ENIGMAS. ABIERTA.

ABIERTA




Solo el hombre

no habita su casa

solo a él le desborda su alma.

Hugo Mujica: Cuando todo calla.


Fotografía: Isidoro Parra



2016, Japón: hemos madrugado para desayunar en el ryokan en el que hemos pernoctado, en Tsugamo. 


Así, hemos podido dar un último paseo por las calles desiertas, cuando personas, tiendas y templos están abriendo, con timidez, sus puertas.


En el recorrido, nos encontramos con este lugar de oración tan abierto y solitario que parece inhabitado.


En esta puerta, todo es invitación, ofrecimiento, paso libre para la plegaria, para la meditación.


Tal vez por ello, me vienen a la memoria los versos del poeta y pienso, interpretando su voz, que los que habitan estas paredes son los únicos que no las habitan en el sentido que utilizamos esa palabra en nuestra cultura.


No la habitan ellos solos porque la habitamos todos. Sus puertas abiertas, casi invisibles, dilatan los márgenes, casi los borran.


El viento no arrasa las estancias, entra y sale como un visitante más, como un peregrino en busca de respuestas. Entra, mira y se aleja, dejando el espacio libre para la siguiente pregunta.


Esta puerta deja el templo abierto para que sea habitado por todos los que sienten la zozobra de la duda, el aguijón de lo incógnito, de lo que no se desvela, pero queda abierto a todas las espiritualidades que lo interrogan.


Por eso, también a los que guardan estos muros, a los que cierran las puertas al anochecer o las abren al amanecer, a los que mantienen las velas encendidas, barren los suelos y quitan el polvo de los altares, les desbordan el alma tantas miradas que les llegan, cargadas de pesadumbre o agradecimientos.


La ligereza de estos paneles y estas paredes aguanta bien el beso de las plegarias que los devotos dejan sobre su piel. Nada estorba y, si algo lo hace, ya llegará el aliado viento para barrer lo que sobre, lo que no sea auténtico ni tenga sentido.


Nos paramos frente a esta puerta y, por un momento, soy capaz de escuchar mi propio silencio. Es un silencio diferente, cargado de mudas preguntas, de voces que surgen del interior de cada pecho.


Como me suele ocurrir en otros paisajes y en otras culturas, mi deseo de espiritualidad solamente brota en los lugares más sencillos; más en el románico desnudo que en el gótico florido; más en la choza de madera que en el palacio suntuoso; más en este templo sencillo, con las puertas abiertas, que en la suntuosidad de papel de oro recubriendo floridas columnas.


Sonrío y agradezco este momento que llevaré en mi recuerdo y me alegro de que la puerta estuviera abierta, siempre abierta.


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