ENIGMAS. COLOR, COLOR Y SOMBRAS

 COLOR, COLOR Y SOMBRAS

 



Coleccionar analogías no nos hace más felices, pero percibir transparencias concede melodía a nuestros latidos.

Mario Satz: El jardín de las cigarras (Pequeños paraísos. El espíritu de los jardines)


Acuarela: José Zamarbide



Arequipa y 2017.


Estos suelos de ladrillo rojo, antiguo, son el soporte de muchas y diversas puertas.


Todas son antiguas, abiertas, cerradas y entreabiertas, cansadas, conectadas entre sí.


Los pasos que damos nos llevan a cruzarlas, las podemos tocar percibiendo sensaciones extrañas, llenas de susurros y plegarias. También nos conducen a espacios que cuentan pasadas historias de luchas de gobierno, de mano dura, de renuncias, de pudientes señoras y de doncellas.


La custodia de la virginidad mantenida o violada, los tesoros entregados como precio de entrada y posición de poder, las luchas intestinas, todo eso pasó dentro de estos muros del Monasterio de Santa Catalina, del mismo modo y con estructuras similares a las que se usaban para gobernar la ciudad, fuera de este recinto.


Aquí venían las señoritas de ilustres familias que querían retirarse a otro tipo de vida. También llegaban las que sobraban en esas familias, las que había que disuadir de un matrimonio reservado a otros propósitos. Eso sí, llegaban cargadas de riquezas, copiosas donaciones, acompañadas de doncella y dispuestas a ocupar su sitio en la historia, al menos en la de este monasterio. Como siempre ha pasado en la historia, las pupilas de pobre cuna estaban destinadas al servicio de las nobles.


Cuando se anunciaba la próxima llegada de una ilustre novicia, la primera tarea era encontrar la casa adecuada a su linaje.


Este lugar de retiro, ciudad dentro de la ciudad, es hoy un destino ineludible para el que recorre Perú. Sus calles interiores siguen trazados regulares que todavía conservan los nombres de grandes ciudades españolas: Córdoba, Sevilla, Toledo. Cada una se diferencia de las otras por el color que ilumina sus fachadas.


Tras las puertas, cada estancia con su cama, su capilla, su cocina para el servicio y una historia no siempre alegre tras cada puerta.


Los colores añil, blanco y terracota inundan paredes, dejando huecos que forman puertas -pasos hacia otras- en las que el gris, el negro y el marrón campan a sus anchas.


El conjunto me infunde respeto. A mi mente acuden imágenes pobladas de llantos, de soledades, del frio que acosa cuando te atropella el vacío y el sinsentido. Tras estas puertas se alojaban personas que en muchos casos llegaban obligadas, personas que no deseaban ese silencio tan espeso, personas que dejaban fuera de los muros sus deseos más íntimos, sus ilusiones siempre perseguidas.


Estas puertas ocultaron muchas renuncias.


El rictus de las bocas perfilaba líneas amargas.


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