ENIGMAS. DESAMPARO A LA PUERTA DEL TEMPLO.

DESAMPARO A LA PUERTA DEL TEMPLO

 


Quiero morirme poco a poco

para despedirme largo de todo,

oír de cerca el silencio,

sentirme parte del vacío.

Luce de Perón: Poesías


Acuarela: José Zamarbide



2009 y Quito, Ecuador: gran puerta de la iglesia de San Francisco en la plaza del mismo nombre, uno de los templos más visitados de esa parte de América.


Al acercarnos, es verdad que, a una hora avanzada de la tarde, en el umbral de esa puerta magníficamente decorada, brillante de rojos, verdes y oro, nos encontramos con un desamparo que vemos en muchas calles y portales, pero que resulta más llamativo en medio de esta obra de arte.


Es la imagen del abandono, del no a la vida frente a la exhibición de la ostentación: la de los oros de esta puerta y del interior.


La puerta está cerrada, firme en su defensa de lo sagrado, de lo que ha decidido  preservar y me pregunto ¿cómo hemos llegado hasta aquí?


A mi mente acuden dos visiones: la primera, negativa, cuando pienso que esas hojas de madera trabajada dejan fuera a un ser humano; la segunda, más positiva, si lo que veo es un hombre refugiado en este pequeño atrio que antecede al templo.


Si pasar por esa puerta es encontrarse con el Padre que nos espera y nos acoge; si cruzar ese umbral es participar de su compañía, quedarse fuera es sentirse lejos de sus brazos, es percibir la distancia y sentir el frío en tu cuerpo.


Si la riqueza no permite abrir las puertas, es que solo es riqueza para pocos.


Me cuesta pensar en lo que puede pasar por la mente de ese hombre derrotado por la vida. Tal vez haya perdido la más mínima esperanza, tal vez el hambre y el trago le hayan hecho insensible al dolor, pero cuesta creerlo.


Mi pensamiento se desliza hacia el lado positivo. Si este hombre descansa en este templo, sabiendo que no podría pasar esta puerta, debe ser porque se siente más seguro al lado de estos muros, porque no tiene otro mejor, porque ha aprendido a vivir con lo poco que le queda.


Si esto es así, y hay Dios y hay un Padre, ¿no podemos dejar abierta una rendija por la que pueda colarse cerca de ti?


También pienso en nuestra búsqueda de Dios y del Padre para resolver estas situaciones, aunque digamos que no creemos en ellos. La pregunta es otra: ¿por qué no somos nosotros, yo, el que tienda la mano y abra mi casa? Es más fácil pedir que otros resuelvan los problemas, sin poner en riesgo mi comodidad. Solo me permito expresar la piedad con las palabras.


Las palabras de Luce ensanchan mi pensamiento en este momento: Tal vez ese hombre esté muriendo poco a poco.


Quizá lleva mucho tiempo despidiéndose de todo y se siente ya parte del vacío, muy cerca del silencio último.


Su postración pone en evidencia mi egoísmo, mi pequeña parte de culpa de este mundo que hemos hecho.


Comentarios

  1. La culpa es una soga que aprieta el corazón,
    la negra nube que empaña el sol de la alegría,
    caminar a su vera, sin tropezar es un don,
    que nos permite acariciar la vida,
    sin pensar que la mano es egoísta,
    sólo porque en la caricia, ella también sintió calor.

    Saludos!!

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  2. Gracias, Iñaki, por saber captar con tu sensibilidad, los matices de mi relato.

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