CARTA ABIERTA Nº 5 A JESÚS AGUADO


Buenas noches, Jesús.


Sereno, en mi habitación de estudio improvisada, en medio de la noche, me siento como resguardado por una campana que me permite estar en silencio, contemplar las luces de farolas en la calle y ventanas en los edificios que tengo frente a mí. En esta campana, siento bullir en mi cabeza los sonidos, y siento en mis fosas nasales los olores de las calles de Benarés, ciudad que visité hace muchos años; hace tantos años que no hubiera sido posible recordarlos tan vívidamente si no hubiera acabado de leer tu libro “Benarés, India”.  


En esta campana bajo la que me siento cómodo, no asediado, me apetece vagar por tus páginas y mis recuerdos.


Por aclarar algunas diferencias, quiero decirte que mi viaje no fue como los tuyos, ni tan prolongado en el tiempo. ¡Ya me habría gustado algo diferente! Yo fui por trabajo, acompañado de otros compañeros y, además del trabajo, dedicamos algunos días a empaparnos un poquito de la India. Por tanto, ni fui sólo ni dispuse del tiempo necesario para demorarme en la contemplación y el entendimiento, pero Benarés siempre ha quedado en mi mente como la ciudad a la que me gustaría volver de otra forma.


No viene al caso contarte mis experiencias, pero dejaré alguna nota al hablarte de tu libro.


Antes de comentar nada concreto de lo leído, quiero decirte que no me ha sorprendido el contenido, es, más o menos, lo que me esperaba, pero no por ello me ha gustado menos, todo lo contrario.


No podías comenzar el libro de mejor forma que desterrando las metáforas: “La primera impresión fue que esta ciudad lo convierte todo en metáfora. Ahora presiento que esta ciudad hace inútil las metáforas.” Así me encajan mis recuerdos de Benarés. Es tan inasible, tan volátil y tan de lo profundo de la tierra, que arriesgar metáforas al describirla es como arriesgar la credibilidad de tus sentidos.


Me he demorado en las descripciones de tus llegadas, estancias o abandonos de los ghats. Yo descubrí los ghats cuando despuntaban las primeras luces sobre el Ganges. De hecho, al descender hacia el río todavía nos rodeaban los mendigos y leprosos con sus velas encendidas. Ante la visión que se ofrecía a nuestros ojos no sabía si quedarme y arrojarme al río, si huir despavorido o dejar que la historia del mundo me abrazara. Volví al atardecer y mis ganas de plantarme sobre el barro aumentaron.


Cuando he leído algunos párrafos tuyos, por ejemplo ese que comienza así “Mañana corta mi cabeza y tírala por el balcón donde aguardan las ratas”, he sentido que estabas viviendo una catarsis lenta, una renovación imperceptible pero insistente, un deseo de profundizar en los orígenes y en el sentido de la vida.


Me ha encantado cómo describes el paso del tiempo y tu inmersión en ese caudal: “Las horas pasan. Las horas no pasan. El péndulo de las horas se detiene. Nunca he sido tan feliz. Nunca. Con nada. Con nadie. Y me siento culpable por eso. Culpable de ser yo.”


Me quiero reconocer, no tanto en el momento vivido, pero sí, en el sentimiento que me podría inspirar mi estancia en Benarés, cuando leo: “Benarés no quiere que la interprete sino que la habite. Pero no sé hacer lo segundo sin caer en lo primero. En el fondo es una vieja cuestión sentimental: por mucho que finjamos lo contrario, no nos deseamos (todavía).”


Y atisbo tu propia historia de amor con la ciudad: “Benarés comienza a creer en mí.”


No me parece que lo vivido confirme tu desaliento cuando afirmas que ganas todos los combates imaginarios, dando a entender, al menos a mí, que los reales los pierdes.


Me he detenido un buen rato y he vuelto más tarde sobre tu frase: “Las pasiones deben ser medios y no fines”. No pretendo entrar en un análisis profundo ni en intentar descifrar lo que dices. Simplemente, me ha hecho pensar en mi propia visión y experiencia con las pasiones. Si son solamente un medio, ¿cuál es el objetivo que persiguen?, ¿el poder?, ¿el placer?. Hay momentos, no es éste, en que las he vivido como sentido casi único de la vida. ¿Hace falta cumplir años para poder repasar algunos pilares de tu vida? Creo que sí.


Tu relato de tu pequeña aventura con el anciano coleccionista de sellos me ha hecho sonreír como un lelo.


He leído relatos complicados de entender, pero también me he sentido cercano de algunos otros más sencillos, más cercanos a experiencias vividas personalmente, como la vista con tus amigas al telar o tu camiseta de rayas verdeazuladas y blancas. Me planteo cómo un relato tan sencillo, que no simple, como el de la camiseta te puede llevar a una conclusión en la que te sientes señalado, como culpable, por las miserias de nuestra sociedad, cómo la ausencia de ese pedazo de tela te ha dejado a la intemperie y a solas con tus contradicciones.


Llevo la mitad de tu libro y observo un escenario abierto para soñar, para escribir y vivir otras vidas, en una mezcla de tradiciones, creencias y realidades.


Me encanta cuando afirmas que uno de los problemas de la palabra es que se cree demasiado importante. Yo también creo que una palabra, generalmente, tiene un sólo significado, que su valor solamente crece en compañía de otras y en un buen recipiente.


Hablando de las arañas y de la experiencia del niño japonés Bankei, afirmas que “uno sólo se cura con lo que le mata …”. Estoy de acuerdo, pero es un enfrentamiento peligroso, siempre al borde de la derrota de la que puede que no te recuperes.


Como marcapáginas de tu libro, he colocado una hoja de hiedra otoñal que, aún seca, mantiene todos los matices del verde, del rojo y el marrón. Esos colores rojos y marrones me han recordado a la superficie del Ganges, al pasar por Benarés.


Estoy de acuerdo contigo en que debemos cuidar las palabras, sobre todo las que salen espontáneas, precipitadas, de nuestra boca. No siempre hay posibilidad de volver a meterlas en nuestra laringe.


Afirmas también que “todos somos superficiales porque ésa es la condición del hombre en el mundo”. Tengo que agradecerte esa frase porque, sea cierto o no, me ha dejado más tranquilo. Siempre he llevado mi superficialidad como un error genético.


Me gustaría caminar como camina tu amiga María, sin herir la tierra ni las vidas por las que pasa. Ese relato vuela y espero que sigas disfrutando de la cercanía de María y si, por alguna razón, no puede ser, te deseo que mantengas vivo el recuerdo de aquellos días.


Me imagino la ingente labor de las hormigas borrando las letras de las palabras que tanto te dolían en ese momento. ¡Échales más miel!, que sigan trabajando.


Para no ser solamente correcto y halagador, tengo que decirte que me han sobrado sueños y tanta búsqueda a través de la fantasía, pero es posible que sean mis propias limitaciones las que me han impedido profundizar en esos relatos. A título de ejemplo, siendo bello, me he perdido y no he acabado de hacer mío el relato en el que comienzas afirmado que “demasiada poesía en mi vida me ha vuelto ingrávido.”


Me he detenido y releído ese párrafo en el que afirmas: “Desentenderse es una forma de purificación maravillosa: el inicio de una ascensión, el nacimiento de un vértigo, …”. Sinceramente, lo he analizado desde diferentes posiciones y las cavilaciones me han llevado a aceptar y rechazar tu afirmación, no precisamente en ese orden, y me han conducido a conclusiones dispares.


Por el contrario, me he sentido identificado con el desarrollo que haces de la diferencia entre la espera y la esperanza. Me ha encantado.


Y así, poco a poco, día a día, he llegado al final de “Benarés, India”.


Me quedaban los apéndices y me he sumergido en ellos. 


¡Cómo entiendo tus vivencias y relatos relacionados con la librería Motilal, de Benarés! Creo que para los que tenemos cierta querencia hacia los libros, vivir una experiencia con una librería singular, es como entrar en una gruta profunda, de la que no sales igual que lo que has entrado. Algo así me paso a mí con la librería Libri Mundi, de Quito, en Ecuador, pero esa experiencia es para contarla en otro papel.


Me quedo con lo que he percibido como muestras sencillas del amor que Benarés ha dejado en tu vida. Me refiero al último apéndice: “Por eso, en lo que a mí se refiere, vaya a donde vaya siempre estoy dirigiéndome a Benarés, un estado del espíritu para el que no hace falta más mapa que la voluntad de ser (de dejar de ser).”


Cuando he acabado el libro, lo he cerrado y he permanecido inmóvil. El único movimiento que hacía mi cuerpo era el de mis manos acariciando la cubierta del libro, mientras una sonrisa amplia y callada se instalaba en mi rostro.


Pamplona, febrero de 2021

Isidoro Parra


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