EJERCICIOS DE TALLER. LOS SUEÑOS, ¿CRECEN O CAMBIAN?



LOS SUEÑOS,  ¿CRECEN O CAMBIAN?


Es una lástima que no tengamos cerca, vivito y coleando, a Don Sigmund Freud, para que nos ilustrara acerca de eso que llamamos sueños, aunque igual es mejor que no lo tengamos a mano, no sea que nos haga confundirnos más de lo que ya estamos. Para sortearlo, será mejor hablar sólo de los recuerdos de los sueños que tenemos, sin pasar del primer velo, ni asomar a segundas y ulteriores interpretaciones. Detrás de los velos que dejamos sin cruzar, nos vamos a permitir abandonar el yo, el ello y lo supremo que decía el maestro.


En lo que primero he pensado, al ponerme a hacer este trabajo, es si ahora sueño algo todavía, si sueño más o menos que antes y, por último, si los sueños actuales tienen algo que ver con lo que soñaba antes, cuando era niño o, al menos, más joven que ahora.


A la primera pregunta, la respuesta es sí, todavía sueño, a veces hasta despierto. A pesar de los años, todavía me atrevo a soñar con los ojos abiertos, a confiar en cada imagen de la naturaleza, a pensar en el día en que vivo, en el siguiente y en el posterior.


También sueño mientras duermo, aunque cada vez recuerdo menos lo soñado. No sabría decir si mi cabeza se pone a pasear en sueños más o menos que cuando era niño, que cuando era joven.


Cuando niño, en mis primeras noches que recuerdo, los sueños tenían su inicio en las manchas desconchadas del techo de mi habitación, en las figuras que formaban los defectos del lucido entre maderas, en los grumos de la pintura, en las grietas que el tiempo y la humedad abrían en los surcos del techo.


Eran escenarios en los que veía desfilar los barcos piratas, las nubes agradables, las amenazadoras, los animales fantásticos y las montañas inalcanzables. A las imágenes les ayudaban los sonidos, los crujidos de la madera, el trasegar de las ratas, el picor del colchón, los sonidos de la lluvia, los olores de la cuadra, la luna llena jugando con los visillos.


A partir de ahí, la imaginación ponía el resto y traía mensajes de aventuras, de caídas al vacío, interminables, de ahogamientos en los mares, en medio de las batallas, sentimientos de sentirme perdido, de sudores y de gritos pidiendo ayuda sin respuesta.


Con aquellos sueños y con las realidades, se fue construyendo mi carácter, mis seguridades y mis incertidumbres, supongo que como todos.


Ahora, mis sueños miran al pasado, miran a mis hijos pequeños, a vivencias gozadas, a llantos reales, a mi vida y, especialmente, a la casa de mis padres, a la que fue mi casa de niño.


Mis sueños pasean por los escasos pasillos, suben las escaleras que unían la planta baja con el primer piso, el de las habitaciones; suben las escaleras que unían la primera planta con el granero, la gruta de los tesoros y de la libertad.


Mis sueños se quedan inmóviles en cada una de las habitaciones y en las alcobas. En cada una escuchan su historia, la de mis padres, la de mi madre a solas, la de mi hermano, la mía. 


Mis sueños se detienen ante la pintura verde, brillante, de las paredes de la cocina que, capa tras capa, intentaba detener el salitre de los muros; recorren los dibujos y colores (amarillos, rojos, verdes) de las baldosas de lo que era más que cocina; también era el espacio en el que reinaba la alegría y la esperanza de los embutidos que se elaboraban, el que vibraba con el aire de fiesta de los días en que las rosquillas o las hojas de parra burbujeaban en el aceite hirviendo.


Mis sueños recorren el espacio que era “cuarto de estar”, junto a la calle, y que antes había estado ocupado por la carnicería, la cámara de Ramón Vizcaino, el mostrador y el espacio en el que las clientas (nunca clientes) se apiñaban esperando su turno.


Mis sueños recorren el ladrillo viejo del suelo de escaleras y pasillo, la capa roja oscura que impregnaba su superficie y que mi madre se encargaba de renovar, encerar y sacar brillo. Todavía sueño con el olor intenso que desprendía.


Sueño con el “lago”. Así llamábamos a la parte más interior, más oscura de la casa, en la que, en su momento, teníamos un caballo, algunos cerdos.


No sé si estos sueños recurrentes tienen un efecto llamada, ahora que completamos el ciclo, pero me alegro de haber vendido la casa de mis padres y antepongo este sentimiento a mi deseo de volver a recorrer sus estancias.


Me basta con los sueños.


Pamplona, marzo de 2022.

Isidoro Parra.

 

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