ENIGMAS. LOS HERALDOS DE LA VIDA.

LOS HERALDOS DE LA VIDA

 



y está la compañía que formamos plena,

frondosa de presencias.

Jaime Gil de Biedma: Amistad a lo largo (Ayer)


Acuarela: José Zamarbide


Esta puerta está poblada de presencias que me hablan de una vida cotidiana que amalgama compañías. No puedo imaginar si son plenas o no, pero sin ellas, este espacio sería un páramo vacío.


Shanghai, en 2012, es un laberinto de rascacielos que desafían el cielo, un foco deslumbrante de neones en las noches. Esta urbe también es más: es una puerta enrejada que abre el paso a un callejón habitado por múltiples familias, un territorio en el que el contacto crea lazos a veces silenciosos y otras sonoros, poblados por los gritos apresurados de todos los seres de la tierra.


La ropa blanca, tendida en las afueras cercanas a la puerta, busca el aire más limpio, el rayo de sol vertical que nunca llega al interior del callejón, sin reparar en pudores para los que estas gentes no tienen tiempo.


La compañía del escobón escurriendo los restos de repetidas fregadas, me recuerda que en este mundo doméstico se pone freno a la suciedad que no descansa, a esa pátina de lo viejo que tanto cuesta mantener a raya.


Las plantas en el exterior, simulando un jardín tropical que no existe, están colocadas ahí por un espíritu para el que la naturaleza y sus colores son parte esencial de la vida diaria. 


La escasez del verde limpio contra el blanco inmaculado, no es suficiente para reproducir el edén, pero pone el contraste de color que ayuda a respirar.


La motocicleta no cabe dentro; espera a su dueño tranquila, con la seguridad de que no la han abandonado, de que volverá a pasearse entre los humos de la ciudad.


Los restos de cajas son también testigos de la humanidad de esta puerta. Son materiales desechados, sobras de la incesante renovación que la modernidad nos empuja a incorporar en nuestras vidas, que se convierten en testigos del paso del tiempo.


Aquí no sobra nada y lo que falta no se extraña.


Hacía el interior, los colores oscuros; hacia la calle, la blancura que recuerda a espacios más abiertos, más propicios a la invitación, a la transparencia o la banalidad.


Desde dentro, esta puerta enmarcada en blanco es la sonrisa de la despedida al marchar y el reclamo para el descanso al regresar.


Nadie podría pensar que no tiene vida. Sus añadidos temporales son anuncio y proclama de una latencia que bulle y crece sin descanso.


Entre sus rejas y en sus heraldos se reflejan, sin engaños, las señales de sus gentes que, día a día, sin descanso pero sin prisas, elaboran este cuadro en el que buscarse, con el que, como decía Gil de Biedma, forman una compañía plena, frondosa de presencias.


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