ENIGMAS. UNA PUERTA PARA LA ETERNIDAD

UNA PUERTA PARA LA ETERNIDAD

 



Que la vida prosigue a pesar de todo

no sé si es un consuelo o la derrota,

el mar en que naufragaban

los sueños de ser más o de ser siempre.

Lola Mascarell: Lo cíclico (Un vaso de agua)


Acuarela: José Zamarbide.


Perú y los incas, 2017, una huella para la eternidad.


Las manos que tallaron estas piedras y que, sin la ayuda de argamasa alguna, crearon este muro compacto y esta puerta a la eternidad, eran manos de hombres que querían ser más y ser siempre, como dice Mascarell.


Podría hablar del país, pero me llama más hablar de ese pueblo inca que hizo crecer esta tierra con su cultura.


Hemos llegado a Pisac, uno de los asentamientos de altura de estos hombres antiguos. Nuestros ojos se pierden por estas laderas en las que vamos descubriendo edificios de estudio de la astronomía, templos, enterramientos en la roca; todo un mundo ordenado y vigilado con dureza, como esas terrazas de cultivo que se arrastran y se aposentan sobre las laderas inclinadas, sus sistemas de riego, la vida organizada por el trabajo para asegurar la subsistencia.


En uno de los recorridos, descubrimos esta puerta perfecta. Dicen que era la puerta de entrada a la ciudadela. Puede ser cierto porque su posicionamiento, entre la ladera y el abismo, no permite el acceso numeroso de enemigos.


Sus formas incas, perfectas, con la piedra alineada, pero dispareja, como si manejaran un nivel milimétrico, sostenidas por ellas mismas y el viento, aguantando el paso de los siglos. Estos muros constituyen un ejemplo de buen hacer, una bofetada contra la vanidad de los arquitectos y albañiles más recientes.


Me sorprendo ante la fortaleza de aquellos hombres que podían izar una piedra como esa para colocarla, precisa y ajustada, como dintel de esta puerta. 


A mí, esta puerta me habla de sus gentes y más allá de ellas.


Me habla de su forma de entender los espacios, de las líneas que los distinguen, que los diferencian de otras culturas. Son gentes que supieron crear las señales que les situaron por delante de otros pueblos; gentes que trazaron caminos tan largos que hoy no podemos casi imaginar; hombres y mujeres que se cubrieron con un manto de capacidades –también de sangre-, que los llevaron a brillar y configurar una civilización diferenciada y avanzada.


Más allá de esas gentes, esta puerta me habla de esa amalgama que el tiempo ha creado entre la puerta, los muros y la naturaleza que les rodea.


Las altas montañas de su entorno se han convertido en mudos espectadores de la grandeza creada. Por muy continuos y muy fuertes que sean los vientos que recorren estas ruinas, nada tumba estos muros. 


La naturaleza se asombra de esta obra y la acoge como al ser más querido con el que los siglos han anudado los lazos de la armonía.


El tiempo me ha regalado el instante de contemplar la belleza de la piedra y esta puerta, testigo humilde de infinitas ansias.


La vida ha proseguido a pesar de todo, sin saber si es un consuelo o una derrota, pero en sus obras han permanecido los sueños de ser más o de ser siempre.


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