CARTA ABIERTA Nº 3 A JUAN VICENTE PIQUERAS
CARTA ABIERTA Nº 3 A JUAN VICENTE PIQUERAS
Juan, por ponerle contexto a esta carta, estoy en La Luna, mi retiro, mi pequeño monasterio, con la chimenea encendida y observando la primavera que se acerca y se refleja en el verde brillante de los campos de cereal, con una boina de nubes que se cierne sobre nosotros y descarga continuadamente su exceso de agua, mientras los árboles todavía duermen el sueño del invierno, con sus ramas sin hojas que chocan entre sí empujadas por el viento. Escucho los conciertos de viento de Mozart mientras intento ordenar mis pensamientos y lo que me ha llamado la atención en tu poema “La palabra Dios”, de tu poemario “La habitación vacía”.
Es la segunda o tercera vez que leo este poemario. De hecho, ya te escribí una carta anterior en la que te hablaba de algunos de tus poemas y de su impacto en mí, pero ahora descubro que tu poesía es mucho más de lo que yo te decía en esa carta. Al releer hoy los poemas, he descubierto estos versos, a mitad del poema que he citado:
“Tal vez crear, creer, sean el mismo verbo.
Intentamos creer en un ser que nos crea.
Lo hemos creado para creer en él.”
Ahora me doy cuenta de la superficialidad con la que leemos la poesía. Si no fuera así, yo me tendría que haber dado cuenta de estos versos en alguna de las lecturas anteriores. Digo esto porque el tema que abordan estos versos es también una encrucijada, un clavo fijo, en mis pensamientos y en mi vida. Digo que no soy creyente, pero siendo coherente conmigo mismo, me gustaría no volver tantas veces a este pensamiento, a la duda sobre la Gran Oscuridad, que dice José Mateos.
Una opción, desde la no creencia, sería referirme a Dios y a cualquier tipo de trascendencia relacionada con él como si fuera una reminiscencia educativa que, lógicamente, está ahí, pero considerarla como superada y, como todo lo superado, pensarla como intranscendente, como un recuerdo vago, como una película apenas recordada.
Podría también reconocer que su peso en nuestros recuerdos es debido a la cantidad de impactos que recibimos de niños, consignas de nuestros padres, novenarios del niño Jesús, sermones, misas, catequesis, misticismo de la primera comunión, del bautismo que no vivimos, misterio y oscurantismo de la confesión y un largo recorrido por esa niñez, en aquellos tiempos, presa de ese poder instaurado de la Iglesia que nosotros no le concedimos, pero la mayor parte de esos recuerdos me parecen tan irreales y tan postizos que desdeño otorgarles otro valor que no sea el de su estética.
También podría agarrarme a su existencia y a -según dicen- su capacidad de perdón infinito para dejar de pensar en las consecuencia que para la inexistente vida eterna pueda tener mi conducta y mis actos, pero me parece una huída demasiado simple.
No es la primera vez que escucho ese mensaje de nuestra creación de Dios. Un buen amigo, creyente, fraile, respondió, hace muchos años, a mi pregunta de si Dios existía, con esta respuesta: No, Dios es una creación de los hombres. A pesar de la respuesta, la fe de ese amigo me parece sólida y trabajada, sin artificios, sin desapego a la sociedad que.vivimos hoy y, para mí, es un ejemplo, pero no me basta ni para creer ni para olvidarme del tema.
Entonces, ¿qué me queda por hacer? ¿Dejarme llevar? No soy de esos.
Por eso, al toparme hoy con esos versos, creo que los he visto como una aproximación que me encaja para dar una explicación parcial a lo que me ocurre con el enigma.
No sé si crear y creer son el mismo verbo, pero si que creo que todos, creyentes y no creyentes, intentamos creer en algo que nos supera y en ocasiones lo vemos como una protección, en otros como un vigilante, en otros como algo inalcanzable, pero que desearíamos que existiera y creer en él sin fisuras.
No sé si lo hemos creado para creer en él, pero si no fuera así, si no creyéramos en él no tendría sentido la creencia ni el mismo Dios. No merecería la pena tanto devaneo, salvo para los que no podemos evitarlo, los que dudamos siempre entre el día y la noche, entre el todo y la nada.
Perdona, Juan, que te escriba eta carta y que te hable de este tema, siendo consciente de que lo más probable es que no haya interpretado bien tus versos, pero he sentido la necesidad de hablarlo con alguien y, ya que me lo has provocado, te ha tocado ser el destinatario de mis dudas y de los nudos de mis creencias.
Sé que el tema es arduo y de mayor calado que todo lo que he dicho, pero así soy, simple, algo superficial y mentiroso. Espero que yo mismo sepa perdonarme.
Pamplona, marzo de 2025
Isidoro Parra.
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