DESAMPAROS Y RESCATES: EL DESAMPARO DE LA RENDICIÓN



 EL DESAMPARO DE LA RENDICIÓN


La habitación está en penumbra. A pesar de la luz del exterior, en estas primeras horas de la tarde, alguien que te quiere ha pensado que estarías más cómodo sin estridencias y, con acierto, ha resuelto que la luz intensa de esta tarde de verano podría ser una invasora agresiva de esta intimidad.


Permaneces postrado, en silencio, casi inmóvil. Aunque el que te observa se acerque a tu lado, no apreciará nada diferente a la actitud de una siesta en el estío. Cualquiera puede pensar, a primera vista, que estás dormido, relajado.


Tu cuerpo -aparentemente pleno de formas y de fuerzas- no refleja el momento que estás viviendo ni delata la presencia del mal que te invade. Tampoco te traiciona el color de tu piel ni el ritmo de tu respiración. Así, podemos contemplarte durante bastantes minutos, dando oportunidad a que la confianza se apodere del espacio que ocupamos.


No podemos leer la palabra rendición en tu apariencia.


Cuando menos lo esperamos -tú y cualquiera de nosotros-, un movimiento no natural de tu brazo y de tu mano nos ponen en situación de alerta y evidencian que lo que queda de apariencia en tu figura no es toda la verdad. También hay reacciones ocultas que están más cerca de la realidad que esa falsa calma. Da la sensación de que, con ese gesto, quisieras apartar de ti algo que nadie puede ver … las moscas que no existen en esta habitación, la presencia de lo que se acerca, la oscuridad que te va cercando o, quién sabe, si la excesiva claridad interior que te ilumina.


Tu boca es una puerta dispuesta para pocas entradas -apenas el aire que precisas- y para algunas salidas que no acaban de materializarse. Nos gustaría que tu cuerpo invitara a varios de esos huéspedes a salir por ella y que no volvieran, pero ni tienes fuerzas ni es posible que eso suceda. Intentas toser y tu tos se quiebra, se deshace por el camino y se queda atascada ocupando espacios que deberían estar vacíos. Las flemas que acompañaban a la tos, parecen vivir en lucha con ellas mismas, pero no se atreven a asomarse y renuncian a la libertad o al exilio, nunca se sabe.


Tus pies están protegidos, contra roces y golpes, por suaves gasas y armaduras blancas que te abrazan con suavidad. En apariencia, tampoco parece que tengas intención de moverlos mucho.


Me dicen que deseas irte. Ya sabes -me dicen también- que es cuestión de días o semanas y  que nunca hubieras pensado vivir esta situación con la edad que tienes, menos de setenta.


Estás atrapado en una espera sin esperanza -o con las esperanzas puestas en el misterio-, en una rendición anticipada y realista.


Tus conexiones con la técnica, respiradores, sondas de alimentación, alarmas, vigilan el bienestar que todavía mantienes: la ausencia de dolor, que no es poco.


Pareces entregado a los próximos días, paciente, vencido por la invasión que no has podido rechazar.


Miras tus manos y tus pies y es posible que no los reconozcas como tuyos, empiezan a ser extraños, a no pertenecerte, como si los hubieras abandonado voluntariamente al lado del camino que ya has recorrido.


Desconozco los motivos por los que se escucha el ruido de la televisión encendida ¿esperas un partido de fútbol o uno de pelota o se la ha dejado encendida el cuidador que ha salido hace unos minutos?


Hace calor en la habitación, pero nada parece interferir en tu abandono.


Tu silencio, entregado, el mío observante e ignorante. Hay algo solemne en este silencio en el que no pasa nada pero pasa todo. Es un espacio que nos ofreces para que nosotros, los  acompañantes podamos madurar un poco, un lugar íntimo para presenciar la lentitud y la aceleración de la partida.


Yo, lleno de dudas, guardo silencio, pero eso no me da tranquilidad; quisiera hacer algo pero me quedo quieto y mudo.


Tú, sin poder expresarte, pareces flotar en medio de esa espera silenciosa, en ese abandono consciente.


Me dicen que tu pareja sufre lo tuyo y lo suyo. Le han obligado a descansar: Nadie necesita razones para explicar una ausencia que es cualquier cosa menos ausencia y lejanía. Tú lo sabes y sientes su presencia más cercana que nunca. A mí, me basta con este silencio y la estrecha distancia que mantenemos.


No sé si tu boca abierta exhala o espera, pero me parece la única puerta que comunica tu interior en calma con el exterior expectante.


Creo que has renunciado a conectar o eso me parece o yo no he sabido abrir las puertas necesarias, pero no importa. El respeto y la aceptación nos rodean.


Un acompañante previo ha puesto una gasa húmeda sobre tu frente. El calor es pesado, como una manta en agosto. La reemplazo por otra más fresca con la idea de aliviarte un poco.


Ahora te esfuerzas por comunicarte, pero no te entiendo, tu voz no llega a armar las palabras ni a elevarse por encima de un susurro estresante. Intento interpretar: ¿medicación para el dolor? ¿cambio de postura? ¿inquietud? ¿desasosiego?, todo es posible pero me gustaría entenderte bien o, en su defecto, acertar.


Me viene a la cabeza la idea de si ha habido resignación sin aceptación o aceptación sin resignación, pero ¿quién soy yo para especular sobre tu momento?


Pienso también en tu rescate e intuyo que eso es algo que tú ya has elaborado y que sólo a ti te pertenece. Es tu tesoro. Defiéndelo.




Pamplona, junio de 2025

Isidoro Parra.

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