CAMÍ DE CAVALLS. ETAPA 5.

CAMÍ DE CAVALLS, ABRIL DE 2023.


DÍA 5: 21.04.2023, DEL PARKING DE CALA PILAR A CALA MORELL.


Merche nos lleva hasta el parking de Cala Pilar, pero se resiste a no acompañarnos unos metros y, durante un tramo, somos cuatro. 


Hoy hemos recuperado al tercer miembro del camino. Santi, armado con su visera con faldones y sus bastones, nos acompaña todo el día.


Cualquier cosa que nos ofrezca la jornada será mejor que el esfuerzo exigido en la etapa de ayer.


Iniciamos la ruta por un camino amplio, de suelo suave que discurre entre una diversidad de árboles y arbustos que los conservadores de la isla han querido enseñarnos mediante carteles explicativos que nos informan de los nombres y características de muchos ejemplares.


Comenzamos dejando a un lado una enorme encina que se bifurca en dos troncos, uno de los cuales sigue de cerca y paralelo el recorrido del suelo formando un banco que invita a sentarse. Se libra porque estamos iniciando el camino.


A las orillas del camino prolifera el rusco, con sus bolitas rojas y sus hojas afiladas que defienden la planta del cualquiera que se acerque; el aladierno, también ornado de flores rojas más oscuras que las del rusco; el acebuche, con sus pequeñas olivas negras; la estepa blava, arbusto bajo con sus flores de hojas violetas y su centro amarillo; el lentisco, que en estas fechas nos ofrece variedad de colores en sus frutos, del rojo al negro; el romero, que todavía conserva sus flores violetas y nos regala su aroma; el labiérnago, con sus frutos morados, intensos; el madroño, más profuso en hojas, con sus frutos amarillos y rojos; los pinos carrascos; la carcera, delicada; el mirto, con sus flores blancas; y un largo sin fin de variedades a las que da cobijo esta isla.


Llegamos al borde del camino que asoma sobre Cala Pilar. De ahí, tenemos dos opciones: o bajamos hasta la cala y la atravesamos para retomar el camino costero o abordamos éste desde nuestra altura sin descender a la arena.


Optamos por llanear o descender suavemente echando una mirada desde lo alto a una parte de la cala que ya conocemos de otros viajes. 




Seguimos costeando durante no muchos kilómetros, con un mar intensamente azul y tranquilo que nos ofrece una calma acogedora, una tentación para la piel y para la mirada.


La tierra del camino es rojiza y las puertas gacela nos van marcando hitos cada cierto tiempo. Apetece llegar a una de ellas y vivir la sensación de que al abrirla entramos en un espacio diferente y dejamos atrás una parte de camino. Cada puerta que cruzamos la sentimos como una pequeña victoria.


Tocar la madera de acebuche de la puerta es como llegar a una meta, sentir los años que ha necesitado el olivo hasta convertirse en puerta, sentir la caricia de millones de manos que han tocado esa pieza antes que tú.  


Antes de dirigirnos hacia el interior, echamos una mirada a la costa y, sobre todo, al mar, intenso como un puño que golpea nuestra cara. 



Nos adentramos en el interior, por caminos anchos. A nuestra izquierda y a nuestra derecha, se alternan agrupaciones de árboles no muy elevados y cultivos de gramíneas cuajados de flores.


El suelo del camino es arenoso y los árboles nos ofrecen una sombra que se agradece.


En relación a estos cambios de sentido del Camí, siempre me ha surgido una duda. Dicen que el uso primitivo de estos caminos era la vigilancia de las costas. Avistar la llegada de un barco que podía ser enemigo era el objetivo. También dicen que esta camino era recorrido por vigilantes que se ocupaban de dar el oportuno aviso si era necesario.  




Cuando caminamos por el interior de la isla, sin ver ni un ápice del mar ni de la costa, me pregunto si este recorrido que ahora hacemos se ajusta o está completamente desajustado con el original trazado, en el que entiendo se tenía que ver el mar permanentemente, pero, por otra parte, cabría preguntarse qué caminos de los que ahora se recorren por todo el mundo guardan su curso original.


La amplitud del camino nos permite caminar más próximos y mantener conversaciones que van de lo personal al camino y de éste a lo personal. Repasamos la vida de amigos, nuestras propias vidas, las de nuestros hijos, todo lo que cabe en una conversación abierta y confiada.


En algunos tramos, el camino nos sorprende con estampas mas fuertes, con significaciones diferentes. Normalmente, pasa cuando nos encontramos con tramos de pared seca o con árboles más ancianos, más potentes, que proyectan sombras más profundas, espacios que invitan al descanso y la recreación de la mirada.


Hay que mirar al suelo, para no tropezar con las raíces que sobresalen de la tierra. 




Pienso en otros caminos, de otras rutas recorridas, y no puedo evitar compararlos con el que  estamos transitando.




Frente a la frondosidad de algunos caminos del Norte, estos de Menorca son más ligeros, dejan pasar más la luz, lo que nos permite sentirnos más cerca del aire, algo más ligeros. Da la sensación de que el esfuerzo debe ser menor, aunque no lo sea.


Cambia el tipo de vegetación y el color del suelo, pero todos hay que recorrerlos paso a paso, sin rendirse al cansancio y, en ocasiones, al dolor de tus pies.


Hoy recorremos caminos que se adentran en la tierra, que podrían ser de cualquier lugar, pero la proximidad del mar se nota en el aire. Nos acompaña una brisa suave que humedece y perfuma nuestro entorno. Nada es ajeno a la tierra y nada es extraño al mar.


Cada cierta distancia, disfrutamos de la bienvenida y el adiós de una puerta gacela, anclada en sus muros laterales. Cuando acariciamos su madera, nos sentimos seguros, acompañados casi.


Las saludamos cuando nos acercamos a ellas y las despedimos al dejarlas atrás. 



Por llanuras de las que se han apropiado los campos de cultivo, nos vamos acercando a Algaiarens, lugar de descanso en la etapa de hoy.


En algunos momentos, nos acompañan paredes secas cuya belleza es difícil obviar, con sus piedras alineadas o colocadas arbitrariamente, pero nunca sin método. 



Merche sale a nuestro encuentro antes de que lleguemos al final de este tramo. Desandamos su camino para llegar al aparcamiento de la playa de Algaiarens. Txelo nos deja para acompañar los últimos kilómetro a Merche y Santi y yo seguimos el último tramo, solos, hasta Cala Morell. 

 


Volvemos a acercarnos al mar y costeamos ese tramo en la primera parte del camino, recuperando el azul intenso del mar que nos ofrece esta jornada.


Durante unos escasos kilómetros, el camino deja a la izquierda el paisaje de una Menorca más seca, más rocosa, y nos invita a dejarnos atrapar por el mar.


Por el camino, las lenguas se sueltan y las palabras se pasean de boca a boca.


Algo más adelante, volvemos a adentrarnos en la tierra, sin dejar de ver el mar a nuestra derecha.


Sin esperarlo, nos topamos con la imagen de un antiguo aljibe que los agricultores de la zona aprovechaban para regar sus cultivos. 



Y paso a paso, tomando un camino cuyo suelo, sembrado de piedras porosas y afiladas, deja su impronta en nuestros pies, acompañados por una pared seca a nuestra izquierda, nos adentramos en la urbanización de Cala Morell, final de nuestra etapa de hoy.


Allí nos esperan Merche y Txelo y volvemos a casa.


Una amiga (MJM), al ver las fotos, nos dice que con tanto mar tenemos que tener los ojos llenos de luz y así es.




RESUMEN:

Pasos dados en la etapa: 21.148. Acumulados: 107.702.

Pisos subidos: 24. Acumulados: 377.

Kilómetros recorridos: 14,4. Acumulados 66,8.




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