CAMINO A SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. Décimo sexta etapa.

DIA 4 DE OCTUBRE:

DE RELIEGOS a LEÓN.


Sin desayunar nada, salgo poco antes de las siete de la mañana del albergue e inicio solo, como cada día, el Camino que me toca hoy.


De noche, con mi frontal y en una mañana fría en la que solo me acompaña mi vida entera, pienso.


Pienso en si esto de andar no puede parecerse a un oficio como otro cualquiera, con sus rutinas diarias y el sentido de la obligación de tener que hacerlo. Probablemente no es más que el hecho de que los humanos nos acostumbramos a todo. Hace falta poca habitualidad para que cualquier acción se convierta en un proceso repetitivo.


Y pienso, mientras la naturaleza calla a mi alrededor, si existe alguna diferencia entre que sea un oficio o que sea algo diferente, más singular al menos.


Creo que antes de iniciar el Camino diario puede parecerse a un oficio. De hecho, lo afrontas como un hecho incuestionable, como la tarea del día, pero cuando llevas un rato andando, aparece la gran diferencia: piensas y piensas en ti y en tu vida, la pasada, la presente y la que está por venir.


Antes de que amanezca, observo que los árboles que bordean el Camino, plataneros como en etapas anteriores, son más frondosos que otros días y no sé la razón, pero el amanecer, el paso por Mansilla de las Mulas y el río Esla, me dan la respuesta: agua, hay agua, hay riego y los cultivos han cambiado, hay alfalfa, hay maíz, hay árboles y los ojos agradecen el verde.


Apenas intuyo la importancia de Mansilla de las Mulas, nombre evocador como pocos, que recorro entre sombras, a la luz de las farolas al amanecer, hasta que la voy dejando y contemplo los restos de muralla desde el puente que cruza el río Esla, un río ya más ancho y caudaloso que los que he cruzado hasta este momento.


                                                                          (Mansilla de las Mulas)


El caudal del río y la vegetación de sus riberas, dan fe del cambio.


                                                                                           (Riberas del río Esla)


No sé si durará este cambio en el Camino, si será un cambio definitivo o todavía quedan sequedades que respirar y que sufrir.


A la salida, recorro un camino ancho, cubierto de árboles, amable, entre la carretera a mi derecha y campos de cultivo a mi izquierda.


Ya amanecido, observo otra cosa. Los montes, esa cordillera azul que me va acompañando al norte, por mi derecha, va acortando distancias, avisa de que quiere llegar a mí o me está invitando para que llegue a ella, pero mi Camino está aquí, en esta llanura, entre estos árboles y estos horizontes.


La placidez del Camino me lleva a San Juan de la Cruz:


(La esposa)

En la interior bodega

de mi amado bebí, y cuando salía

por toda aquesta vega,

ya cosa no sabía,

y el ganado perdí que antes seguía.


Allí me dio su pecho,

allí me enseñó ciencia muy sabrosa;

y yo le di de hecho

a mi, sin dejar cosa:

allí le prometí de ser su Esposa.


La mala señalización en algunos pueblos me juega una mala pasada y tengo que dar un rodeo de quinientos metros para poder recuperar el rumbo. Los negocios del Camino quieren señalar su ubicación y utilizan las mismas flechas amarilla que se usan para indicar el curso del auténtico Camino.


Al pasar por Puente Villarente, dejo a mi derecha un hermoso puente de piedra, largo como un rosario, con una visión un tanto alterada por las defensas de aluminio de la carretera que lo cruza de lado a lado.


Lo repasado y leído de San Juan de la Cruz, hace que mi mente vaya a Victor, el capuchino que he conocido estos dos últimos años; digo conocer porque es una expresión común, porque me queda, si se da, mucha convivencia que compartir para poder hablar de conocimiento. De momento, su erudición, su amor por la poesía y la belleza, la espiritualidad que respira, al menos en los espacios que hemos compartido, me bastan. Me aporta mucho, en lo que a lecturas se refiere y supongo que hay más, mucho más, que podría aportarme o aportarnos mutuamente, pero tenemos vidas ya muy hechas, muy acompañadas y no sé si habrá tiempo ni espacios. De momento, lo que hay está bien.


Veo las primeras pallozas al pasar por Valdelafuente y deseo poder comer algún día en una de ellas.


En la llegada a León, empleo algunos kilómetros más en encontrar el albergue (La Madriguera) que, sin estar mal, me produce la sensación de haberme equivocado. Sólo hay una cosa de lo que decía su publicidad que es cierta: su cercanía a la catedral. De todos modos, el Camino de entrada me va hablando continuamente de la grandiosidad de la ciudad en la que estoy entrando, ese puente de piedra, esos restos de murallas, esas calles estrechas y la historia que, cargada de historias, repica en mi cabeza.


Una vez instalado y, antes de nada, mando el mensaje del día: “Décimo sexta etapa acabada. De Reliegos a León. 33.581 pasos y 28,2 kilómetros, con alguna vuelta por la ciudad para encontrar el albergue.”


Después de asearme, me doy un pequeño homenaje en un restaurante frente a la catedral, donde pruebo una ensalada con helado de mostaza y rostbeef que espero repetir en Amillano.


Estando ahí sentado, pasa la familia de australianos que se detienen a saludarme y conversamos un poco sobre el Camino. Piensan quedarse un par de días para visitar a fondo León. Me parece lógico, una vez que han hecho el esfuerzo de venir desde Australia.


Leo también un nuevo poema que me ha mandado María, más trabajado, más completo.


Llevaré mis pasos

por sendas serenas

con cielos abiertos,

sembrando huellas,

trazando el camino…

Llevaré mis pasos

por polvorientos senderos

con sus hojas muertas,

se escapará un suspiro,

acariciando el viento…

Llevaré mis pasos

por verdes praderas,

vadeando el río

y en la orilla,

tomaré un respiro,

para ver a las aves

remontar el vuelo…

Llevaré mis pasos

por las calles mojadas

del tranquilo pueblo,

pintando los cielos

de colores vivos,

para llenar los ojos

y alegrar los sentidos.


Peregrino, buen camino!!


También aprovecho para leer algo de los libros que me acompañan.


Después de comer, con los pies sobre la silla de enfrente, tapados con el mantel, me voy a visitar la catedral.


Cada vez que visito esta catedral es un nuevo descubrimiento, un gozo renovado. Es una catedral diferente al resto, que te transporta, que necesariamente te empequeñece por su grandiosidad pero te invita a elevarte, a buscar algo más. Parece frágil, como una construcción de papel, con tanto espacio de sus muros ocupados por vidrieras, pero el conjunto de su delicadeza, de su fuerza y de su luz, forman un todo armónico que le da al conjunto un aire que tiene algo de excelso, de magia del espacio, de la luz y las sombras.


Poco puedo decir de sus vidrieras sobre las que tanto está escrito, pero yo no conozco unas más bellas.


El espacio interior de la catedral se eleva y la hace más sacra, más esbelta, más femenina diría yo.


Posiblemente sería bueno poder visitarla en diferentes horas del día y ver cómo cambia la luz interna.


También me parece un gran acierto el retablo del altar mayor, antiguo, que deja ver y respirar las vidrieras y las columnas que lo rodean.


A pesar de su deterioro, los diferentes sepulcros desgastados por el tiempo que ocupan algunos espacios de los muros, dan también la imagen de acompañar a la catedral desde el origen de sus tiempos. Dan ganas de acariciarlos.


Paso a visitar el claustro, que no conocía, y entro a la capilla del Santísimo, único lugar de la catedral reservado para el culto. La capilla es hermosa, no en vano era la antigua biblioteca, y la ausencia de gente y el silencio me conducen, sin poder evitarlo, como me pasó en Burgos, a rezar la oración del final de la meditación. No solo no puedo evitarlo sino que la repito. Algo se rompe y me emociono…


Al salir, voy a visitar San Isidoro, donde puedo estar en silencio un rato y admirar la capilla por dentro y el sepulcro, pero no puedo sellar la credencial porque no hay sacerdote ni puedo admirar mucho el exterior por la gran cantidad de niños y niñas de colegios que juegan alrededor. Tampoco ayudan la cantidad de jaimas, merenderos, tiendas, etc., que hay montadas en la plaza, con su tráfico de gente. 


La explicación es que es la víspera de San Froilán, patrón de León y se han organizado diferentes eventos, entre ellos una feria medieval.


Me voy a comprarme bastones porque el que me han dejado en Calzada del Coto, además de estar roto, me queda muy pequeño y creo que en los próximos días los puedo necesitar.


Recorro algunas calles y el cansancio acumulado comienza a hacer mella en mí.


Antes de iniciar la retirada, en una tienda de la parte vieja compro un poco de cecina para cenar.


A continuación, pasando por la plaza Mayor, donde reconozco el lugar y sus portales por algún antiguo viaje, veo que también se han montado un par de grandes carpas en las que se aceleran los preparativos para poder dar de comer y beber a toda la gente que venga a escuchar música y a divertirse. Atravieso el barrio El Húmedo y me voy para el albergue al tiempo que hago mi compra de fruta, galletas y lácteos para la cena y para la mañana siguiente.


Después de cenar (cecina con pan y leche con galletas) me tumbo para descansar y leer, pero llegan otros huéspedes con niños y más allá de las diez y media el jolgorio es excesivo sin que nadie les pare. Es un problema derivado de su calificación como hostel, además de como albergue, al que, además de peregrinos, llegan turistas, moteros y gente muy diversa.


En las lecturas, casi he terminado de leer Copérnico, de Banville, y también he seguido leyendo el pequeño libro de Zagajewski que ha escrito sobre Rilke y la invitación a releerlo. Lo cierto es que me ha generado un deseo de leer a este poeta que, hasta ahora, me ha resultado duro y casi inaccesible. Intentaré volver a leerlo para ver si la edad me ha dado nuevas posibilidades.

 

Recuento físico:

Pasos del día: 33.581. Acumulados: 531.867.

Kilómetros del día: 28,2. Acumulados: 429,3.





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