ENIGMAS. EL ORGULLO Y LA APARIENCIA.

EL ORGULLO Y LA APARIENCIA

 



Metáfora de lo que el hombre se imagina ser

porque no puede ser únicamente lo que es.

Hugo Mujica: La flecha en la niebla


Dibujo: José Zamarbide.



Lima nos atrapa en este 2017.


Ahora y siempre, los hombres se han servido de signos para darse a conocer, para que sus vecinos, amigos y enemigos, los identificaran, para ser o para estar, en ocasiones más allá de sí mismos.


El nombre y los apellidos han sido los elementos más comunes que han puesto rostro visible a la existencia de cualquier ser entre su círculo. En algunos casos, si el interlocutor era de una generación anterior o posterior, había que añadir “hijo de y de…”, “de la familia…”, “nacido en…” o “sus padres eran…”.


Hubo tiempos en que los hombres del mismo oficio se agruparon para vivir en el mismo barrio o calle. Así nacieron las antiguas calles de los alfareros, de los herreros, los carpinteros o los curtidores. Había en ello un interés comercial y también la evidencia de una identidad, de una pertenencia.


Supongo que aquí, en la capital de Perú, lugar del que procede esta puerta, también se utilizaban señales para distinguirse o para identificarse.


En la visión de esta puerta, pintada con colores oscuros y mareada con herrajes aristocráticos, veo la necesidad de comunicar algo grande y, al mismo tiempo, pequeño: lo que se desea que los demás piensen que uno es.


Y en este caso concreto, me pregunto si la Iglesia, a cuya catedral pertenece esta puerta, quiso poner de manifiesto el sentido del orden y el poder, la grandeza de una misión que cada uno interpretaba de forma diferente, según su grado de creencia y su situación.


Las señales del poder siempre han sido expuestas, exhibidas en su desnudez, nunca se han reservado para la intimidad. Solamente hacia fuera han tenido  sentido, hacia dentro nunca han sido necesarias.


Observando esta puerta, me pregunto si no es suficiente con ser lo que uno es.


En la vida no resulta fácil ese empeño: es importante luchar con uno mismo para mantener el ser, para no dejarse llevar por caminos desconocidos, para no caer en el abandono, en la renuncia al norte. Empleamos horas y medios en mostrar a los demás lo que queremos que vean de nosotros mismos, vano esfuerzo en el que los demás se reconocen.


Al igual que Hugo Mujica, me pregunto si ese juego del ser y del querer ser es un impulso para crecer o el pozo oscuro y profundo en el que caemos para llegar a dejar de ser, para perder la dirección de la mirada puesta en los demás y perseguir que todas las miradas se dirijan a nosotros.


Vanidad de vanidades, juego permanente del yo interior y de la vana proyección de una imagen que nos cuesta mantener, que nos aleja de los demás y de nuestro propio ser.


¿Es tan difícil vivir simplemente según lo que uno es.


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