EJERCICIOS DE TALLER. RECORRIENDO LA MONTAÑA


RECORRER LA MONTAÑA


Este recorrido va a ser difícil. De hecho, no tengo claro si es un recorrido plano, horizontal, del principio al final, cerrado o siempre abierto, o si es ascendente o descendente, lento o rápido, interesante o insustancial.


Comienzo por la M, décimo tercera letra del alfabeto español, letra con la que empiezo a mencionar la montaña, también otras palabras habituales y queridas como madre, mar, manta en invierno; mecedora a la hora de la siesta; melocotón, melón o membrillo, si hablamos de las frutas; merecido o memorable entre los adjetivos; margarita o magnolia entre las flores; Mont Blanc o Mulhacén entre las montañas; monumentos para la historia; Misisipi o Miño entre los ríos, mantequilla para la merienda; mariposas para seguirlas en su vuelo; magnolio y madroño entre los árboles; meridiano para situarme. Si me inclino hacia algo menos querido, me encuentro con el mal, siempre presente; algo que no huele bien, maloliente; marrón y malva entre los colores; mentira o maledicencia para arrugar el ceño; meloso, moroso, maligno, mordiente, muerte. Generosa la letra, vaya, prometedora.


Al segundo paso, tropiezo con la O, me tiendo sobre ella para rodar por la pendiente de la montaña, décimo sexta letra del alfabeto, rellenita, sabrosona, apetitosa, llena de oro, peligrosa de obesidad, intensa de olores, amenazante de olvidos y enredada en ovillos, balando como las ovejas, temerosa hacia los osos, despierta en los ojos, protegida pero no muda en honores,  horrores y horizontes, oteando el final del futuro, agresiva en el odio. Una letra que parece poderosa, con muchas posibilidades, por ejemplo, la de la oración, insistente al principio y al final.


Pienso en el tramo recorrido, MO, y me encuentro perdido, no sé hacía donde voy, pero pienso que puedo ponerlas al principio de movimiento y empujarme para iniciar el camino. No pienso que el molibdeno me vaya a ayudar en la andadura. Tal vez me ayude más la tranquilidad de mi médula ósea y, si me paro un momento, puedo leer unas líneas de algún libro de MO YAN.


Con cierta pereza, he llegado a la N, décimo cuarta letra del alfabeto, un poco escabrosa, pico hacia arriba, pico hacia abajo para volver a subir. Quiero olvidarme de que con ella iniciamos el no y cualquier otra negación, no sea que me pare y no suba a la montaña. Parece una letra perdida pero es usada como la que más en todo tipo de rechazo: no, negativo, ninguna, nunca, ni, nonato. También se usa para celebrar alegres nupcias; me entretengo en deshacer complicados nudos marineros o en aliviar los que se me suben a la garganta; me apeno cuando no encuentro a nadie; me anuncian el plural al final de los tiempos verbales, me relaja cuando practico la natación, un abanico de ofertas.


Agrupadas, he compuesto MON que, así, pronunciada como tal, cualquiera entendería que voy a hablar de un monte, aunque si hablo en francés me induce a pensar que estoy poseyendo algo masculino, pero si hablo en inglés pensaría en una variedad del mono; también podría pensar en la etnia mon del sudeste asiático; con esas tres letras podría levantarme un lunes en Gran Bretaña o las podría emplear para iniciar una charla con mi monitor de gimnasia o para encender el monitor de mi televisión. La podría usar para identificar un monumento, pero me sería más difícil usarla para monetizar el esfuerzo de subir esta montaña.


Doy un paso más y me encuentro con la T, vigésima primera letra del alfabeto, una letra con mucha fuerza, contundente en su significado, testigo y soporte de sacrificios ilustres y menos ilustres. Abarca la totalidad, algunos pensamientos filosóficos como el taoísmo; libros sagrados como el Talmud y significados también sagrados como teocracia; el inicio de palabras con significado de plenitud en la posesión como todo, totalidad, pero también menos plenas en ideas,  como en totalitarismo. Abarca mi escenario de vida, la tierra, la sencillez terrenal. Me hace feliz con la ternura de los que me quieren, me mantiene expectante hasta que sube el telón. Todo trasciende en la T.


Ya he reunido MONT y he superado el cincuenta por ciento del camino. Si mon me sugería montaña, con la t casi atisbo la cima. Además, en francés ya habría terminado de recorrer el camino.


Y así, poco a poco, he llegado a la A, primera letra del alfabeto. Parece que he vuelto al principio y me quedo dudando si merece la pena seguir. ¡Tanto trabajo y tantas palabras para estar de nuevo al principio! Me animo a seguir porque ya diviso el collado que espero no sea un falso collado. Además, cómo voy a quedarme en blanco con esa letra con la comienzo a nombrar mi alma, las alas, el color azul, el más intenso añil, las aves en su vuelo silencioso, los animales más cercanos y los más ariscos, los más agresivos, los alardes de una vida, la alegría de una fiesta, el amor, tan amplio, tan amargo a veces, el amanecer, el alba, el atardecer y el anochecer, el ánimo para seguir adelante cada día, hasta llegar al final de la vida. Imposible quedarme impasible.


Ya hemos compuesto MONTA que, aún indicando algo más de la mitad del objetivo, me trae también una extraña sensación de superar al otro, pero no de buenas maneras, sino doblegando, superando en vanidad y orgullo. Debe ser el cansancio de este recorrido. Debo intentar dar un paso más, poner a prueba mis fuerzas.


Con ese paso adelante me encuentro con la Ñ, letra española como no hay otra, décimo quinta del alfabeto, ausente en teclados, símbolo del idioma y de algunos organismos que lo protegen. Ahí está, en medio de este camino, como lo está en medio de la uña o de los niños o del año, al principio del ñu o del ñandú, casi al final del moño, del paño, del caño, de esa otra abertura ´húmeda, del puño. La busco cuando quiero resguardarme en la cabaña de mis pensamientos; la uso cuando nombro al señor o la señora; señalo con ella lo que me gusta y lo que no, me baño con ella cuando estoy cansado y con ella frunzo el ceño cuando me enfado; no me siento extraño aunque me comporte como un ermitaño. Con ella vivo y me apaño.


No quiero ni pensar en MONTAÑ, me suena demasiado exótico, raro, improbable, algo incompleto, la pérdida del camino, y no estoy para eso.


Prefiero buscar el paso final, la A que vuelve a aparecer para poner el colofón a este camino que, como Sísifo, recorro con frecuencia, arriba, abajo, paso a paso, mirando el suelo y el cielo, todo lo que me ofrece la MONTAÑA.


Pamplona, mayo de 2022

Isidoro Parra.



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