre los versos del poema “Apunte de viaje”, he imaginado la mirada que busca otra mirada, una mirada que presiente o que sabe. Puede que sea igual de cierto que somos espectadores, como que nos gustaría ser el objeto de otras miradas.


Vacíos y miradas, oquedales y representaciones en tu poema “Espejo en Sevilla”.


Diferentes orígenes y direcciones, caminos para la búsqueda y el encuentro, explicaciones que dicen mucho o no dicen nada en tu poema “Estos penúltimos días”.


Precioso final de tu poema “La despedida de la carne”:


“Misericordia extraña 

ésta de recordar cuanto he perdido 

y amar aún su inexistencia”.


Si al espejo en que te miras, dices, “se asoma / el estupor cansado de mis ojos, / la destrucción tan larga de mi carne.”, yo he cerrado mis ojos cuando me he puesto ante el espejo. Era más saludable no ver.


Me he detenido varias veces, leyendo y releyendo los versos de tu poema “Metáfora de un destino”. Entre la riqueza de las imágenes, había mucho que pensar e interpretar, aunque cuando se interpretan las palabra de otro, uno se olvida que está interpretándose a sí mismo.


En “Asilah”, me ha parecido ver que desfilaban ante mí muchas y variadas llaves que abrían diferentes puertas tras las que descifrar la vida.


Y por acabar con otro poema cualquiera, me quedo con la potencia y el desconcierto de “Mi hacedor”.


Gracias, Francisco, por estas horas de intensidad.



Pamplona, noviembre de 2022

Isidoro Parra

 

 




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