CARTA ABIERTA Nº 1 A LÊDO IVO

CARTA ABIERTA Nº 1 A LÊDO IVO.


Buenas tardes, Lêdo, allí donde estés.


Un día caluroso de este mes de agosto, retomé en mis manos tu “Réquiem”. Si te soy sincero, ya no recordaba su contenido de alguna lectura anterior, o tal vez soy lo bastante olvidadizo como para no mantener mis recuerdos o simplemente soy tan mal lector que no asimilo nada, vete tú a saber, pero lo cierto es que abordé la lectura con cierto escepticismo y algo de pereza.


Tuve la gran suerte de leerlo mientras caminaba por un camino limpio de Urbasa, muy querido para mí: el que discurre entre mis amigos del hayedo encantado.


Comencé la lectura y las palabras de otros que lo preceden y lo completan al final, pero sobre ellas, resplandecía tu testamento poético.


Tus versos, que se han olvidado de la métrica porque tal vez no la necesitaban, me iban atrapando. ¡Decían tanta verdad! ¡Llegaban tan profundo!


¿Qué espera más gozosa puede existir que aquella que traerá el silencio que, tal vez, no cambie nada para que todo siga igual de en paz que lo que estaba?. Ese comienzo da sentido, para mí, a todo lo que viene detrás.


El mar y los puertos se pasean por todos tus poemas. Parecen haber sido tus compañeros o el destino de tus muchas miradas. Los has incorporado a tu vida, a tu historia, como si fueran un destino buscado.


Me gustan tus versos cortos, tus frases lapidarias: “En la noche crematoria, la muerte es una hoguera”.


Te confieso, Lêdo, que a mi también me gustaría llegar a ese no-lugar “que dispensa la súplica y la esperanza y ahuyenta toda solemnidad y reverencia.”


Dices que has amado el alba. Esos versos me han recordado los de otro poeta de mi tierra, Iñaki Desormais, al que posiblemente hayas conocido allí donde estés, suponiendo que estés en algún sitio. También le gustaba el alba. Si le ves, salúdale de mi parte.


Dices también que te gusta “el largo murmullo de la vida en las estaciones ferroviarias”. Cómo no te iba a gustar el humo de las antiguas estaciones ferroviarias si allí se percibía la vida, el griterío, los llantos de las despedidas y de los encuentros, los besos robados y los consentidos, las prisas y la lentitud de las esperas. Todo se daba allí en las viejas estaciones. En mi opinión, esas estaciones han sido pulidas, modernizadas, silenciadas, han perdido belleza.


Dices, como sabes me centro en tu poema III, que has amado “el trueno que desgarra la tarde, la herrumbre y la lluvia, los amores que terminan…”. Cómo no amar la fuerza del trueno, su amenaza escondida que se hace audible, la herrumbre que nos cuenta el paso del tiempo, que sostiene el peso de los años y los siglos, la lluvia que no todo lo lava y los amores que terminan y nos producen tantos recuerdos, tanta añoranza, tantas ganas de volver o de rectificar, que nos siguen haciendo vivir.


También dices que has amado el amor, imposible de deshojar en su propio interior, como las alcachofas. Sería grosero por mi parte, añadir cualquier comentario a esta confesión tuya.


Más adelante, dices que has “amado la neblina que esconde los paisajes..”. Tengo que confesarte que mi cuerpo se expande cuando me rodea la niebla, que me embeleso y me enamoro de cada paisaje gris modelado por las nubes y la niebla, un paisaje en el que, a menudo, veo más que en días despejados.


Permíteme, Lêdo, que reproduzca uno de tus amores más etéreos y, por ello, tal vez, más creíbles:


“He amado siempre esta voz que es una voz ninguna, 

un susurro de la nada, una ceniza estremecida, 

una arena que crepita en la playa infinita.”


Amar, dejarse amar, ser llamado y no escuchar, llamar y no ser atendido, sentirse nada en mitad de la playa desierta o sentirse parte de ella, sumergirse en la vida, al fin.


Como no quedarse hipnotizado ante ese verso contundente: “He amado siempre la herrumbre, la erosión y la chatarra.”


Podría extenderme a muchos otros poemas de tu Réquiem que, como te darás cuenta, me ha llegado muy adentro, pero quiero finalizar esta carta en la que quisiera trasmitirte mi veneración y darte las gracias, con el final de ese poema tercero:


“He amado siempre lo que nace. He amado siempre lo que muere 

cuando la noche se desmorona sobre las casas de los hombres.”


Gracias Lêdo, si existe algo más que este erial que habitamos, espero conocerte un día. Nos daremos un abrazo o tomaremos un trago.



Pamplona, septiembre de 2023.

Isidoro Parra.



 


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