ENIGMAS. EL MISTERIO QUE DESBORDA.

EL MISTERIO QUE DESBORDA



No has venido a la tierra a poner diques y orden

en el maravilloso desorden de las cosas.

has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas

sin alzar vallas a su gloria.

José Hierro: Para un esteta (Quinta del 42)


Fotografía: Isidoro Parra


Seguimos en Bhubaneswar y en 2018. Llevo varios minutos en pie, delante de esta puerta que no puedo cruzar. Mi falta de identidad hinduista me prohíbe el acceso.


Es una de las entradas al templo de Lingaraja, una maravilla de la arquitectura religiosa que eleva sus templos en medio de una vegetación intensa, verde y húmeda.


Esa prohibición hace que crezca mi deseo de entrar, olvidando la distancia que el respeto religioso me impone.


Conforme van pasando los minutos, mi actitud de hostilidad se va apagando y deja espacio para la contemplación de la devoción y aceptación que observo en las personas que pasan bajo ese dintel policromado con imágenes de dioses, frutas y códigos.


Siendo una puerta minuciosamente adornada con todos los colores del universo, es poca puerta para el esplendor, la grandeza y la espiritualidad a la que da acceso.


Me vienen a la memoria los versos de José Hierro y recitarlos me deja en mi sitio exacto. No estoy aquí para poner orden en el desorden, para ignorar la maravilla que lo hace fluir, ni a poner vallas a estas prácticas, a su gloria. Me basta con nombrarlas.


A la hora de nombrarlas, puedo hablar de los saris que cubren casi íntegramente a las mujeres de esta tierra y que les dan la elegancia de una modelo en un desfile solo pensado para admirar la belleza.


Podría hablar de esos hombres que, cabizbajos, pasan bajo ese dintel para acercarse al templo de su deidad preferida; hombres que en este espacio se olvidan de todo, salvo de pedir perdón por sus faltas y solicitar la ayuda de lo desconocido.


Podría hablar del silencio de todos ellos al pasar esta puerta y seguir la senda del misterio que persiguen.


Pasado un rato ya no siento los olores extraños, solo el color y el silencio de mi aislamiento me envuelven.


Esta puerta ha franqueado el paso a hombres y mujeres que suman más que estrellas en la noche, pero se ha mantenido firme, guardando el acceso a sus interiores sagrados.


Esta puerta es, por todo ello, algo más que un ornamento, no oculta nada, invita a todo, a lo visible y a lo invisible. Tampoco es peligrosa, deja todo su espacio libre para que entren las penas y salgan las esperanzas.


Yo, incorporado a este silencio, dejo vagar mi mirada y la empujo sin importarme si veo o no lo que hay detrás de la puerta: la lanzo a la búsqueda de mi propio misterio, contagiado por la espiritualidad que se respira.


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