ENIGMAS. LA LIGEREZA DE LA SENCILLEZ.

LA LIGEREZA DE LA SENCILLEZ

 



Ni por mucho andar

queda atrás el umbral

del que partimos.

       Hugo Mujica: Cuando todo calla


Acuarela: José Zamarbide



Por senderos del Camí de Cavalls, en Menorca. Año 2016.


La tierra es parda, las piedras y la puerta también, todo fundido entre un presente y un pasado.


Este portillo parece débil, por sencillo, pero es fuerte como corresponde al árbol del que procede, el acebuche –ullastre, en menorquín-. Este olivo silvestre cuyos orígenes se remontan a tiempos muy lejanos ha sabido defenderse de la tramontana y de la sal del Mediterráneo, para crecer rodeado de rocas sembradas a sus pies, componiendo la imagen de un anciano desde sus primeros años.


La apariencia sarmentosa del ullastre, no le impide ofrecer a nuestros ojos y nuestras manos esa oliva pequeña que destilará un bálsamo de oro para el deleite de nuestras bocas.


De ese árbol están hechos los ocho travesaños horizontales, irregulares, de cada portillo. Su origen les permite perdurar en el tiempo hasta que un futuro lejano les haga caer como cae un baluarte, ser olvidados como se olvida un mito.


Barreras las llaman porque, entre otros usos, se utilizaban para proteger el paso entre los portells. Siempre aparecían y aparecen apoyadas en los muros de piedra seca que limitan los tanques, las antiguas parcelas agrícolas de la isla.


Su aspecto impone el respeto necesario para frenar el paso antes de franquearla y, al mismo tiempo, su ligereza es una invitación de amistad, de confianza.


Hay vocablos o expresiones que no podría usar para hablar de estas puertas: por ejemplo, la dureza, porque no la percibes al tocarlas; la intransigencia, porque jamás te dicen un no rotundo; la ofensa, porque dejan pasar el viento entre sus listones sin retener las palabras hostiles.


Es difícil tocarlas con violencia. Su fragilidad invita a la caricia, nunca al golpe.


La ligereza las abraza y las posee como la sonrisa curiosa de un niño.


Son parte esencial del carácter y del paisaje de esta isla. Son la imagen que nunca olvidas cuando te alejas.


Se sostienen firmes en el tiempo. La rugosidad de la madera se ha pulido con ese influjo marino. La desigualdad de sus superficies equilibra un carácter propio que se aferra a la tierra salina para sacralizar su permanencia por los siglos de los siglos.


Su contemplación rasca lo más recóndito de mis entrañas y me reconcilia con el pasado, con todo aquello que nos conforma y nos hace diferentes a unos de otros.


Las miro como el umbral de una partida del hogar al que siempre se piensa en volver.



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