EJERCICIOS DE TALLER. CARTA PARA VOMITAR SOBRE LA GUERRA O SOBRE ...



CARTA PARA VOMITAR SOBRE LA GUERRA O SOBRE …



A ti te escribo, Antonio, a ti que me enseñaste a amar la poesía.


A ti que también viviste una guerra … o dos, a ti que supiste lo que es hacer apresuradamente el equipaje, sin apenas tener tiempo de despedirte de tus objetos queridos, de tus recuerdos.


A ti que tuviste que habitar otros suelos, más allá de las montañas que, con su existencia, hacían frontera en el norte de tu tierra -no quiero emplear, hablando de la guerra, la palabra patria-. En esas nuevas tierras tu mirada se quedaba huérfana, sin olivares deslizándose como lagartijas por las laderas. Sin duda, los inviernos serían más fríos que en Baeza.


No sabía cómo empezar este lamento, pero me venía a la memoria de forma persistente un verso de tu poema “Consejos”, del tan leído y admirado poemario “Campos de Castilla”: ese verso que dice, como si nada: “Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya”.


Hoy, dicen que tenemos cincuenta y siete guerras activas en nuestro planeta y no puedo imaginarme muchas personas que las sufran y puedan consolarse con tu verso.


Miro una imagen desplegada de la Tierra y si intento clavar cincuenta y siete puntos en su superficie, excluidos los mares y los océanos, tengo la sensación de que voy a cubrir todo el planeta incendiado por el horror.


Pienso en las madres, esposas, hijas e hijos, padres y madres ucranianos que esperan el regreso de las personas amadas para llorar de alegría y darles un abrazo, que esperan, sin otro recurso que la esperanza y el resultado del azar, que acabe el horror y el ruido de las explosiones, y se encuentran con el más profundo llanto de la pérdida irreversible de la que han sido los únicos protagonistas. 


También pienso en el dolor, cuya visión no nos ofrece la televisión, de las madres o esposas rusas que reciben el cuerpo detenido o la noticia de la muerte de su ser querido, todo en silencio, todo oculto.


Pienso en ello y también puedo imaginarme los mismos rostros vaciados de los familiares de los caídos en Gaza o en Israel y la imagen siempre es la misma: el llanto que todo lo inunda, el vaciado total, el desgarro más allá de la sangre.


A pesar del número de guerras, no acierto a imaginar los rostros protagonistas, vencedores o vencidos de otras guerra más lejanas, más desconocidas, menos transmitidas, menos interesantes para los grandes protagonistas mundiales, adalides de la diplomacia que dicen serlo de un deseo de mantener la democracia y la paz, que esconden siempre intereses económicos que hay que proteger o de los que hay que intentar beneficiarse para alimentar el crecimiento, las estadísticas económicas, los oscuros intereses del poder.


En esta sociedad, si lo hacemos, solamente sufrimos por lo que nos llega a través de los medios de comunicación, especialmente televisión y prensa escrita.


Por eso, Antonio, me pregunto y te pregunto: ¿podemos esperar?. Te lo planteo porque tienes más experiencia que yo en esta situación y porque me pregunto si para influir en lo que pasa hay que hacer algo más que inmolarse, porque hasta inmolarse es una noticia que se olvida al día siguiente, sustituida por el impacto engañoso del resultado de un partido de fútbol, por el concierto del siglo o por la frase de dudoso objetivo que nos ha regalado el político de turno.


Sabes, Antonio, una de las cosas que más me preocupa es nuestra individualidad, la de los habitantes de lo que llamamos Occidente, los que no vivimos el ruido cercano de las explosiones ni sabemos de la existencia cercana de un búnker en el que refugiarnos, esa individualidad abrazada por el bienestar, en el que nuestras reflexiones pasan por dudar de si la alimentación que nos regalamos es la más ecológica, la más sana, porque vivimos tan bien que queremos vivir mucho más, porque no esperamos la noticia de que los nuestros no vayan a volver.


Me pregunto, Antonio, como se lo preguntaba Kant: ¿qué debemos hacer?. 


A fuerza de pensar y de intentar romper los muros de la retórica, llego a la desolada conclusión de que hemos alcanzado un nivel de comodidad y bienestar que nos permite lamentarnos de lo que vemos en las pantallas, mientras comemos un buen solomillo y un vaso, perdón, copa de fino cristal, de un buen tinto de garnacha o tempranillo. Y que no falte el café caliente, recién hecho, aunque eso sí, habremos pasado por el momento de tener que decidir sobre el origen del grano y su grado de tueste.


Cuando nos enfrentamos a esa dualidad entre nuestro bienestar y la desolada situación bélica del mundo, la mayoría de nosotros opta entre simplemente pasar página y volver a posar la mirada en lo que nos rodea o, como mucho, rascarse un poco (algo sin importancia) el bolsillo para ayudar a las víctimas de una guerra de moda o una hambruna persistente, migajas.


Para acallar nuestra mala conciencia, si la tenemos, nos esforzamos en preguntarnos varias veces a nosotros mismos si podemos o no hacer algo, pero no dura mucho esa reflexión. Nos esperan los amigos para tomar un vino, el paseo terapéutico recomendado, la misa del domingo,  la última película que se haya estrenado, llenar el frigorífico para los próximos días y el debate sobre la situación política del país. Se me olvidaba de que en algún momento también reflexionamos sobre la desigualdad y el crecimiento de la pobreza. Eso nos reconcilia algo con nosotros mismos y podemos dormir bien.



Isidoro Parra

Junio de 2024





 


 

Comentarios

  1. La cruda realidad sólo es el espejo donde se refleja el alma.
    el dolor de cerca o lejos, siempre es un anfitrión que clama,
    si no existieran preguntas, quién pensaría en la nada;
    y si ella no existe, cómo podemos llenarla,
    quizás como aquel niño de Hipona,
    mirando más allá de la playa,
    poniendo amor en el tiempo; y belleza en sus páginas blancas.

    Saludos Isidoro.

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  2. Iñaki, muchas gracias por tus palabras, que hablan tanto como lo que callan.
    Creo, sinceramente, que tienes la sensibilidad necesaria como para que unas pocas palabras de otro, yo en este caso, provoquen en ti la necesidad de escribir unos versos que siempre llegan más allá, siempre más allá de todo, creando preguntas y elementos de reflexión para que el quiera plantearse que la vida siempre es más, nunca menos.

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