ENIGMAS. ATAJO.


ATAJO





En vosotros aprendo que la vida

tiene menos que ver con los principios

que con la dignidad de los finales.

Luís García Montero: Unas cartas de amor (Habitaciones separadas)



Fotografía Isidoro Parra.


Seguimos en Pingyao, ahora en 2010: otro viaje, otras compañías, otras vivencias.


El polvo de muchos años, algunos siglos de hecho, se ha posado en estas losas de piedra, cubriéndolas de un manto indeleble, más gris que marrón. Las lluvias de muchas estaciones, los pasos de muchos caminantes y las huellas de caballos cansados y de carruajes, han dejado un murmullo de historias en las grietas que las separan, grietas en las que se han perdido muchos deseos incumplidos, muchos lamentos y derrotas.


A pesar de ello, esta puerta que hoy abre el paso a la morada de algunas familias que  habitan tras ella es un testigo de paso, un vericueto de la labor de muchas manos, la solución de una necesidad de reducir el camino.


Es el anuncio de una entrada con una salida al final de su recorrido, la vía que una une una parte de la ciudad con otra vía principal, acogiendo el sueño y el desaliento de los que pueblan sus orillas.


Las piedras y el ladrillo oscuro, que exhibe grietas entre la fortaleza de su prolongada resistencia, abren las puertas de muchos viajes de búsqueda, de algunos regresos gozosos y otros que no lo fueron tanto, de algunas huidas apresuradas para salvar la vida, de muchas horas de poner a andar las esperanzas.


Estos muros han acogido pinturas y mensajes que la mano de otros o el lavado del tiempo han diluido hasta hacerlos desaparecer, han escuchado muchas esperas y muchos llantos, algunos requiebros y, tal vez, algún encuentro agradable.


Ahora que han pasado unos cuantos años, escribo éstas líneas cuando mi memoria va perdiendo los detalles que me asombraron al ver esta belleza.


Recuerdo la madera apenas sostenida por herrajes y refuerzos, como si me lanzara un adiós permanente o me acogiera como un misterio.


El polvo que se aposenta en esas losas que, en silencio, esperan bajo el arco de ladrillos se está convirtiendo en un olvido que entierra el pasado y una bienvenida hacia la eternidad de un futuro incierto, pero al fondo se hace patente la luz, luz que puede llevarme a una salida, a un renacimiento, a una posibilidad de vida insospechada, a una aventura imprevista, a un desafío necesario para seguir viviendo.


Son puertas que son testimonio, que acumulan la belleza de la historia que han presenciado y vivido.


Como el camino de la vida, sus hojas entreabiertas no me obligan a entrar, pero me plantean la pregunta de lo que puedo perder si no doy el paso de atravesarlas.


El principio de esta puerta queda lejos para mí, tanto que no acierto a ver su conexión con mi vida, con sus antecedentes o con el presente actual.


Acercándome a mis años ya avanzados, aprecio la dignidad de sus hojas gastadas, el lamento de su madera.


Intento trasladar la dignidad de su imagen a la de mis últimos días, empapar mi vida de lo que me rodea, inerte, pero lleno de significados.


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