ENIGMAS, LA SEQUEDAD DE LA HOJA ANCHA


 LA SEQUEDAD DE LA HOJA ANCHA


Nuestras palabras crecen como hiedra hacia lo hondo sin que sepamos la savia que las nutre.

Julio Llamazares: La lentitud de los bueyes


Acuarela: José Zamarbide.



Esta tierra de mojotes y minifundios fija sus habitantes a la tierra como un imán lleno de sol y verdes tierras. 


Los mojotes, en Viñales, Cuba, parecen restos de antiguos dinosaurios petrificados que no han querido dejar esta tierra donde se cultiva, dicen, el mejor tabaco del mundo.


Dejarse llevar por sus caminos, recorriendo haciendas de café y tabaco es un ejercicio más que recomendable: perderse para acabar prendido en unos atardeceres paradisíacos, degustando ese café o ese habano, en conexión con el aire que te rodea.


Así lo estamos haciendo en este viaje de 2008, queriendo retener los colores, la luz y la música engrosando nuestros recuerdos.


En los espacios rescatados de la profusa vegetación se cultiva el producto principal de esa zona, el tabaco, con la misma sacralidad para sus habitantes que puede tener en nuestras tierras el cultivo de la vid.


El ciclo de producción de la planta se extiende de octubre a enero, época en la que se produce la recogida de las hojas, anchas y verdes.


Una vez ensartadas unas con otras, mediante una aguja alargada trabajo delicado que, como otras muchas cosas en la vida, descansa sobre las manos de las mujeres-, se extienden sobre los cujes que son introducidos en las llamadas casas de curar tabaco” para que allí, durante un periodo de cincuenta días, más o menos, se acabe el proceso y se disponga de las hojas para elaborar los apreciados puros.


Aunque hoy se están construyendo casas más grandes, las tradicionales casas de curar tabaco estaban hechas con estructuras de madera, paredes de yaguas o tablas de palma y techos de guano. Tenían una altura que oscila entre los doce y los veinticinco metros y estaban orientadas del este hacia el oeste, con objeto de que el frente y la trasera solamente reciban los rayos del sol al amanecer y al atardecer.


Yo me he detenido ante ésta, bastante humilde, con ese dintel invisible que perfila el hueco de una puerta que no existe, con esas paredes gastadas por soles y lluvias, con ese silencio que la envuelve.


Parece que su personalidad se la da el paso del tiempo, viendo la vida pasar a su alrededor, prestando la sombra de su interior al secado de esas hojas que son el tesoro de esos cultivadores.


En sus entrañas se va a producir el milagro, despacio, como todas las cosas que son esenciales para la vida.


Esa oscuridad que se adivina tras la puerta es el alma que transmite a las hojas que le han confiado. Esa oscuridad es un signo evidente de su amor.


Ojalá estas palabras, creciendo hacia lo hondo, le envíen savia para nutrir sus días.

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