CARTA ABIERTA N. 1 A ALEJANDRO MARTÍN NAVARRO

CARTA ABIERTA Nº 1 A ALEJANDRO MARTÍN NAVARRO


Buenos días, Alejandro.


Algo alejado de mi tierra, te envío estas letras para agradecerte tu poemario “La fiesta de los vivos”.


Ya lo había leído en el momento de su publicación, pero en el camino que sigo de leer y releer poesía, le ha tocado a la M y, dentro de ella, a ti y a tu libro.


Esta mañana, espléndida para estar finalizando el año, he salido temprano a dar un largo paseo por la orilla del mar, ese mar mediterráneo de la filosofía y los navegantes, de la poesía y del buen llantar. En el bolsillo de mi cortavientos, un libro, el tuyo.


Pasado un buen rato en el que he apurado el paso y no se daban las condiciones para leer, he ralentizado mi caminar y me he sentado a descansar.


He comenzado a leer tus poemas y ha sido como meterme en un viaje que me tenía que llevar hasta el final del libro. No he podido dejarlo. 


Cuando he vuelto la última página, me he parado a pensar en lo que me había atrapado de esos poemas. Tras unos segundos, una palabra se ha deslizado por mi piel: tiempo, el tiempo.


Al principio no sabía el por qué de esta sensación. Cuando se lee todo un poemario a lo largo de la mañana, se puede olvidar el momento y el sentido con el que se ha utilizado esa palabra a lo largo de los versos, así que, con placer y tranquilidad, he vuelto a releerlos y allí estaba, el tiempo, tu vida, lo perdido, lo pasado, lo esperado, lo vivido, los sufrido, lo no conseguido, lo logrado, allí estaba el tiempo.


Ya está en el primer poema, cuando dices que “El tiempo son las alas de un pájaro infinito que, al batirse, derriban los muros del instante.” y allí me he detenido a ver como se alejaban y desaparecían los instantes, uno tras otro, sin pausa, pero con paz, con la serenidad del pájaro que no deja de mover sus alas.


Vuelve a estar en el poema “Origen”, porque ¿qué es sino tiempo la duración de nuestro reino, sólo unos años, en el inmenso mar de los olivos?, ese árbol que viene de más allá del tiempo y que vivirá más allá de todos los futuros.


¿Y no estás invocando al tiempo cuando paseas por las calles atestadas de Jerusalén, en busca de los signos que te hablen de Él? Pero no hace falta imaginar, solamente hay que leer los últimos versos de ese poema para darse de bruces con el tiempo:


“Soy esa carne que se alza apenas, 

pero que en este instante, 

mientras el universo se propaga 

por millones de años en la nada, 

está buscando a Cristo por las calles 

sucias, baldías, de Jerusalén.”


Lo he vuelto a encontrar en tu oración en la que el mundo te hizo olvidar que en la orilla del tiempo, tu hermano, un niño aún, camina solo y nunca lo alcanzará tu mano.


El tiempo está en ese poema en el que recuerdas a tu padre la devoción con la que le mirabas cuando eras un niño y en el que también le dices que su mano te alcanza al final del camino; bello, muy bello.


¿Acaso no es tiempo lo que ha pasado desde que eras un niño y estabas en los brazos de tu madre?, esa dicha que te acompaña siempre que pisas las hojas secas sobre la hierba verde.


Sigues hablando del tiempo en ese poema tan bello y tan desgarrador, “El peregrino”, cuando esbozas la certeza de que nunca has sido feliz, de que el tiempo destroza, con su beso de sombra, dos cuerpos que se escarban.


Hay más, varios más, pero me voy a despedir con ese poema final en el que pones tu mirada en el tiempo, lo traes a tu realidad y lo comparas con un niño engalanado de blanco, abriéndote sus brazos a lo lejos.


No solamente hay tiempo en tu poemario, Alejandro, hay mucho más, pero el tiempo es el camino por el que discurre todo lo que, en ese momento, te hacía vivir y escribir, eso me parece, aunque me siento un poco atrevido al decirlo.


Gracias, Alejandro.




Isidoro Parra 

Almería, diciembre de 2024



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