EJERCICIOS DE TALLER. TRES FOTOGRAFÍAS Y LOS RECUERDOS

 


TRES FOTOGRAFÍAS Y LOS RECUERDOS


Tengo frente a mí un folio en el que están impresas tres fotografías en color. 


Una de ellas se corresponde con una vista aérea de un mar tranquilo en el que se mece una barca pequeña bajo la que se adivina la silueta de un pez enorme, posiblemente un cetáceo. Me resulta difícil asegurar que se trate de una fotografía que transmita una realidad. Hoy en día, la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías de la impostación nos ofrecen demasiadas realidades virtuales que nos conducen a elaborar ideas equivocadas. En relación con este tema, yo prefiero quedarme con la sencillez de una fotografía sin retoques o con mis recuerdos. 


En la segunda fotografía, un ciclista recorre una senda que apenas se distingue como tal, a media altura de unas montañas de un paisaje desértico o lunar, en todo caso especial, con estratos de diferentes colores de tierra que, en mi opinión, es lo que da vida a la imagen.


Ambas fotografías me transportan a viajes de largo recorrido, a cambios de escenarios sobre los que habitualmente posamos nuestra mirada.


La tercera fotografía me ofrece un campo de girasoles bordeado por una hilera de chopos que ya tienen sus años. Esta es una imagen más cercana, una imagen que puedo disfrutar con mis ojos en la fotografía y en la realidad del paisaje que me rodea. En la fotografía, los girasoles miran hacia el fondo de la fotografía, siguiendo el recorrido del sol; todos excepto uno, el más cercano, que mira hacia donde yo me encuentro. Es una anomalía que llama mi atención y que hace que yo mismo vuelva la mirada hacia mi mismo.


Pienso en la diferente percepción de lo lejano y lo cercano, del lugar al que me llevan las primeras y sobre mi relación, más cotidiana, con la tercera.


Mis recuerdos vuelan hacia las vivencias que se generan con los viajes. Antes de ese vuelo, me he planteado la pregunta de si los viajes están supervalorados o no.


Si tuviera que responder a esa pregunta desde mi momento actual, diría que sí, que no es para tanto, que también desde aquí, sin moverte de tu casa y tu ciudad, puedes … y al llegar aquí, me he parado y he dudado. Al final, creo que para “vivir” sin moverte de tu casa, puede ser  importante tener recuerdos, haber vivido mucho y haber viajado también mucho.


Por eso, resultaría parcial y falso afirmar que los viajes están sobrevalorados.


Si yo fuera un poeta, pondría en buen orden esos recuerdos y los llenaría de imágenes que todavía vienen a mi memoria, los haría más grandes y más bellos de lo que ya fueron, pero tengo que limitarme a enunciarlos para que no se desvanezcan en mi memoria. Con esa limitación, podría decir que:


“He visto llover, en una noche de luna llena, sobre las aguas de la bahía de Halong y he visto miles de medusas acariciar los costados de nuestra embarcación”.


“He cenado en una noche estrellada, rodeado de antorchas, en la entrada de un tempo de Bagan, mientras escuchaba el sonido en vivo de instrumentos antiguos”.


“He conversado hasta la liberación en las escaleras de una casa de Pompeya, rodeados por la selva y el río Napo, mientras los cocuyos iluminaban la noche y se escuchaba la llegada de la lluvia al golpear las hojas en la selva”.


“Me he quedado mudo contemplando el templo de Abu Simbel, iluminado en una noche apacible, desde la cubierta de nuestro barco”.


“Me he dejado atrapar por los colores brillantes de la superficie del lago Inle, en un atardecer de película, mientras los pescadores utilizaban sus pies y piernas para remar y sus brazos para manejar las redes, de pie sobre sus tablas”.


“También me atraparon colores similares, que semejaban la piel de serpientes, al remontar el río Napo, Ecuador, en un atardecer con la silueta del volcán Sumaco frente a nosotros”.


“Me he dejado atrapar por la grandeza singular de las tumbas de emperadores vietnamitas en los alrededores de Hue”.


“Creí que podía volar desde la cima de la montaña de la Luna, en YangTsuo”.


“He recorrido entre un bosque interminable de cedros, el camino que une Magome y Tsugamo, por el valle del Kiso, en Japón, repisando las huellas de antiguos samurais”.


“He sudado hasta el agotamiento para subir hasta el Nido del Tigre, en Butan, y poder tranquilizar mi espíritu entre velas e incienso”.


“Mi rostro se ha impregnado del humo de los cadáveres ardiendo en los ghats que bajan de Benarés hasta el Ganges”.


“Me sumergí en el encanto de una canción maya cantada por una indígena en la cima de la gran pirámide de Tikal, en Guatemala”.


“Me habría perdido en las calles de Antigua”.


“Los pies se me volvían danzones al calor y el color de Livingstone, en el caribe guatemalteco”.


“Recuerdo el sabor del té de yak que bebimos en una yurta a orillas del lago del Karakorum”.


“Me he dejado embriagar por los sabores de un buen aiaco en Bogotá o por los vapores de un sabroso hot pot en Zhongdian -antes Shangri-la-, en China”.


“Me he dejado atrapar por la armonía, contemplando la magnificencia del Taj Mahal, en India”.


“Siguen presentes en mi memoria amplios paisajes como la selva amazónica de Ecuador; la Umbría y la Toscana, en Italia; los amarillos del desierto del Takamaklan, en China; las riberas del Nilo; la magia de Epidauros o Delos, en Grecia; los acantilados y las olas en Menorca”.


“He tomado un te con menta en el “café des Nattes”, en Sidi Bou Said, en el que dicen que Flaubert escribió Salambó, envuelto en blancos y azules”.


“He pisado los adoquines de las calles de Praga pensando en Kafka”.


“Me ha rodeado la tristeza y el respeto recorriendo las estancias del Monasterio de Yuste, respirando las huellas del emperador”.


“Alimenté el amor mientras compartía los caminos de la Provenza, buscando el Mediterráneo y la lavanda”.


“Busqué mi identidad recorriendo la Vía di Francesco, atravesando la Umbría, la Toscana y el Lacio”.


“También la busqué, sin fe, siguiendo el camino tallado en la tierra por los peregrinos que se dirigen a Santiago de Compostela”.


“Sentí que la vida tomaba otra dimensión en los días y noches de Vigo, cuando todavía sabía poco de la vida”.


“Conseguí lo que no esperaba cuando puse mis pies sobre la roca firme de El Púlpito -Preikestolen-, en los fiordos de Noruega”.


“Soñé con la eternidad del día recorriendo las aguas del mar de Barents”.


“No solamente se asombraron mis ojos al contemplar Machu Pichu, también lo hizo todo mi cuerpo”.


“Me he transportado a grandes viajes míticos, mientras viajaba en tren, a bordo del Andean Explorer, entre Puno y Cuzco”.


“Algo parecido al asombro vivía en Ollaytantambo y en Pissac o en las salinas de Mara”.


“Los mosquitos del Mekong carecían de importancia cuando el objetivo era llegar a Angkor Bat”.



¿Cómo se puede pensar en la sobrevaloración de los viajes cuando se guardan estos recuerdos y muchos más?


Pero también podría decir que en mi tierra, sin apenas moverme,



“Frente a la Sierra de Lóquiz, al alba, he visto amaneceres tan rojos que mis ojos temían quemarse”.


“He abrazado, con mis seres queridos, la fortaleza de un haya longeva en Urbasa”.


“He querido volar desde San Miguel de Aralar, dejándome atraer por el vacío que se abre a mis pies, entre el santuario y San Donato”.


“He deseado echar la siesta arropado por alfombras de narcisos silvestres en primavera”.


“Me he sentido visitado por los milanos, volando sobre la Luna”.


“Me he sentido halcón o arquero en las torres de Ujué”.


“Tengo el recuerdo grabado de las menestras de primavera de San Adrián, con la magia y el sabor de las habitas, guisantes, puntas de espárragos, alcachofas, arroz y entrecostilla de cordero frita”.



Diferentes querencias y recuerdos que se complementan para mantener el edificio de una vida, frágil a pesar de todo.


Los viajes sin el equilibrio y el sentido o la búsqueda en el empeño no son nada, pero si hubo un motivo, hay un recuerdo vivo, y sino se ha viajado, los recuerdos son menos.


Pamplona, febrero de 2024

Isidoro Parra


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