SIN TÍTULO
SIN TÍTULO
ME he cruzado esta tarde,
cuando salí un rato a pasear, con un vecino enfermo.
Tiene cáncer, un cáncer terminal, todos lo sabemos. Está
delgado, más allá de lo expresable. Se apoyaba
en el brazo de su mujer, y se diera que la ligera brisa
podía tumbarlo en cualquier momento.
Había, sin embargo, en su cara algo que no era sólo dolor,
que no era sólo miedo (aunque también estuvieran, sin duda);
algo como una extraña transparencia a la luz
de la tarde, algo que se diría que estaba por encima
del dolor o del miedo, incluso del asombro,
y los iluminaba desde dentro, en silencio.
Los saludé, y él me contestó con su voz arrasada,
trémula, pero todavía amable, como si no estuviera hablando
desde el otro lado del abismo. Como si fuera normal
que se paseara así, a la luz de la tarde. Y
era normal, en efecto; él hacía que lo fuera.
No era distinto, en su estar allí, delicadamente sostenido
por su mujer, de la tarde tibia de verano
de los árboles, de las casas de ladrillo rojo
empalidecido y sucio por el paso del tiempo,
de mi, que lo miraba con piedad y aprensión, y un secreto
horror; de él mismo, como uno más, paseándose así
entre todos nosotros. Me hizo bien encontrarlo.
Poema de José Cereijo,
de su poemario “Los dones del otoño”.
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