EJERCICIOS DE TALLER. ALTERACIÓN Y VIVENCIA.



ALTERACIÓN Y VIVENCIA.


Su mirada era la única que pretendía descubrir algo, ponerle nombre a un gesto, identificar un rostro, aprender algo al fin. Su sentido empezaba a ser, con apenas cinco meses de vida, llenar el cajón de su memoria, saber. El de su madre, la contención en estado puro, la comprensión, el temor por el hijo.


El resto de los habitantes de aquellos 57 metros cuadrados, tenían la mirada ocupada por los recuerdos y los miedos.


Por la mañana, los hechos, la violencia, la provocación titiritera, la eterna frustración de ver cómo la libertad iba ocupando los espacios de la vida, de la calle, los bigotes negros ayudando a fruncir el ceño, a convertir los rostros en amenazas.


Pocos disparos y algunos gritos, el miedo se quedó pegado al almanaque.


Las primeras noticias traían malos recuerdos y peores presagios. La confusión se apoderaba de nosotros. No llegábamos a imaginar por completo el horror. Nuestros recuerdos no habían podido sembrar la memoria con experiencias similares ya vividas.


El hijo, en esos momentos, ajeno a todo el humo, era para sus padres la incredulidad de cualquier peligro, era la sonrisa de la vida, ocupaba el presente y se proyectaba hacia el futuro. La madre ordenaba los gestos con sus palabras de ánimo, con su incredulidad.


Conforme transcurría el día, el silencio llenaba todos los espacios; los informativos, los rumores que corrían de boca en boca… y el silencio. Todo se cargaba de presagios.


A lo largo del día, el amigo nos pidió ayuda: ¿Estábamos dispuestos a acoger a otros?. Se sentían amenazados, en peligro. Nosotros ni queríamos ni debíamos hacer preguntas, conscientes de que nuestra decisión, si las cosas no iban bien, nos implicaría también en lo que fuera, no alcanzábamos a precisar el peligro.


La respuesta fue sí, adelante, que vengan. La motivación era humana, necesaria. Creíamos que nuestra casa estaba fuera de sospecha, aunque algún piso más abajo compartían vivienda algunos militares.


Pasamos de tres a seis habitantes en nuestros 57 metros cuadrados. No sabíamos para cuánto tiempo.


Posiblemente el hijo se preguntaba qué pasaba, por qué había más gente y quiénes eran o también es posible que no se preguntara nada. Le bastaba con observar y dejarse querer. La madre se preguntaba todo a sí misma. Posiblemente la madre se preguntaba que sería de su hijo. No pensaba tanto en la parte de riesgo que le podía tocar en parte. Sólo el hijo importaba. También los acogidos.


Esa noche, el televisor, en colores tristes que pedían el blanco y negro, nos daba información confusa, contradictoria, no fiable. 


Los temores crecían, se barajaban alternativas.


Entre tanto, hacíamos comidas, cenas, preparábamos desayunos, aumentábamos las compras, poniendo cuidado en no llamar la atención.


Cuidábamos los tonos altos en nuestras conversaciones. Los muros parecían más de papel de lo que ya eran.


Algunos apenas durmieron esa noche.


Se buscaban los medios alternativos de conseguir información. Sólo un amigo que venía a traer noticas, conjeturas las más de las veces.


La imprecisión llenaba un aire cargado de temores.


El hijo seguía con sus rutinas, atendido por otras manos también, sobre aquel sofá con rayas de colores crema y marrón. Posiblemente notó cambios en el entorno, otros labios que le besaban, otras voces.


La madre procuraba mantener la calma y una confianza positiva en que todo iba a acabar bien.


Los demás, en alerta, no conseguíamos estar tranquilos, unos menos que otros.


Pasaron algunos días y las nubes grises, oscuras, que se habían posado en nuestro cielo, se fueron deshilachando, se despejaron y dejaron huecos para un sol esperanzador.


Aparecieron las sonrisas tímidas, sustituyendo a los ceños fruncidos.


Brotó de nuevo la confianza, tímida al principio.


No recuerdo si llegamos a celebrar esa confianza recuperada, pero el futuro parecía que volvía a tener el rostro de lo posible.


Así recuerdo aquellos días, desde el 23 de febrero de 1981 hasta que nuestros amigos se sintieron libres para poder volver a sus casas.



Enero de 2023

Isidoro Parra.


 

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