ENIGMAS. LA CARRERA DEL SABER.

LA CARRERA DEL SABER




Los caminos del tiempo

son muy largos de andar,

porque los vas abriendo

con tu caminar.

José Bergamín: Esperando la mano de nieve


Acuarela: José Zamarbide



Cuesta articular palabras o alumbrar pensamientos ante los restos de esta biblioteca de Éfeso. Es verano de 2011.


Es de agradecer que Celso, senador, cónsul y procónsul romano, allá por los siglos I y II de nuestra era, ejerciera su mandato y sus cargos sin olvidar el amor a las artes y a su familia.


Tampoco hay que dejar a un lado el que fuera un hombre rico. A pesar de ello, si no hubiera dedicado horas a los afectos y las sonrisas, su hijo, Tiberio Julio Áquila Polemeano, no habría cumplido el deseo de su progenitor: construir esta biblioteca y llenar sus estantes y armarios con los rollos del saber de la época.


No menos intensos que los apegos de Celso fueron los afectos que le profesó su hijo. En su defecto, los caudales acuñados podrían haberse utilizado en equipar un ejército o en grandes fastos.


Esta biblioteca de Éfeso, solamente superada en importancia por la de Alejandría y la de Pérgamo en el mundo que llamamos antiguo, pudo albergar 12.000 rollos. Además, en su legado, Celso dispuso que fuera enterrado en su cripta. Estar sepultado ahí, rodeado de tanto saber, tenía que significar mucho para él. 


Todo se entiende cuando contemplamos esta fachada, reconstruida en los años 70 del siglo pasado, después de permanecer novecientos años derruida tras un incendio en el siglo III y un posterior terremoto.


Los libros y esa guerra paralela por saber más que los otros, esa actitud de poner a disposición de lo público, de todos, el conocimiento para ganar posiciones en el Imperio, ¿requerían una fachada tan ornamentada y grandiosa como esta?


Vitruvio, su arquitecto, orientó el edificio hacia el este, hacia el sol que se anunciaba en horas tempranas. Los primeros rayos, las ganas de trabajar, enteras, el ánimo dispuesto a volcarse en los pergaminos, todo como un torrente que se atropella y va ganando en caudal cada día.


La luz entraba por luceros y ventanas, pero las puertas eran el foco de atracción que provocaba el ansia de saber.


No podían faltar las estatuas que, a los costados de las entradas, representaban cuatro virtudes: la sabiduría, el conocimiento, la inteligencia y la excelencia; virtudes o habilidades eternas que todavía perseguimos los que ocupamos nuestra mente en saber un poco más o perdernos un poco menos.


Hoy, esta fachada ornamentada, con sus arquitrabes, sus frisos y cornisas, sigue protegiendo estas puertas. Su interior ya no alberga papiros con las palabras más antiguas, pero sigue siendo una invitación al recogimiento.


A mí me llegan los olores del pergamino enrollado y me insuflan el apetito por el buen leer; porque los caminos del tiempo, como decía Bergamín, son muy largos de andar y los vas abriendo con tu caminar… y con tus lecturas.


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