ENIGMAS. LA ESPIRITUALIDAD APAGADA.

LA ESPIRITUALIDAD APAGADA

 


Porque somos humanos y el corazón

nos late, vencido ya en sus ruinas.

Martha A. Alonso Moreno: Apolíneo desorden (Cronología verde de un otoño)


Acuarela: José Zamarbide



En Antigua, Guatemala, descansa el corazón en cada piedra de cada calle. Así, al menos, lo he vivido en este viaje de 2019.


Antigua es la vida latiendo en cada esquina, en cada casa y en cada patio. Es la lava antigua fundida con las piedras del suelo, unidas para siempre, fundida también con las paredes calcinadas. Es la lava ardiendo que amenaza desde el interior del Acatenango y del Volcán del Agua.


Antigua es una huella indeleble de un pasado lleno de esplendor, de riquezas, una muestra evidente de conquistas y desastres naturales. También es un testigo de la supervivencia de lo bello frente al deterioro de terremotos, incendios y ríos de lava humeante.


En sus calles permanecen, casi destruidos, pero no derrotados, los muros de antiguas iglesias y monasterios, restos de una presencia del poder de aquellos vencedores temporales del siglo XVI, España y la Iglesia.


Contemplo los restos de este convento de Santa Clara y veo el esplendor derrotado. En su momento, esta entrada estaba protegida por una puerta de madera maciza, enriquecida por clavos y herrajes diseñados para ella. En su interior, ubicaron elementos de defensa para proteger personas y tesoros, con algún guardián permanente para filtrar las visitas.


Hoy, a los restos de este naufragio del poder de los humanos les basta esta puerta de listones verticales sencillos. Entre ellos, pasa libre el aire que mantiene frescos los escombros.


Esta puerta ya no esconde tesoros, todo lo contrario: expone a la vista las negras superficies del olvido y deja salir las últimas palabras perdidas de los muertos.


Esta puerta no precisa de aldabas ni cerraduras. Es un paño amable que deja ver la vanidad humillada de la Orden y del arquitecto; el poder derrotado de la púrpura; la espiritualidad apagada -no se sabe si preservada-; el estrago de la naturaleza no domada.


A mí, que no consigo mirar dentro de mí, ni escucharme en las naves ornadas de altares con pan de oro, esta puerta me invita al silencio y a trabajar el respeto en esta distancia de siglos.


Me siento más capaz de dejar libre mi espíritu ante su débil madera que ante el bronce exquisitamente trabajado de efigies y altares.


Aquí puedo sentir que tras estos muros hubo también amor, caridad y sentido de la misericordia.


Aquí, frente a esta puerta solitaria, entiendo las palabras del poeta y acepto lo inevitable “porque somos humanos y el corazón nos late, vencido ya en sus ruinas”.


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