ENIGMAS. POLVO, PIEDRAS Y CAMINO

POLVO, PIEDRAS Y CAMINO

 



Aunque los años

la devoren al fin, esa certeza

persiste por debajo de todo, invulnerable:

no puede hundirla el tiempo.

José Cereijo: La casa (Música para sueños)


Óleo: Mariano Peracho.



La calima que pinta de ocres el cielo trae a mis recuerdos escenarios de desiertos, de viajes y batallas. El velo de ese polvo en suspensión regala protecciones o favorece ocultaciones en el devenir de las cosas, de las vidas.


En medio de ese sueño sin nombre, esta puerta de Pingyao, ahora, en el año 2010, me arrastra a otros espacios que me cuesta precisar. Me pregunto si tras ella solamente habita el silencio.


Es imposible no atender a la llamada que me lanza insinuándome caminos desconocidos. Es una puerta que oculta secretos, a pesar de que sus hojas han quedado abiertas para siempre. Tras ella, me imagino seres humanos que no pisarán los grandes rascacielos, los lujosos restaurantes ni las tiendas de moda de las ciudades de acero y cristal.


El suelo desgastado, hollado por muchos pasos de personas y animales, está cargado de memoria. Las historias que se ocultan bajo el polvo que cubre las losas de piedra, ahora casi olvidadas, conservan territorios con huecos para llenarlos de más leyendas y más vidas.


La paleta de colores tierra que uniforman suelo y puertas, muros sin ventanas y  tejados que se pierden en el aire ocre, me comunican una paz callada, en espera, guardiana de secretos antiguos. También me hablan de vidas sencillas, de seres sometidos a los tiempos que les ha tocado vivir, adaptados como el polvo a las paredes.


Me inmoviliza esa quietud. La calma nunca es abandono, nunca cobardía: es espera del momento oportuno, preludio de la fiesta y la danza, del siguiente paso que pondrá todo en movimiento.


Ahora, en este momento, me quedo con la paz que respira esta puerta, con la callada invitación a cruzar su umbral y la esperanza de no encontrarme extraño en su interior.


Es posible que los años la estén devorando pero, como bien expresa José Cereijo, la certeza, invulnerable, persiste debajo de todo. A la sensación que transmite no puede hundirla el tiempo. Creo que en lugar de vencerla, el paso de los años le ha regalado esa dulzura del abandono no olvidado, de la caricia deseada. 


Me invade el deseo de prolongar el temblor de la ternura que me inspira este túnel. Me planteo abandonarme en uno de sus lados, bajo el dintel y esperar la revelación de un mensaje que, por otro lado, sé que no llegará.


La dejo en su sitio, en paz, y me voy con mi propia e inestable paz.



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