ENIGMAS. ARCOS ELEVADOS, PUERTAS ABIERTAS.

ARCOS ELEVADOS, PUERTAS ABIERTAS

 



Entre la certeza absoluta y la duda absoluta solo queda el espacio intermedio de la incertidumbre creadora.

George Bataille


Acuarela: José Zamarbide



Primavera de 2019, caminando por las empedradas calles de Perugia.


Así se configura esta ciudad: asentada con firmeza sobre la colina, sostenida por altos arcos que mantienen erguidas casas y comunican vías, arcos que te conducen de un barrio a otro barrio, del norte al sur, del este al oeste.


Es más que probable que si una de estas puertas abiertas cayese al suelo, Perugia se desmoronaría como un castillo de naipes, como un lego levantado por torpes manos infantiles.


Esta ciudad se eleva metro a metro por sus cuestas interminables y sus estrechos pasajes, sus palacios y fuentes. Me pregunto qué sería de todo ello si estos arcos que me conducen y me asombran, que dejan pasar el viento y limpian los olores, no fueran el hilo conductor de mis pasos.


Don Quijote los hubiera tomado, sin duda, por bandidos o por arañas, en cualquier caso gigantes, los habría mirado e interrogado acerca de sus intenciones y les habría retado a pelear por el honor de una doncella imaginada. Es posible que le hubieran inquietado hasta que la ilusión se trocase en batalla y acabara maltrecho.


Yo los miro con admiración y pienso en los maestros que hicieron los cálculos de altura y materiales, en los obreros que alcanzaron esas altas cotas, piedra sobre piedra, para desafiar al cielo; con el orgullo de ser artífices de estas moles de piedra. En sus curvas hay un rastro personal, ríos de sudor y alguna vida acabada en el propósito de alcanzar la grandeza y demostrar la fuerza. Hoy siguen pareciendo gigantes, aunque los que pasamos bajo ellos no seamos Don Quijote.


La sombra alivia nuestro cansancio en este día soleado de mayo.


En el costado de una callejuela, la fachada de una trattoria nos llama. Parece que esté protegida y acreditada por estos arcos que llevan sosteniendo tanto tiempo los edificios, permitiendo el tránsito de sus gentes.


Estos pasos totalmente abiertos, hechos puertas por el concurso de las curvas que los coronan, hacen grande y solemne a la ciudad y pequeños a nosotros.


Hablan también de vida, de muchas vidas que los han atravesado, de una historia que han visto pasar y que han sostenido, les gustara o no lo que pasaba bajo ellos. 


Han sido testigos mudos de muchos hechos, como lo somos nosotros; han jugado un papel esencial; han permitido que las cosas pasaran y han protegido igual al fuerte que al débil; han escondido al ladrón y al fugitivo de la justicia, al enamorado y a su amor; al que nacía en la calle y al moribundo.


Hoy, estos grandes vanos son el espacio de la incertidumbre creadora para todos sus moradores que, como todos nosotros, viven entre la certeza y la duda absoluta.


Tal vez se trata solo de eso: de seguir viviendo y ver pasar otras vidas, otros tiempos.

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