EJERCICIOS DE TALLER. 36 GRAMOS EN UNA MANO.





36 GRAMOS EN UNA MANO


Nadie comenta si cuando Leire Malkorra, el 18 de junio de 2021, encontró una mano de bronce en la excavación de Irulegui, hacía calor y el polvo de la tierra hería sus ojos o, por el contrario, todavía no habían llegado las temperaturas adecuadas a esta tierra y había que abrigarse cada mañana. 


En cualquier caso, era una mañana normal, una más entre las muchas de la actividad en el yacimiento, pero esa búsqueda minuciosa había dado sus frutos, un vestigio del pasado que iba a abrir una saga de luchas por la propiedad intelectual, por el significado lingüístico y el cambio que todo descubrimiento imprime en la historia de la humanidad.


A partir de ese momento, se inicia la investigación de si esa pieza, apenas 36 gramos, contiene la respuesta a uno de los misterios que se resisten a ser resueltos: la historia del origen del euskera. Se habla de si se abre una puerta para dar solución a la callada soledad de esa lengua.


A partir de ahí, las voces se multiplican: que si estamos ante una luz que aclara la oscuridad, que si, a pesar de su importancia, no resuelve el origen de la lengua, que si las palabras que aparecen son celtíberas y no vasconas, que si este hallazgo cambia la apreciación mayoritaria que ubicaba el nacimiento del euskera en Gascuña,


Algo de luz se hace cuando los expertos en epigrafía lingüística dicen que la mano está en el lugar en que debía estar, en el sitio del que debía proceder, que lengua y signario son vascónicos y estamos en el centro de la tierra de los vascones.


Aún así, para descifrar el contenido del texto, los expertos se apoyan en la grafía ibera. De las cinco palabras que figuran en la mano, solamente se llega a descifrar una: Sorioneku.


En este punto, no olvidemos que las interpretaciones no tienen que ver solamente con los hechos concretos, sino que, en muchas ocasiones, obedecen también a los deseos de quien interpreta.


Alguien ha llegado a decir que “es un descubrimiento excitante, pero con un carácter técnico innegable. Quizás demasiado para el bombo y la fanfarria con el que se ha recibido”.


Se trae a colación el espacio cultural compartido entre íberos y vascones y el fascinante viaje del corazón a lo humano.


Algún arqueólogo afirma que la palabra identificada como Sorioneku no es vascónica, que es celtíbera. Afirma que todo lo que rodea el hallazgo es celtibérico. 


Parece ser que en el Museo de Navarra hay cinco téseras de hospitalidad celtibéricas con un texto muy parecido, expuestas al público desde hace años.


A partir de un hallazgo bello, las luchas de propiedad, de protagonismo, de merchandising, de apropiación del símbolo, reclamaciones de sustituir Irulegui por Lakidain, y vaya Ud a saber qué más, se multiplican.


Es posible que en años venideros, los estudiantes navarros de antropología lingüistica se vean obligados a saber mucho más de este tema.


Ya siento defraudar a algunos, pero lo cierto es que leyendo y leyendo se me caía la mano y se me escapaba la mente. Ésta última se me escapaba al sustantivo, a la mano, a sus significados y a sus representaciones. No podía evitarlo.


Por mi mente pasaban el amparo y la protección, la firmeza en muchos casos, de las manos de los padres, la delicadeza y fragilidad de las de los niños, la fuerza de las de los amigos, la seducción de las del amor, la despedida de las de los abuelos.


También aparecían las de los militares saludando desde la mente -algo cerrada-, las de las bienvenidas y las de los adioses, las que acarician, las que roban, las que golpean, las ofrecidas con desgana, las pedidas de mano, las de los artistas, aseguradas por cifras millonarias, las manos de póquer,  Manostijeras y, según dicen, las manos blancas que no ofenden.


Con estos pensamientos pasando por mi cabeza, me dio por buscar más en mi mente y llegué hasta “Manos Unidas”, llenas de significados y buenas intenciones.


Por un resquicio de los recuerdos apareció la “mano negra” con la que mi madre me asustaba cuando me decía que vendría a llevárseme si no me dormía pronto. Probablemente, mi madre desconocía que, además de al “coco”,  también se llamaba con ese nombre a varias organizaciones secretas, anarquistas en Andalucía, mafiosas en algunos países del Este de Europa, etc.


Al refugio de mi mente llegaban imágenes de manos orando, de manos despidiendo a seres queridos que se van, sujetando las suyas para retenerlas o sostenerlas en la despedida.


Con ese agolpamiento de imágenes, pensé que tenía que haber más y que merecía la pena repasar el inventario.


Me acordé de una escultura gigante en Madrid que representaba una mano gigante de color negro y busqué. Se trataba de una mano esculpida por Botero e instalada en el Paseo de la Castellana. La mano parece salir del cemento para respirar o para saludar.


Con esa mano llegaron otras. Me han llamado la atención las manos dispersas por el mundo que ha creado Mario Irárrazabal, un escultor chileno que ha sembrado montes y playas de manos o dedos de manos de diferentes dimensiones y colores. Por citar algunas, la del desierto de Atacama; la de Punta del Este, en Uruguay; otra en Madrid; la del mirador de Hobbitenango, en Guatemala, pero también las hay de otros artistas en ubicaciones especiales, las “Manos y molécula”,  en Ramsgate, Kent; las “manos rezando”, en Tulsa; la Mano de la Armonía, en el Cabo Homi, Corea del Sur; el Memorial al holocausto, en Miami; la Mano Protectora, de Glarus, Suiza; las manos del Puente Dorado, en Vietnam; y un largo etcétera que algunos denominan como “las manos que sostienen el mundo”.


Habría que buscar el origen mental de toda esta simbología con las manos que han inspirado a muchos artistas. Kant, el filósofo de la Ilustración, ya dijo que “la mano es el cerebro exterior del hombre”.


En esa inmersión, llegaba a mi mente otra mano, la mano de dios, pero no lograba encajar su origen ni significado, hasta que me encontré con la de Maradona metiendo un gol entre el hombro y la mano, más comentada y leída que la de Dios.


Recorriendo territorios, culturas y religiones, me encontré con la Mano de Fátima, símbolo de la protección y la prevención del mal de ojo y las malas energías que, además, brinda fidelidad, amor o lealtad.


Podría seguir pero aburriría más de lo que ya lo estoy haciendo.


Para terminar, quiero señalar dos manos importantes en mi conexión con el arte y el mundo: la primera es la del Caballero de la Mano en el Pecho, de El Greco, cuadro que siempre nos ponían de ejemplo en la escuela y que quedó grabado en mi mente para siempre.


La segunda son las manos de la Creación, pintadas por Miguel Ángel, en el techo de la Capilla Sixtina, en el Vaticano, posiblemente las más vistas y admiradas del mundo.


Así que, querida mano de Irulegui, acabas de iniciar tu andadura en un largo camino para derrotar al olvido, con muchos y buenos competidores.


Pamplona, febrero de 2023.

Isidoro Parra

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