CARTA ABIERTA Nº 2 A RAQUEL LANSEROS

CARTA ABIERTA Nº 2 A RAQUEL LANSEROS


Buenas tardes, Raquel.


Al final, tras un pequeño descanso, me he dejado caer de nuevo en el camino. He dejado a un lado el que indicaba que no tenía salida y me he adentrado por terrenos desconocidos, como un explorador.


Nada más comenzar a andar, me he topado con el primer poema de tu libro “Los ojos de la niebla”.


Me refiero a “Un joven poeta recuerda a su padre”. Antes de hablar de tu poema, me apetece decirte que para mí, las relaciones de padre e hijo o de hijo y padre son uno de los enigmas que ha rodeado mi vida, con imágenes siempre presentes y abismos a ambos lados del camino, con una vida en permanente pugna por conseguir la distancia necesaria o abrazarse en la cercanía más insospechada. Tal vez por ello, cualquier poema que hable de este tema, me hace detenerme en él, intentando buscar puertas, ventanas o chimeneas.


Al leer tus versos, no tengo claro si me identifico más con ese halo de extrañeza o con el aura fugitiva de las vivencias únicas.Yo no le pedí mucho a mi padre, salvo algún permiso, que podía ser en forma de silencio, para alguna decisión de huída hacia la vida. No sentí mucho su presencia mientras conviví con él y para mí también es cierto que está más presente a mi lado después de su muerte. Por eso, me he quedado atrapado en los últimos versos que, con tu permiso, quiero transcribir ahora:


“Ahora ya sé que pasé por tu vida 

indolente y confiado, sin asombro, 

como suelen vivir todos los hombres

que no conocen todavía la pérdida”.


Dices al final de otro poema que “el tiempo desmayado no es más que una advertencia”. Me ha hecho pensar ese verso en eso de los tiempos desmayados. No sé si interpretarlos en el sentido de esos retazos de calma, en los que no sientes mucho y tampoco padeces, pero no vives la paz del momento. Le doy vueltas a tu verso y, seguramente, no acabo de interpretarlo correctamente. No tengo claro si en esos momentos, al menos en los que yo estoy pensando, puedo sentir la advertencia que llega o anticipa el tiempo que vendrá, el fulgor, el ardor o el hastío que me traerá el día siguiente.


En “El hombre olvidado” dices que “El olvido está lleno de memoria”. Le he dado varias vueltas a la frase, al verso dentro del verso, y me sigue dando vueltas en la cabeza. Pienso en mi capacidad de olvidar y no tengo claro si es una habilidad natural o me engaño y lo cierto es que hay que forzar el olvido para borrar las sombras de la memoria, pero creo que se quedan agazapadas, apenas presentes, pero dispuestas a saltar sobre nosotros a la primera debilidad. Lo cierto es que cuesta poco agitar la memoria y los recuerdos vienen galopando desde el olvido, haciendo ruido y moviendo el suelo bajo nuestros pies.


En mi camino, me he topado con algunas bifurcaciones, he dudado y he tomado un sendero que me llevaba a “Croniria”, otro de tus poemarios.


Me he llevado una sorpresa temprana al toparme con el primer poema, “A las órdenes del viento”.  He sentido que estaba dedicado también a mí, tal vez porque siento que no estoy al mando de nada y que, además, probablemente, no lo he estado nunca.


He leído varios poemas y me ha parecido que estos campos están sembrados de amor y de deseo. Soy un poco tímido para hablar de lo que otras personas dicen o escriben sobre estos temas. Por ello, me detendré en versos concretos, en versos que he creído hablaban de un campo que se extiende más allá del amor y del deseo.


En tu poema “Bello con alma” expresas una especie de lamento: “Lástima de certeza inadvertida”. Ese verso me ha hecho viajar al pasado, intentando revivir momentos que hemos dejado pasar sin advertirlos, esa mirada interesada, ese apretón de manos que era algo más, esa invitación que era un principio, ese abrazo sentido con precaución. Realmente, una lástima.


Hablando de “El beso”, no sé si puede expresarse mejor lo de buscar a tientas los contornos, fundir la piel deshabitada con el rumor sagrado de la vida. Después de leer el poema, no es de extrañar ese canto final, esa rendición ante aquel que pone la vida en un beso: “Solo quien ha besado sabe que es inmortal”.


Me he sonreído al leerlo, pero a mí me tienes al lado en la dificultad de convencer de la inutilidad de la belleza, en junio o en cualquier otro momento.


Si es cierto que yo, tú o cualquiera de nosotros puede ser “el destilado de libertad más único”, celebremos la alegría como algo presente en cada día.


Entiendo el mensaje de la oportunidad de marcharse un segundo antes de que te hayan echado. Lo malo es que me suelo marchar con bastantes segundos de antelación. Algo me pierdo, seguro.


En “A propósito de Eros” nos regalas un final que hace retomar la esperanza en la acción, que hace diluirse el pánico hacia el fracaso. Como dirían algunos jóvenes hoy en día (creo que se lo he oído), ese final es un himno:


“La recompensa, en cambio, es sustanciosa.

Ser súbdito tan solo de la naturaleza, 

no temer a la muerte ni al olvido, 

no aceptarle a la vida una limosna,

no conformarse con menos que todo.”


Me ha chocado y me ha hecho sonreír ese verso del poema “Amor contra corriente”: “Las despedidas tienen ojos de perro herido”. Es cierto que que toda despedida tiene algo de huída, de duda sobre si habrá una segunda oportunidad. No tengo claro si esa mirada a la que te refieres es la que reflejan los ojos de quien se queda o del que se va, pero algo queda de herida, siempre.


Me he detenido en varios árboles más del camino, pero se acerca la noche y me siento algo cansado.


Antes de acostarme, quiero decirte que me he reconocido y he compartido los últimos versos de tu poema “Canción de la trinchera” que, a modo de despedida, me permito reproducir aquí:


“Descuida, soy sumisa, 

tu adiestramiento previo ha prosperado:

quien lo ha perdido todo varias veces

reconoce el honor de una derrota.”


Raquel, las sombras del atardecer apuntan en el horizonte. Te agradezco estas horas en las que leer poesía me colma.


Hasta pronto,


Madrid, junio de 2022.

Isidoro Parra.


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