EJERCICIOS DE TALLER. CINE, MÁS CINE POR FAVOR.

CINE, MÁS CINE POR FAVOR



UNA CANCIÓN


¿Quién no se acuerda de aquella canción que sonaba en nuestros oídos cuando éramos jóvenes?. La compuso Luís Eduardo Aute y repetía un estribillo que decía:


Cine, cine, cine

Más cine por favor

Que todo en la vida es cine

Que todo en la vida es cine

Y los sueños

Cine son


El cine, para nuestra generación fue una escuela de libertad, una oportunidad de desarrollar habilidades para sortear la censura, el 3R, y no digamos nada del 4R que ya era motivo de  incurrir en pecado mortal y, si te descuidabas, ser objeto de excomunión. No podías argumentar ignorancia porque la calificación moral de las películas se ponía en una pizarra frente a cada cine. El séptimo arte también fue una escuela de conocimiento, de soñar sueños imposibles, de alimentar deseos de vi
ajar, de conocer un mundo real más allá de las pantallas y de las fronteras de nuestro país.


Cuando llegó esa canción de Aute, muchos de nosotros podíamos ya identificarnos con algunos versos de su contenido.


INFANCIA y PRIMERA JUVENTUD: 


En mi pueblo natal, San Adrián, hasta que yo fui joven, había dos salas de proyección operando al mismo tiempo, el cine Bebé y el cine Serafín. Entre ellos competían por traer las películas más atractivas que, generalmente, eran las que protagonizaban los actores españoles del momento, Pepe Isbert, Gracita Morales y compañía, aunque también despertaban interés las protagonizadas por artistas como Ava Gardner y Gina Lollobrígida, éstas últimas casi a escondidas para que no se enterara el párroco.


Siendo yo bastante pequeño, recuerdo que lo que más llamaba nuestra atención eran algunas películas del Oeste, las de piratas y las de Tarzán. En una ocasión, estrenaban en el cine Bebé la última película de Tarzán y yo siempre me administraba la “paga” comprándome algunos chuches, regaliz y polvos pica pica en “el carro del negro” -así le llamábamos porque el propietario era un hombre delgado, negro como el tizón, que cayó a vivir, por razón de matrimonio, en San Adrián- y reservándome el dinero para poder ir al cine. El problema vino cuando al llegar a taquilla habían subido cincuenta céntimos el precio de la entrada y yo no tenía suficiente dinero. Volví a casa corriendo para pedir lo que me faltaba pero el horno no estaba para bollos ni la cartera para estipendios extraordinarios de ocio, así que -llorando, por supuesto- me quedé sin ver las nuevas aventuras de Tartán.


Fui creciendo, pero no tengo recuerdos de haber dado ningún salto especial en mi educación cinéfila. Ibamos al cine porque tampoco había muchas alternativas. Eso sí, cuando fuimos creciendo, los amigos creíamos que por el hecho de estar calificada con un tres o cuatro erre la película sería buena


A pesar de lo anterior, pienso que los cines tenían otras ventajas: eran un centro de encuentro y socialización, sobre todo cuando apagaban la luz, en las últimas filas del patio de butacas.


Recuerdo un hecho que hoy me parece divertido, pero que en su día me produjo una vergüenza terrible. Estaba paseando con un primo, camino del cine “del Serafín”, cuando nos aborda una prima mayor que nosotros, la Rositilla. Nos coge del brazo y viene con nosotros al cine, donde le estaba esperando su marido, Carlos, un hombre muy educado y silencioso, todo lo contrario que ella. Cuando llegamos, la película había comenzado y la sala estaba a oscuras, pero ella no se cortaba para nada y gritando alto llamo a su marido para ver dónde estaba sentado: ¡Carlines, cariño!, ¿dónde estás? Las gentes del pueblo que les conocían a ambos, rompieron en una carcajada colectiva que a nosotros nos sacó los colores.


Recuerdo que hasta mi madre -mi padre nunca- iba al cine. Cuando le preguntabas si le había gustado la película, su respuesta podía ser de dos tipos: la primera, negativa, cuando te respondía, ¡una sosada!, la segunda, más positiva: ¡ha estado bien, pero no me ha gustado cómo ha terminado, debería haberse visto la boda! Creo que no acaba de creérselo si no veía al cura ejerciendo.


¿QUIÉN NO HA SOÑADO SER… ?


Tuve que esperar a llegar a Pamplona para que mi afición al cine diera algún salto cualitativo.


Era consciente de mis carencias y comencé a acudir al cine forum que se proyectaba en Jesuitas y allí me fui enterando que, además de los actores, había guión, partitura musical, interpretación contenida, fotografía, intención y estilo. Comencé a valorar el blanco y negro para un tipo de películas y a pensar diferente cuando la película era francesa, italiana o de otro país. 


Recuerdo proyecciones como El acorazado Potenkim, las primeras películas de Ingmar Bergman, El séptimo sello o El manantial de la doncella. De todas ellas salías con docenas de preguntas que te hacías a ti mismo o a los compañeros con los que habías ido a ver la proyección y escuchar el coloquio. No siempre podías entender los mensajes ni la intención y, mucho menos, buscar su hueco en tu vida.


A partir de ahí, quedaba una inmensa tarea: elegir entre una cartelera más abierta, inclinarse por un tipo de temática u otra, interesarse y comenzar a saber algo de diferentes directores, darle importancia al guión, diferenciar un tipo de interpretación u otra, decir sin vergüenza que te gustaban algunas películas del oeste -no todas-, saber que detrás de un guión, en ocasiones, había un libro y, sobre todo, disfrutar, ser feliz por unas horas, y soñar.


En aquellos años me suscribí a una revista de cine, Nickelodeón.


Hablando de soñar, ¿quién no ha soñado con ser Judá Ben Hur o Espartaco?


¿Quién no ha soñado con ser Clint Eastwood en Sin perdón o John Wayne en La diligencia? Del género de películas del Oeste siempre nos quedarán directores como John Huston, John Ford, Sergio Leone, Sam Peckimpah y su inolvidable Grupo Salvaje. También había recomendaciones encendidas de algún amigo que te hablaba con intensidad de alguna película que a ti te había pasado desapercibida, como Johnny Guitar. Una pena que ahora ya no me recomiende ninguna película.


Tengo la sensación de haber vivido también un salto cuando conocí algo más del cine italiano, con Federico Fellini y La dolce Vita o Amarcord, sin olvidar a Rosellini o a Giuseppe Tornatore con su Cinema Paradiso.


¿Quién no ha soñado por un día convertirse en Annibal Lecter para sacar de circulación a algún presuntuoso? ¿Quién no ha pensado en ser Sean Connery en Los Intocables o Humprhey Boggart en El halcón maltés o Gene Hackman en French Connectión o Robert de Niro en El cazador?


Pocos podrán negar que hayan dado otro salto cuando llegó a nuestras pantallas la trilogía El padrino.


Yo podría llenar páginas con el recuerdo de horas en silencio, tenso, frente a una pantalla, o soñando con ser uno u otro personaje.


El cine ha ocupado muchas horas de mi vida y no tengo la sensación que hayan sido las más desaprovechadas. 


Por eso, cine, más cine por favor.



Pamplona, noviembre de 2024

Isidoro Parra.

 

Comentarios

Entradas populares