ENIGMAS. LANCEROS DE BIENVENIDA.

LANCEROS DE BIENVENIDA

 


Creo que escribir es una forma de dignificar y respetar la existencia.

Basilio Sánchez: El galápago viejo (La creación del sentido)


Acuarela: José Zamarbide.



La Umbría y la Toscana son los paisajes que recorro este mes de mayo de 2019, intentando llegar, caminando, desde el monasterio de La Verna hasta Asís, hollando caminos con mis pies y buscando puertas y algo más con la mirada y con el deseo.


Hay un símbolo que la iconografía popular ha ido asociando a estas tierras como la imagen que las identifica: el ciprés, solitario o alineado, bordeando caminos.


El ciprés pone el límite y el contorno a muchos caminos de mi recorrido, corona colinas y atrae mi mirada hacia lo más elevado de esta andadura por tierras de la Italia media.


En mi país y en mi cultura, el ciprés es símbolo de despedida a los vivos y de acompañamiento a los muertos en los cementerios; es el guardián de las almas para la eternidad, la huella permanente que señala el lecho de descanso de un ser querido. Por eso, es un árbol que no solemos incorporar al paisaje de nuestras casas o nuestros caminos Cierto es que no es mi caso, porque en mi descanso de Amillano, contemplo cada día mi pequeña formación de cipreses bordeando mi jardín.


En esta tierra que piso, el ciprés es un árbol de bienvenida. Por eso, en muchas casas solariegas, el ciprés recibe al visitante en el camino de llegada y le acompaña en su partida, siempre firme y flexible en los lados del camino, como soldado de una guardia de honor, esperando la próxima visita, presto a dar la siguiente bienvenida.


Como árbol solitario, es una lanza verde que crece y crece, con sus ramas más jóvenes apuntando al aire que los envuelve y los alimenta, con la atracción irrenunciable de llegar más lejos, más arriba.


Como grupo, los cipreses son la puerta natural que anticipa la llegada a muchas casas, formando caminos que te acercan cuando llegas. Son la puerta que anuncia la posición del hogar donde se recibe a los amigos, acogiéndolos antes de pasar la cancela, antes del abrazo con los cuerpos que les esperan.


Al salir, el camino que dibujan es una forma de alargar la estancia unos segundos para dejar una imagen en la memoria, una forma de prolongar los abrazos.


Como dice el poeta, si escribir es una forma de dignificar y respetar la existencia, los cipreses escriben historias cotidianas, humanas, confidencias y secretos, dignifican casas, caminos y paisajes. Su sombra custodia la acogida a los seres queridos y levanta un homenaje a la hospitalidad más sencilla y cercana.


En la distancia que marcan hasta las casas y las personas, respetan la existencia de los que pasamos cerca de ellos, de aquellos que les miramos con dulzura. A nuestro paso, ponen su aroma a nuestra disposición, recortando distancias entre humanos y naturaleza.


Los cipreses forman una puerta de entradas alegres y salidas tristes. Su esbeltez deja su imagen grabada en la retina de mis sentimientos más hondos.


Mi mirada se pierde en el vértice que apunta al cielo. Me incorporo a ese afán de llegar a más, de dejar un recuerdo en mis seres queridos.


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